miércoles, 25 de marzo de 2015

tazas, pozas y termas

Con el verano bastante avanzado y aprovechando la visita de Yeyes, nos lanzamos de nuevo hacia el sur en busca de frondosos valles, cumbres nevadas y esteros de aguas cristalinas. Esta vez fijamos las coordenadas en las famosas Termas de Chillán, aunque no nos alojaríamos en el prohibitivo hotel sino en unas hermosas cabañas unos kilómetros más abajo, en el sector de Las Trancas.

Dadas las largas distancias a recorrer en este país más largo que un día sin pan, hicimos una parada intermedia en Curicó donde pasaríamos un par de noches en un hostal a orillas de la autopista y aprovecharíamos para visitar dos sitios que nos habían recomendado. El primero era Potrero Grande, un amplio y tranquilo río donde gustaban los lugareños de bañarse y combatir el calor. El segundo era el famoso Parque de las 7 Tazas, cuya visita no defrauda a nadie.

Potrero Grande resultó ser uno de esos lugares populares en los que la gente se instala a pasar el día con parrilla, carpa, tenderete y música. Demasiado popular para nuestro gusto, pero a pesar de todo decidimos quedarnos a darnos un chapuzón y sofocar el calor asfixiante.

 En la orilla del río, a punto de bañarnos.

Tipazo.

El lugar era bonito de no ser por...

la gente. Demasiado dominguero haciendo el dominguero.


Aguas cristalinas.

Bruno mojado.

Después del baño regresamos a Curicó para aprovisionarnos de todo lo que íbamos a necesitar en los próximos días, y de vuelta al hostal nos dimos un bañito en la piscina e improvisamos una muy agradable cena en la terraza.



Bañito en la piscina del hostal y disfrutando del atardecer en el jardín.


Una muy agradable cena en el jardín. Estábamos solos. Sara y Bruno lo pasaron bomba jugando al que te pillo por el jardín mientras anochecía. Hasta aquí todo fue muy agradable, pero...

...una vez acostado me di cuenta de que nuestra cabaña estaba demasiado a orillas de la autopista, y se escuchaba el tráfico tal y como si estuviésemos durmiendo en la mismísima mediana, así que la prometedora noche de sueño reparador y profundo quedó en agua de borrajas. Yeyes tuvo más suerte, pues su habitación daba a la parte de atrás, más alejada, y encima durmiendo sin audífonos no la hubiera despertado ni un escopetazo.

Al día siguiente tocaba el Parque Nacional Radal Siete Tazas, así que tras el desayuno en la cabaña nos pusimos en ruta. Cabe decir que la señalización en este país muchas veces deja bastante que desear, así que tras cruzar la población de Molina salimos por una carretera equivocada, y al cabo de un buen rato de conducir tuvimos que darnos la vuelta y regresar casi hasta el principio para retomar el buen camino. El camino efectivamente era bueno, hasta que 25 Km antes de llegar nuestro destino se acabó el pavimento y comenzó el cansino ripio. Además, con la pérdida de tiempo que sufrimos a causa del despiste, nos juntamos con toda la caravana de coches que subían a visitar el parque, por lo que nos tocó tragar polvo y más polvo durante kilómetros. Al final nos vimos atrapados en una especie de atasco en mitad de la montaña. Desesperados ya por el tute que llevábamos comenzó a cundir el pánico, hasta que llegamos a una pendiente muy empinada en la que se habían formado unas tremendas calaminas y muchos autos se quedaban atascados. Nosotros conseguimos pasar avezadamente y a partir de aquí la cosa de calmó bastante. Finalmente conseguimos llegar al estacionamiento de acceso al parque, así que dejamos el polvoriento coche aparcado y nos dispusimos a comenzar nuestra excursión.

El principal atractivo de este parque son los pozones y caídas de agua que va formando el río Claro, destacando las siete pozas con siete cascadas sucesivas que dan nombre al parque y que son de una belleza extraordinaria. Curiosamente, tras el famoso terremoto de 2010, el río se secó quedando los pozones sin agua debido a la fisuración de la roca que filtró el agua hacia capas subterráneas. Esta situación se prolongó durante meses, hasta que poco a poco el río comenzó a fluir de nuevo recuperando la belleza del lugar.

Accediendo al Parque.

Las Siete Tazas desde el primer mirador. Cuando llegas aquí y ves esto te quedas anonadado.


La lástima es que el contraste entre las zonas al sol y a la sombra hace que en la foto no se aprecien bien los siete pozones que van cayendo en cascada uno sobre otro.


