Nuestro destino era La Serena, ciudad costera de la IV Región, virtualmente unida a Coquimbo por infinidad de apartamentos y hoteles junto al mar. El plan consistía en recoger a Yeyes en el aeropuerto y ponernos en ruta inmediatamente para llegar a comer y poder descansar un poco antes de visitar el observatorio astronómico de Mamalluca.
Nuestro primer escollo fue subestimar los sempiternos atascos de Santiago. Pasamos como una hora atrapados en un infierno de coches y camiones para poder tomar la Ruta 5, también conocida como Panamericana, que recorre el país de Norte a Sur. En este caso tocaba ir al Norte, siguiendo la costa del Pacífico durante unos 500 Km, hacia el desierto. Superado el taco conseguimos salir de Santiago. Enseguida el paisaje se aridifica, pero resulta espectacular pues es montañoso, con plantaciones de papayas escalando por las laderas y con la Cordillera nevada como telón de fondo. Al poco nos topamos con unas obras en la autopista y volvemos a quedar atrapados otro buen rato. La hora de llegada comenzaba a dilatarse en el tiempo. Conseguimos pasar y todo volvió a fluir con normalidad. Nuestros ánimos mejoraron cuando tras una subida aparece ante nuestros ojos el océano. A partir de aquí nos irá acompañando con espectaculares playas llenas de olas y dunas en mitad de un paisaje semiárido.
A mitad de camino hacemos un alto para reponer fuerzas. Unos amigos nos recomendaron probar las empanadas de queso de Huentelaunquén. Se trata de una Hacienda orientada al mar con unas condiciones ambientales especiales que generan un tipo de queso mantecoso con un gusto muy particular. Vamos, que con el salitre que respiran las vacas ya sale el queso saladito. Lo cierto es que estaban espectaculares, rellenas de queso fundido calentito que se estiraba como un chicle, y para acompañarlas, como no, néctar de papaya.
Con ánimos renovados nos ponemos de nuevo en ruta. El paisaje se hace cada vez más inhóspito y yermo, completamente despoblado y con unas playas vírgenes que te dejan con la boca abierta, y de repente tras un repecho, en mitad de la nada y sin previo aviso, aparece La Serena con su infinidad de casas, torres de apartamentos, hoteles y resorts, como si de un espejismo se tratase.
Apenas nos da tiempo de encontrar nuestro apartamento, dejar las cosas y bajar corriendo a la calle para que nos recogiese el autobús turístico que nos subiría hasta Vicuña para visitar el observatorio de Mamalluca. Se trata de un observatorio turístico donde asistes a una charla sobre astronomía y después, en el exterior, un guía te explica el cielo y las constelaciones que se observa en ese momento. También con un telescopio te van mostrando planetas, estrellas, nebulosas... Bastante interesante y ameno. Lástima del creciente lunar, que no nos dejó apreciar en toda su espectacularidad el cielo nocturno, pero aún así valió la pena.
Vistas de la playa desde nuestro apartamento.
En el observatorio con el telescopio de 16"
El siguiente día lo dedicamos a visitar La Serena. Una bonita ciudad de estilo colonial con bastantes atractivos. Nosotros nos limitamos a visitar el jardín japonés. Por la tarde siesta y después paseo por la playa, bien abrigados porque hacía bastante frío, y después a cenar a un restaurante típico donde pudimos degustar un jardín de marisco, o sea fuente rebosante de bichos muertos que viven en el mar, que hizo las delicias de Natalia y Yeyes, que mostraron gran interés por saber qué era cada cosa, en qué concha vivía, nombre común y científico, su ciclo reproductivo, épocas de captura, temperatura óptima del agua del mar, puntos de cocción y tabla de despieces. El camarero sudó tinta para complacerlas y se debió pensar que éramos los de las estrellas Michelín. Al final Yeyes les soltó que cuando vinieran a España les enseñaríamos lo nuestro. Vete a saber qué se pensarían que les íbamos a enseñar.
El mercado de La Recova
Visitando el jardín japonés.
El mar, las nubes y el volcán.
Puesta de sol en Coquimbo.
El último día tocaba regresar, nuevamente carretera y manta, con escala técnica en Tongoy. Tongoy es un bonito pueblo de pescadores cuya visita no pasaría de la anécdota si no fuera porque iba acompañado de dos grandes depredadoras de fauna marina. En la caleta de pescadores hay un pequeño mercado de pescado y varios restaurantes que ofrecen productos recién salidos del mar. Todo fresquísimo y con una pinta estupenda. Congrios, merluzas, reinetas, locos, ostiones, ostras, nachas... Yeyes se sentía como en el paraíso. A mí lo que más me impresionó fue observar a los pelícanos, que no me los imaginaba tan grandes y contemplar ¡un lobo de mar! desde el mismo muelle. Estaba tan tranquilo, supongo que esperando a que le cayese algún resto de las pescaderías que había en el muelle. ¡Menudo bicho!
Venta ambulante de pescado fresco.
Lobo de mar.
Hincando el diente.
Resumiendo, un viaje para repetir, pero con mejor tiempo. Eché de menos una visita más a fondo del valle de Elqui, con los poemas de Gabriela Mistral, y por supuesto, bañarme en el océano.