Desde que llegamos aquí llevábamos tiempo preguntándonos por las montañas que se veían desde la ventana de la cocina de casa. Investigando un poco descubrimos que tienen por nombre los Altos de Cantillana, y que forman parte de la cordillera de la Costa, que se ubica entre el océano y la cordillera de Los Andes. Acostumbrados a buscar siempre la cordillera andina, no le prestamos ninguna atención a esta precordillera más modesta, pero de tanto verla pensamos que sería interesante ir a conocerla. Fue así como descubrimos que en el sector que se contempla desde casa, a los pies de la montaña existe una laguna, la Laguna de Aculeo, y que existe un parque natural que conecta la laguna con las cumbres de los cerros, a más de 2.000 metros de altura. Después de varias incursiones para conocer la laguna e investigar un poco sobre el parque, finalmente decidimos hacer una excursión al corazón de dichas montañas aprovechando que en el interior del parque existe una zona de acampada junto a unas pozas, ideales para el baño.
El plan era simple, pasar una noche acampando junto a las pozas y que Sara y Bruno disfrutaran bañándose en ellas. Así que ni cortos ni perezosos nos preparamos para una excursión a la antigua, cargando con la tienda de campaña, las mochilas, la comida, el hornillo... El primer problema vino cuando nos percatamos de que nuestra tienda de campaña familiar de 14 Kg no era la más apropiada para una excursión así. A pesar de todo pensamos que repartiéndola entre los dos, y caminando con calma, no sería una gran carga. Luego empezamos a cargar las mochilas con los sacos, las colchonetas, la comida, el agua, los cacharros, el hornillo y todos los pertrechos necesarios para sobrevivir en la naturaleza durante dos días. Sara y Bruno también llevaron mochilas, pequeñas, con algunas cosas para colaborar. Aún así, mi mochila en orden de marcha pesaba 21 Kg, y la de Natalia cerca de 14. Pero pensamos que teníamos todo el día para recorrer los 9 Km hasta el sector de Las Canchas donde se ubicaban el área de acampada y las pozas, que caminaríamos tranquilamente haciendo frecuentes paradas para descansar y reponernos, y que no era tanta distancia.
Y así fue. Llegamos al acceso al parque, y tras pagar la entrada correspondiente, estacionamos el auto, nos calzamos nuestras botas de trekking y nos pusimos a caminar ufanos con nuestros mochilones a la espalda.
Comenzando la excursión, frescos y felices.
Primera parada para descansar.
Un endemismo herpetológico.
Después de un buen rato caminando por un terreno suave nos plantamos a mediodía con un sol de justicia, así que decidimos hacer una parada para comer y descansar. Pensando que llevábamos como la mitad del camino, nos lo tomamos con calma, durmiendo una pequeña siesta y todo, esperando a que bajase un poco el calor. A fin de cuentas, habíamos llegado bien hasta aquí y nos quedaba toda la tarde por delante.
Pero lo que no imaginábamos es que a partir de aquí el camino comenzaba a empinarse más y más, ganando cada vez más altura, subiendo hacia unos collados que permitían entrar en el profundo barranco en que se ubicaban las pozas, las cuales estaban en la cabecera, en la parte alta de la garganta. Y no habíamos recorrido la mitad, sino 3 Km, con lo cual aún nos quedaban seis de infernal subida. Para cuando nos percatamos de esto al preguntar a un grupo con el que nos cruzamos, ya era demasiado tarde y no había vuelta atrás. La tarde avanzaba y teníamos como 5 horas más de caminata.
El sendero comienza a subir.
Las paradas para descansar se fueron haciendo cada vez más frecuentes.
El peso de las mochilas, la inclinación del camino y tener que ir remolcando a los niños que ya empezaban a estar cansados, comenzaron a hacer mella en nuestro estado físico y mental. Las correas de la mochila se clavaban en nuestros hombros cada vez más y más, y nuestro destino parecía alejarse a medida que iba cayendo el sol.
No puedo más!!!
En el primer collado, el portezuelo Delgado.
Desde el portezuelo Delgado continuamos subiendo hacia el portezuelo de la Fineza, por un sendero que cada vez se hacía más escarpado.
Desde aquí se comenzaba a divisar la laguna de Aculeo. Sara iba subiendo casi a cuatro patas, y el pobre Bruno aprovechaba cualquier ocasión para descansar.
La garganta hacia la que nos dirigíamos desde el portezuelo de la Fineza.
Descansando en el portezuelo (collado).
Íbamos ganando altura y las vistas se hacían cada vez más espectaculares.