Bajando hacia el salto de La Leona por una especie de acantilado.

La bajada no es para bromas.

El salto de La Leona y el enorme pozón que forma la cascada con una playita donde está permitido el baño. Con el calor que hacía, esta imagen era de lo más sugerente, así que allí fuimos de cabeza.


Bajando.

Remontando el río para llegar al salto.

Por fin, el ansiado baño. ¿Estará fría el agua?

El sobrecogedor salto, cuya presencia creaba un entorno espectacular.



El salto de la leona...

...y el salto deeel... bueno... mejor dejémoslo. 


El agua era increíble.

Bruno y sus inventos.

Pequeña Pocahontas.

Gran jefe indio estar en gran cascada.


Regresando al atardecer.

Última vista de la cascada.

De regreso al hostal paramos a cenar en un restaurante en Lontué y de ahí a la cama, pues al día siguiente nos tocaba continuar viaje hacia Chillán.

Después de contar los 546 camiones que pasaron por la autopista a lo largo de la noche, nos levantamos dispuestos a seguir nuestro viaje. Tras el desayuno guardamos todo en el maletero, excepto el bastón de trekking de Yeyes que no cabía, y nos pusimos rumbo a Chillán. Para la hora de comer ya estábamos en las cabañas, así que preparamos una pasta rápida para poder descansar un poco antes de la excursión vespertina con guía que nos llevaría por el camino de Shangrilá hacia un atardecer místico sobre los Nevados de Chillán.

Esta vez sí que habíamos acertado con el alojamiento. Eran unas cabañas de madera recién construidas (cabañas Roble Quemado), con mucho gusto y acabados de calidad para lo que suele ser el estándar de Chile. El entorno además era muy bonito, en el Valle de Las Trancas, a pocos kilómetros de las Termas de Chillán y su estación de esquí, en pleno bosque de robles. Y además tenían piscina.

Después de una pequeña siesta nos pusimos en marcha. A las 18:00 habíamos quedado con el guía, de nombre Luis, que nos llevaría por un recorrido a través del bosque para poder disfrutar de los últimos rayos de sol iluminando los glaciares del complejo volcánico conocido como Nevados de Chillán, que engloba el Volcán Nevado o Cerro Blanco, el Volcán Viejo o Volcán Chillán y el Volcán Nuevo, superando todos los 3.100 m.

Inicio del recorrido hacia Shangrilá entre robles. lengas y coihues. En lo alto de las montañas que aquí se ven está la laguna del Huemul, de la que hablaré más abajo.

Luis, nuestro guía, descubriéndonos los secretos del bosque. El sendero por el que nos llevó es conocido como Descanso de los Gigantes, debido a la cantidad de inmensos troncos de coihue caídos y atravesados en mitad del bosque. Luis nos mostró cómo estos gigantes presentaban restos carbonizados de haberse quemado durante la última erupción volcánica hace 700 años, y estimando que habían necesitado del orden de 1.000 años para alcanzar el diámetro que presentaban, significaba que llevaban 1.700 años sobre la faz de la tierra.

Un ejemplar de ¿ñirre (Nothofagus antarctica)? Seguro que Yeyes se acuerda, que lo apuntó todo en una libreta.

Disfrutando de los últimos rayos de sol sobre los Nevados de Chillán. Justo aquí vimos un carpintero negro por cortesía de Luis. Él lo había escuchado cantar, así que sacó una grabación del canto con su teléfono y tardó segundos en aparecer el pájaro a inspeccionar quién se había colado en su territorio. La verdad es que fue muy interesante contemplar esta peculiar ave. 

Al día siguiente y después de un sueño reparador (por fin), nos aventuramos a explorar las fumarolas y las pozas de barros termales que hay en el sector de las Termas de Chillán. Las Termas de Chillán es un complejo hotelero y estación de esquí que se caracteriza por la presencia de abundantes aguas termales, que hacen las delicias de los esquiadores en invierno. Subiendo un poco por la montaña se llega hasta las fumarolas, en las que se puede contemplar cómo el agua sale hirviendo de las entrañas de la tierra provocando gran cantidad de vapor, con un penetrante olor a azufre. Un poco más arriba se llega a una especie de collado que permite acceder a un pequeño valle por el que discurre un arroyo de aguas termales junto con otras surgencias y manantiales, algunas de ellas de lodo que forman pequeñas pozas en las que la gente se baña e impregna de fango con fines supuestamente terapéuticos.

Subiendo hacia las fumarolas. El sol y el calor apretaban mucho ese día.

