miércoles, 11 de diciembre de 2013

Torres del Paine

Allá en la punta del cono Sur, casi tocando con la Antártida, a caballo entre Chile y Argentina, se encuentra la Patagonia, una extensa región en los confines del continente americano, no en vano conocida como el fin del mundo. Y es que cuando bajas hasta estas latitudes la impresión que te llevas es la de estar muy, muy lejos de todo.

Nuestro plan consistía en alquilar un coche en Punta Arenas y subir hasta el Parque Nacional de las Torres del Paine pasando por Puerto Natales. Unos 400 Km en total. Allí, nos alojaríamos en unas cabañas en el sector conocido como Río Serrano, y en función de la climatología decidiríamos las excursiones sobre la marcha. Un plan bien urdido, aunque con algunos imprevistos.

El recibimiento no pudo ser mejor. Vientos de más de 100 Km/h hicieron las delicias de los pasajeros del vuelo durante el aterrizaje en Punta Arenas. Cuando se detuvo el avión, el viento lo zarandeaba como si fuera de papel. Los operarios de la pista caminaban en ángulo de 45º y las rachas eran tan fuertes que no pudieron enganchar el finger al avión y nos hicieron bajar por una escalera. En el siguiente enlace se puede apreciar cómo estaba el panorama al salir del avión. El abrigo que intenta salir volando a la estratosfera es el de mi madre, que casi se la lleva a ella también. Suerte que había una silla de ruedas al pie de la escalera y mi madre se aferró a ella en una hábil maniobra para que la llevaran hasta la terminal.


En el aeropuerto teníamos que recoger el coche, así que hicimos el papeleo y salimos fuera para la entrega. La situación era tan desagradable que el hombre de la agencia de alquiler no perdió un segundo en explicarnos nada. Sólo nos pidió que comprobásemos el depósito y cuando le dimos el OK desapareció como alma que lleva el diablo dejándonos un Dodge Durango de 7 plazas, gasolina, 6 cilindros y cambio automático, de esos que llevan la palanca de cambio en el volante. Conseguimos cargar las maletas y acomodarnos todos dentro del coche, y sin ocasión para familiarizarnos con él, arrancar y poner rumbo a Punta Arenas, de noche, lloviendo y en pleno huracán. Menos mal que sólo eran 20 Km.

Gracias el GPS encontramos el hostal Ovejero sin problemas, y después de la peripecia vivida fue como llegar a un remanso de paz. Hostal pequeñito y muy acogedor, con las habitaciones calentitas, camas confortables y todo muy correcto. Dormimos a pierna suelta.

Al día siguiente, sin tanto viento y tras un buen desayunamos en el hostal, ponemos rumbo a Puerto Natales. Nada más salir de Punta Arenas uno comienza a apreciar al paisaje patagónico. En esta zona es una inmensa estepa, o pampa, dedicada a la cría de ganado ovino. Rebaños de ovejas se ven salpicados aquí y allá por el pasto entre lagunitas de agua. Durante unos cuántos kilómetros seguimos la costa del estrecho de Magallanes para luego adentrarnos en la pura pampa, una planicie demoledora con rectas interminables.


Desayunando en el hostal de Punta Arenas.

El estrecho de Magallanes, que aquí es bastante ancho.

Por la ruta del fin del mundo.

La pampa patagónica.

A medida que nos acercamos a Puerto Natales, el paisaje comienza a ondularse y aparecen bosques de árboles atormentados por el viento. Al principio de porte bajo, con muchas ramas secas que atestiguan las duras condiciones que tienen que soportar. Se trata de Nothofagáceas, el equivalente austral a nuestras hayas. Hay varias especies, pero las más comunes en esta zona son la lenga (Nothofagus pumilio) y el coihue (Nothofagus dombeyi). Son características del bosque andino patagónico y aquí están en el límite de su distribución, alejadas de las montañas y adentrándose en la llanura de la pampa, mucho más seca que los valles andinos. Hay que decir que la cordillera es como una barrera que retiene los frentes que llegan del Pacífico, destrozándolos y haciendo que hacia el Este las precipitaciones bajen considerablemente, quedando una llanura esteparia fría y seca donde sólo el pasto es capaz de prosperar.

Primeros bosques a medida que nos vamos acercando a la cordillera. Los bosques de lenga crecen tortuosos perdiendo muchas de sus ramas por las duras condiciones que tienen que soportar, especialmente el frío y los fuertes vientos.


Ya comienzan a verse las montañas.


Hacia Puerto Natales, los bosques de lenga van ganando extensión.

Llegando a Puerto Natales.


La playa de Puerto Natales y el fiordo que se forma entre el cerro Monumento Moore (1538 m) y el cerro Balmaceda (2035 m) tapado por las nubes.

Degustando el famoso cordero patagónico en un restaurante de Puerto Natales.

Ración de cordero servida en brasero.

Yo me pedí algo ligerito.