La laguna de Aculeo en toda su extensión.
1ª,
2ª,
y 3º.
A partir de aquí entrábamos en la garganta y el sendero dejaba de ganar altura siguiendo la curva de nivel hasta la caseta del guardaparque. Íbamos ya muy justos de fuerzas.
Llegando a la caseta del guardaparque que daba acceso al sector de Las Canchas y sus pozas.
¡Y por fin llegamos! Con la puesta de sol alcanzamos Las Canchas y el área de acampada. Ser los últimos en llegar nos dejó sin sitio suficiente para nuestra jaima, así que tuvimos que buscar un hueco alejados del resto de campistas entre la vegetación. Con las últimas luces del día y la temperatura cayendo en picado nos dispusimos a montar la tienda a toda prisa, llegando a clavar las últimas piquetas ya con los frontales, pero lo habíamos conseguido. Satisfechos y orgullosos nos dispusimos a preparar una merecida cena de montaña.
Preparando la cena. Sopa de sobre con salchichas. Maravillosamente deliciosa.
Felices y contentos de poder dormir en tienda.
A la mañana siguiente, tras un reparador sueño y sin prisas, desayunamos tranquilamente y mientras Natalia se acercaba a investigar las pozas con Sara y Bruno, yo me animé a acercarme a un bosque de robles relicto que nos había comentado el guardaparque la tarde anterior.
Despertar en plena naturaleza.
Subiendo hacia los bosques de roble.
Desde aquí arriba, las vistas sobre la Cordillera eran maravillosas. El pico piramidal de la izquierda no es ni más ni menos que el Aconcagua (6.960 m), y el que más sobresale a la derecha es el Cerro Plomo (5.424 m), muy próximo a Santiago. Todo lo que se ve de color blanco son glaciares.
En el bosque de robles.
El roble que aparece aquí es el llamado roble de Santiago (Nothofagus macrocarpa), una fagácea (como nuestras hayas) austral que crece aquí de forma relicta, y que es uno de los motivos por los que se declaró esta reserva natural. Estas manchas, junto con las del parque La Campana, son las únicas que quedan de este roble. Está claro que no me podía perder una visita a esta singularidad botánica.
Otra fantástica vista de la Cordillera desde un claro en el bosque.
Ya que estaba, decidí continuar subiendo para intentar alcanzar la cuerda y disfrutar de mejores vistas. Y vaya si valió la pena. Conseguí llegar hasta el Horcón de Piedra, a unos 2.000 metros de altura, disfrutando de unas panorámicas espectaculares, con el océano Pacífico al oeste y la Cordillera al Este. Lástima que la nubosidad con la que amaneció el día no me dejó ver el mar.
El Horcón de Piedra, mirando hacia el nor-oeste, en dirección a Melipilla, pero sin poder ver el mar.
Mirando nuevamente hacia la Cordillera.
De regreso, por el bosque de robles.
La sensación era la de estar dentro de un hayedo.
Había pequeños cursos de agua cristalina, lo cual hacía pensar que aquí el microclima es especial.
Ya fuera del bosque, mirando hacia la ladera contraria de la garganta, con la caseta del guardaparque. Resulta chocante la presencia de estos bosques de roble rodeados de una vegetación tan termófila y mediterránea.
Después de esta extraordinaria visita me reuní con Natalia y los niños, que habían estado disfrutando de un refrescante rato en las pozas. La verdad es que las pozas eran una maravilla. El agua era transparente y perfectamente potable. Contemplándolas, enseguida se entiende por qué le llaman Las Canchas.
Tras el bañito, acercándose ya el mediodía, decidimos emprender el camino de regreso conscientes del largo trecho que nos quedaba para llegar hasta el coche. Al menos esta vez sería todo bajada.
Emprendiendo el regreso.
Tortura.
Una vista de las manchas de roble salpicando la ladera sur (umbría) de la garganta.
La bajada se hizo también muy pesada, cargados con las mochilas.
Llegando al portezuelo Delgado.
A punto de llegar al fondo del valle.
A partir de aquí, el camino se hacía mucho menos empinado, y ya no tuve ánimos de hacer más fotos.
El resto es fácil de imaginar. Llegada al coche, hacerle reverencias, experimentar un orgasmo increíble al quitarse las botas, despedida del lugar y a casa.
Cabe decir que Sara y Bruno se portaron como dos campeones. A pesar de lo larga que se nos hizo, tanto la subida como la bajada, aguantaron toda la excursión sin dejarse derrotar en ningún momento, lo cual les valió todo nuestro más cariñoso reconocimiento.