En las fumarolas. Se veía perfectamente cómo el agua brotaba hirviendo de los manantiales. Aquí había varias captaciones que alimentaban las termas de los hoteles.

Pasados por el olor a azufre. Se puede apreciar cómo el suelo queda impregnado de color amarillo.


Vista hacia el valle desde las fumarolas.

Como a mí eso del lodo no me va mucho, decidí continuar subiendo para intentar llegar al Valle de Aguas Calientes. Es un valle que aparece tras atravesar un collado bastante elevado y que está todo él surcado por arroyos de aguas termales, así que dejé al resto de la familia revolcándose en el barro cual chanchos y continué subiendo en busca del collado.

El Valle de Aguas Calientes. Precioso valle de alta montaña en la ladera Sur del domo del Volcán Viejo de Chillán. Este valle recibe los arroyos de aguas termales que emergen de las laderas del volcán. Los hay más y menos calientes, de modo que en las confluencias puedes regular la temperatura para bañarte. Si acampas aquí, que debe ser una experiencia sobrecogedora, puedes preparar la sopa y el té sin necesidad de hervir el agua. Simplemente la tomas del arroyo. 


El Volcán Viejo de Chillán (3.172 m).

Aquí se puede ver gente acampada y una poza en uno de los innumerables arroyos para bañarse.



Tuve ocasión de contemplar un derrumbe en directo.

Desde el collado, mirando hacia el sur.

Y esto fue lo que ocurrió en mi ausencia:

Primeros tímidos tanteos con el barro termal.

Pues esto tiene que ser bueno.

Es bueno, pero tampoco hay que comérselo.

A por todas!!!


Ni que decir tiene que Bruno y Sara lo pasaron chancho, y nunca mejor dicho. Todo un paraíso para los niños.

Familia que chanchea unida...



Después les tardó una semana en marchar el olor a azufre de la piel. 

Regresando hacia el coche después del reencuentro.

Vista del valle y el complejo hotelero de las Termas de Chillán.

En la piscina de la cabaña, tomando un merecido baño para sacarnos el polvo y el barro.

A punto para irse a la cama, con Bruno KO después de un ajetreado día.

Al día siguiente volvimos a retomar el contacto con Luis, nuestro guía, para que nos adentrara en una recóndita reserva natural a la que sólo se podía acceder en 4x4, la Reversa Nacional Ñuble. Después de 25 Km de pista infernal llegamos al paraje que daba acceso a la reserva, donde se hallaba la caseta del guardaparque y la boletería. Se trata de una enorme reserva de más de 75.000 Ha con presencia de nada más y nada menos que el 12% de la diversidad vegetal de Chile, con especies emblemáticas como el escasísimo ciprés de la cordillera (Austrocedrus chilensis) y también raros especímenes de fauna como el huemul, una especie de ciervo enano, o el puma. Ciertamente el lugar era de una tremenda belleza, acrecentada por la inaccesibilidad, que limitaba mucho la cantidad de visitantes, y la sensación de estar en un lugar ignoto, rodeados de bosque nativo.

La propuesta de Luis era hacer una pequeña excursión recorriendo un par de miradores y haciendo paradas en varias pozas para bañarnos, ya que el calor era terrible.

Comenzando la excursión en un precioso entorno acompañados de los cipreses de la cordillera.

Este puente de madera cruzaba sobre una preciosa poza en la que nos estuvimos bañando luego.


Llegando al mirador, se aprecian los dos enormes pozones en los que también dimos cuenta de un refrescante baño.

Desde el primero de los miradores, disfrutando de las espectaculares vistas del valle del Río Diguillín tapizado de bosque nativo.

Aquí con Luis.



La poza de aguas turquesas que cruzamos antes.



Justo aquí tuvimos la suertísima de poder admirar la preciosa y escasa mariposa del chagual (Castnia psittachus). El chagual o cardón (Puya chilensis) es una planta en la que se alimentan las larvas de esta mariposa.

Concurso de saltos en las segundas pozas. Aquí Yeyes protagonizó dos incidentes dignos de mención. Primero, bajando a la poza por la escala que aparece en la foto de abajo, se resbaló y cayó en seco sobre la roca. Yo que iba detrás de repente la vi desaparecer tras un enorme bolo de granito, quedando sólo los pies asomando por arriba. Pensé que se había matado, pero afortunadamente todo quedó en un cómico susto. Luego nos echó la culpa por no haber querido meter su bastón de trekking.


El agua invitaba a tirarte una y otra vez. Parece que cubre poco, pero eran súper profundas. El fondo se ve más cerca debido a la transparencia del agua. 