Después de reponer fuerzas emprendimos de nuevo la marcha hacia las Torres del Paine, aprovechando para visitar la famosa Cueva del Milodón, que nos pillaba de camino. En el año 1895, el colono alemán Hermann Eberhard, que había comprado una modesta parcelita de 40.000 hectáreas en Argentina para dedicarse a la cría de ovejas, andaba de expedición por la zona y se topó con el hallazgo de su vida. En el interior de una cueva había unos restos congelados de huesos con una extraña piel, que resultaron ser de un animal extinto hacía 10.000 años, el milodón. Como aún se conservaba la piel, enseguida suscitó un gran interés para la ciencia, y desde entonces la cueva se hizo famosa, resucitando al extinto milodón, que no es otra cosa que una especie de perezoso gigante.


Entorno de la Cueva del Milodón.

Acceso a la cueva.

Entrada a la cueva e interior en las siguientes.




El famoso milodón.


Después de visitar la cueva retomamos la ruta camino de nuestro hotel ubicado en el sector del Río Serrano, frente al parque de las Torres del Paine. A partir de aquí desaparece el asfalto y la ruta se convierte en una pista de ripio que la Durango devora sin inmutarse. Al rato nos percatamos que se nos olvidó llenar el depósito en Puerto Natales (última gasolinera en la zona), pero decidimos continuar pensando que teníamos suficiente para llegar a nuestro destino.
La ruta que lleva a Río Serrano.

Acercándonos a las montañas.

El lago Toro, al que la ruta bordea durante bastantes kilómetros.

Primer avistamiento de las Torres del Paine.

Acercándonos.


Nuestro karma ante la contemplación del espectacular paisaje pronto se vio truncado cuando a pocos kilómetros de nuestro destino tropezamos con un escollo insalvable. La ruta estaba cortada debido a un desprendimiento. Una cadena nos impedía el paso. Poco antes había un desvío hacia un hotel, el Patagonia Camp, así que decidimos acercarnos a averiguar. Cuando llegamos descubrimos que se trata de un hotel a base de domos independientes, emplazados en un lugar de quitar el hipo, a orillas del lago Toro. Preguntamos en recepción y efectivamente nos confirman que la ruta está cortada desde Agosto, y que no hay forma de pasar, lo que implicaba volver por donde habíamos venido, casi hasta Puerto Natales de nuevo, y tomar otra carretera para acceder por el Norte. Total, más de dos horas de coche. Comenzamos a indignarnos un poco y en la recepción se percatan de nuestra preocupación. Se asombran de que en el hotel no nos hubieran avisado de este detalle. Tarde, con niños y señora mayor que necesita bastón, sin gasolina... Les lloramos un poco y acceden a vendernos unos litros de gasolina, y el conductor que nos puso la gasolina nos comenta que aunque la ruta esté cortada, en realidad se puede pasar, pues el desprendimiento no ocupa todo el ancho del camino, dejando un paso. Advirtiéndonos de que no dijéramos nada, nos aconseja retirar la cadena y pasar, cosa que nos anima, pues la alternativa era dar una vuelta de dos horas para 7 Km que nos separaban del hotel. Tras despedirnos y agradecerles la atención que tuvieron con nosotros nos ponemos de nuevo en ruta dispuestos a la aventura. Llegamos a la cadena. Está con candado sujeta a unos postes. Imposible sacarla. Examinando el terreno comprobamos que por la cuneta, entre el poste de la cadena y el talud queda suficiente hueco para el coche, así que intentamos pasar. El coche queda medio atascado y con una rueda a 1 metro del suelo, pero con un poco de 4x4 se arregla la cuestión y ya estamos al otro lado. Seguimos avanzando hasta llegar el desprendimiento, que pasamos sin problemas. Nuestro atrevimiento nos regala estas hermosas vistas del macizo al atardecer, prácticamente sin nubes, única ocasión que tuvimos para contemplarlo así de limpio.

Panorámica del macizo de las Torres del Paine con el lago Toro.

Zoom hacia la zona de los Cuernos del Paine, con su característico remate de roca obscura. Detrás las Torres, que no se aprecian, y a la derecha el cerro Almirante Nieto (2668 m).

De repente nos percatamos de que al otro lado tiene que haber otra cadena. ¿Podremos pasarla o tendremos que dar media vuelta? Efectivamente, llegamos a la otra cadena, pero separando los postes a los que estaba amarrada conseguimos dejarla sólo a unos centímetros del suelo, suficiente para pasar por encima.

Después de pasar la segunda cadena con éxito. ¡Uf, que alivio!


Finalmente llegamos al hotel. Indignados y cabreados Natalia les monta el gran kilombo por no haber avisado del corte. Hacemos ver que hemos tenido que dar toda la vuelta con la incomodidad que ello representa, así que rápidamente nos asignan cabañas con vistas a las montañas y nos invitan a un pisco sour en el bufete. La verdad es que se preocuparon bastante por que estuviéramos a gusto, y el sitio valía la pena. Un hotel de cabañitas en una zona espectacular, a orillas del Río Serrano.

Las cabañas del hotel.


Al día siguiente amanece todo cubierto y lloviendo, así que decidimos hacer la navegación del Lago Grey, que se hace en un barco con cabina cerrada y no importa tanto la lluvia. La excursión es a mediodía, así que aprovecho la mañana para hacer un pequeño trekking a un lago próximo al hotel. A pesar de la lluvia encontré el lago y disfruté de un paseo por un paraje precioso, entre bosques de lengas y coihues.