Aquí vino el segundo incidente de Yeyes, cuando justo por encima de esta canal por la que baja el agua, intentó sentarse para masajearse la espalda con la corriente, pero la roca estaba tan resbaladiza que casi tuvimos que ir a buscarla al Pacífico.

Bruno escalador.




Un enorme coihue, camino del segundo mirador.


Preciosa vista desde el segundo mirador al atardecer.

Se portaron como dos campeones.

El puente sobre la primera de las pozas en la que nos estuvimos bañanado.

Sara y Bruno siempre explorando todas las posibilidades de juego.

Al día siguiente, último que pasaríamos en el valle, nos planteamos una excursión por nuestra cuenta para intentar subir hasta el refugio de Shangrilá, que no es otra cosa que las ruinas de un antiguo refugio del Club Andino de Concepción, construido por los años 40. La subido resultó un poco tediosa al principio, siguiendo una pista, pero al rato tomamos un sendero que se adentraba en el bosque hasta que de repente aparecimos ante un escorial de lava volcánica de la última erupción. Bruscamente el paisaje cambió de manera radical y nos vimos trepando por un mal país rocoso y estéril, casi lunar.

Subiendo hacia Shangrilá con los glaciares al fondo.


Entrando en el escorial de lava.

Las lenguas de lava que se adentran en el bosque y que quemaron los milenarios coihues del Descanso de los Gigantes.


Me imagino ver todo este mar de lava avanzando hacia ti.

Detalle del inmenso escorial, con los volcanes Nuevo y Viejo.

Los restos del refugio Sangrilá. Antes había aquí una escuela de esquí, pero el acceso era complicado y cuando comenzó a funcionar la actual de las Termas de Chillán, este refugio cayó en el olvido. Hoy es zona de paso para los avezados que suben a la laguna del Huemul.

Como la subida hasta el refugio me había sabido a poco, y habiendo escuchado maravillas de la Laguna del Huemul, decidí continuar subiendo yo sólo para ver si conseguía llegar hasta la laguna. La idea era hacer el descenso por otra vertiente para salir hacia el Valle de Las Trancas donde me estaría esperando Natalia con el coche.

La subida hacia la laguna desde Shangrilá es así como que casi vertical. En muy poco espacio se gana mucha altura, y hay tramos en los que tienes que avanzar ayudándote con las manos, casi escalando. Esto hace que el paisaje sea muy espectacular y aéreo, como si estuvieras volando.

Espectacular vista de la llanura de Shangrilá y el enorme escorial volcánico que se adentra entre medio de un hermoso bosque nativo de lengas, quilas, copihues, coihues y robles. Al fondo los volcanes Nuevo y Viejo.

Continuando la subida, ahora con vistas al Volcán Nevado (3.212 m) y su glaciar.

Casi llegando al collado.

En el collado que daba paso a la Laguna del Huemul.

La laguna vista desde el collado.

Panorámica del complejo Nevados de Chillán desde el collado. De izquierda a derecha el Volcán Nevado o Cerro Blanco (3.212 m), el Volcán Nuevo (3.186 m) y el Volcán Viejo o Volcán Chillán (3.172 m).

La famosa Laguna del Huemul. Bonita, pero tampoco tan espectacular.

Regresando hacia el Valle de Las Trancas.

Vista de Las Trancas.

A partir de aquí la excursión se me complicó bastante. Comencé a bajar por un pedregal interminable donde las pasé canutas y fui a parar a un fondo de valle donde perdí la huella del camino. Pensé que me había perdido, así que tomé agua en abundancia en un arroyo cercano y comencé a caminar valle abajo. Finalmente encontré un sendero el cual seguí hasta que dí con un grupo de tres montañeras que me explicaron que si continuaba por donde iba acabaría llegando a Las Trancas, así que me tranquilicé y continué hasta que pasé por un pequeño collado desde el que divisé el sector de Las Trancas. Un rato más y acabé saliendo a la carretera, así que me dispuse a llamar a Natalia para que me recogiera y cuando quise explicarle dónde estaba resultó que me hallaba a escasos 100 metros de nuestra cabaña!!! No me podía haber salido más redonda la excursión. Eso sí, llegué hecho unos zorros.

Y esto fue todo. Esa misma noche visitamos la feria de la cerveza artesanal que se celebraba justamente en Las Trancas, donde degustamos exquisitas cervezas y cenamos cordero al palo en plan homenaje de despedida. Y al día siguiente, hacer maletas y viaje de vuelta con penita después de haber estado tan confortables en un lugar tan bonito.