Desayunando en el bufete del hotel.


El lago está por ahí arriba. Aún con lluvia, el paisaje es bonito.

Bosques de lenga y coihue subiendo hacia el lago.


Llegando al lago. Es pequeñito pero muy bonito.


El lago bajo la lluvia.


El sector del Río Serrano.

El Río Serrano y nuestras cabañas.


A mediodía nos ponemos en ruta hacia el hotel Lago Grey, a orillas del lago del mismo nombre en el que desemboca el glaciar homónimo y desde el que partía la navegación. Desde el hotel se divisa una panorámica espectacular de la playa, el lago y el glaciar Grey al fondo. Para ubicarnos un poco comentaré que el glaciar Grey es uno de los innumerables glaciares que bajan desde el Campo de Hielo Patagónico Sur. Se trata de un altiplano andino totalmente cubierto de hielo continental que rebosa por los valles como si fuera el chocolate de una tarta. Ni más ni menos que la tercera extensión planetaria de hielo más grande, después de la Antártida y Groenlandia. Con eso está todo dicho.

Para los curiosos que se pregunten cómo es posible que el hielo avance por los valles como si fuera un río, simplemente explicar que cuando el hielo se ve sometido a altas presiones (las ocasionadas por el peso de tantos metros de hielo), adquiere propiedades plásticas, siendo capaz de fluir. Gracias a esta propiedad existen los glaciares.

Pues bien, el glaciar Grey baja desde el Campo de Hielo Sur durante unos 28 Km hasta desembocar en el lago al que da nombre, creando un frente de unos 6 Km de ancho que se sumerge en el agua dividido en tres frentes de los que se desprenden enormes bloques de hielo que flotan a la deriva por todo el lago.

Panorámica desde el hotel Lago Grey con el glaciar al fondo.






Para llegar al embarcadero atravesamos la pasarela que cruza el Río Pingo.

Camino a la playa y el embarcadero.

Playa Grey.

El barco y los icebergs que desprende el glaciar que llegan hasta la playa.

El embarcadero.

Para embarcar hay que subir primero en una lancha que lleva hasta el barco.

Abuelitos aventureros.

Por fin en el barco.



En cubierta.





Navegando entre icebergs.

Una de las lenguas del glaciar, de las tres que tiene, la más oriental. El barco recorre los tres frentes.

Expectación en cubierta.

Cuando el barco se acerca al frente del glaciar, la sensación es sobrecogedora.

Hielo azul.


Cueva.

Pisco sour con hielo de glaciar.




El Cordón Holguín con las paredes incrustadas de hielo.




En las inmediaciones del glaciar hacía un frío que pelaba.


Ahora dejaré un rato que las imágenes hablen por sí solas.










De nuevo en playa Grey.

El nombre de Grey se debe al color del agua (gris). Este color es producto de la pulverización del lecho rocoso por el hielo del glaciar. A lo largo de los 28 Km de su recorrido muele la roca generando una gran cantidad de harina que acaba en el lago otorgándole su color característico. Este hecho hace que el agua sea prácticamente opaca, y por tanto carente de toda vida acuática.


Al final se quedó una tarde preciosa de regreso a la cabaña.

Una merecida cerveza austral.


Para el siguiente día decidimos acercarnos al Parque Nacional por nuestra cuenta, sin contratar excursión. Desayunamos y nos ponemos en ruta. El día está bastante cubierto y ventoso, pero aún así disfrutamos de paisajes espectaculares.

Una de las cosas que llama la atención es que suelen producirse incendios forestales en verano. Tiene su lógica pensando en el viento que sopla permanentemente.

Ladera quemada.

El lago Pehoé, con el colorido espectacular de sus aguas.


Hospedería Pehoé, en una islita del lago.



En la cafetería de la hospedería.

Otra ladera quemada. Lo de los incendios va en serio y resulta muy chocante.

El Salto Grande desde un mirador en la pista.

Guanaco. El guanaco es la versión silvestre de la llama, o mejor al revés, la llama es un camélido doméstico que desciende del guanaco.


Natalia y yo nos animamos a hacer una pequeña excursión por la base de las Torres del Paine. Lástima que estaba cubierto y no se veían los cerros.






En la mismísima base y no pudimos ver nada.



De vuelta al hotel, con lluvia.

Una sorpresa inesperada, ¡un puma!

El Salto Chico.


Por fin el último día lo invertimos en regresar a Punta Arenas, carretera y manta nuevamente, aunque aún pudimos disfrutar de una última sorpresa, una bandada de cóndores junto a la ruta comiendo una res muerta.



El cóndor pasa. Qué bonita canción.


Y por último parada en Villa Tehuelches para almorzar algo. De aquí nos iremos directos al aeropuerto.




Reparando el tejado.


Un sitio muy pintoresco y acogedor.






Y esto es todo. Un bonito viaje a través de uno de los paisajes más espectaculares que he visto nunca (las fotos, como suele pasar, nunca hacen justicia), y que todos disfrutamos intensamente.