Después de varias visitas al deslumbrante sur de Chile, uno llega a pensar que poca cosa más queda por descubrir, y que los tupidos valles cordilleranos del sur, con sus volcanes, glaciares y lagos, difícilmente encontrarán competencia en otras latitudes más septentrionales.
Pero el norte también existe, y desde que llegamos a Chile no habíamos subido más allá de La Serena, que aunque norte, no deja de ser Norte Chico, puro aperitivo de lo que se encuentra más arriba, así que picados por la curiosidad nos aventuramos a conocer, esta vez sí, el norte con mayúsculas, el no en vano llamado Norte Grande.
Así pues, aprovechando que mi hermana estaba pasando unos días con nosotros y que el Pisuerga pasa por Valladolid, compramos unos pasajes para Calama y desde allí arrendaríamos un auto para dirigirnos a lo que sería nuestra base de operaciones, las cabañas Renta House en el turístico pueblo de San Pedro de Atacama, ubicado ya al norte del Trópico de Capricornio.
Así pues, aprovechando que mi hermana estaba pasando unos días con nosotros y que el Pisuerga pasa por Valladolid, compramos unos pasajes para Calama y desde allí arrendaríamos un auto para dirigirnos a lo que sería nuestra base de operaciones, las cabañas Renta House en el turístico pueblo de San Pedro de Atacama, ubicado ya al norte del Trópico de Capricornio.
Emocionados en el avión a punto para despegar.
Piscolabis en vuelo, pero sin pisco.
Paisaje desde el avión llegando a Calama. La cosa promete.
Una vez aterrizados, recogido el coche y habiendo hecho la compra en el súper para los próximos días, nos pusimos en ruta hacia San Pedro de Atacama, atravesando unos paisajes completamente inertes que rápidamente nos hicieron sentir en otro lugar.
Corriente Humboldt
El Desierto de Atacama es uno de los más secos del planeta. La Corriente fría de Humboldt y el anticiclón del Pacífico se encargan de mantener las precipitaciones a raya generando un clima extremadamente seco. La corriente Humboldt viene a ser como un gigantesco carrusel marino de dimensiones planetarias que hace emerger a la superficie aguas profundas y muy frías, del orden de 4 ºC, desplazándolas desde la zona central de Chile hacia el norte, siguiendo la línea litoral sudamericana hasta el ecuador. El agua es tan fría que no se evapora, haciendo que las lluvias sean una ilusión y que el clima costero sea más fresco de lo que le correspondería por latitud. Esto también hace que bañarse en el Pacífico en Chile se convierta en una experiencia no apta para cardíacos.
Sara y Bruno distrayéndose con su tía durante la hora larga que se tarda en recorrer los algo más de 100 km que separan Calama de San Pedro.
Abriendo boca con los desérticos paisajes que íbamos recorriendo.
Interminables rectas que se sucedían una tras otra.
Casi llegando a San Pedro. Ya se divisa la Cordillera al fondo.
Sandra
Sandra es la persona con la que contactamos para reservar las cabañas. Cuando llegamos, estaba en la feria (mercadillo), que tocaba ese día, así que la esperamos hasta que la vimos aparecer al poco caminando por la calle con su cesto. Nos instaló en nuestra cabaña, que estaba bastante bien, y a continuación nos diluvió con un chorro de información sobre la zona y las cosas más interesantes para ver y hacer.
Lo mejor fue que en una cuartilla de papel tomada de un bloc de los niños, comenzó a anotar nombres y datos acompañados de esquemas y croquis sobre su ubicación y cómo llegar. A medida que explicaba cosas, la información se iba superponiendo una sobre la otra a modo de capas. Entre otras cosas nos recomendó que nos acercáramos a la feria, donde podríamos comprar hoja de coca para combatir el mal de altura.
Cuando se marchó, intentamos recapitular sobre todo lo que nos había explicado, pero aquéllo debía estar escrito en mapudungún, porque no había forma de entenderlo.
Ya instalados en las cabañas decidimos comer y descansar un poco para bajar el aturdimiento provocado por el viaje, el calor sofocante y los 2.300 metros de altitud a los que se encuentra San Pedro. Por la tarde pasearíamos por el pueblo y nos acercaríamos al mercadillo.
Sandra es la persona con la que contactamos para reservar las cabañas. Cuando llegamos, estaba en la feria (mercadillo), que tocaba ese día, así que la esperamos hasta que la vimos aparecer al poco caminando por la calle con su cesto. Nos instaló en nuestra cabaña, que estaba bastante bien, y a continuación nos diluvió con un chorro de información sobre la zona y las cosas más interesantes para ver y hacer.
Lo mejor fue que en una cuartilla de papel tomada de un bloc de los niños, comenzó a anotar nombres y datos acompañados de esquemas y croquis sobre su ubicación y cómo llegar. A medida que explicaba cosas, la información se iba superponiendo una sobre la otra a modo de capas. Entre otras cosas nos recomendó que nos acercáramos a la feria, donde podríamos comprar hoja de coca para combatir el mal de altura.
Cuando se marchó, intentamos recapitular sobre todo lo que nos había explicado, pero aquéllo debía estar escrito en mapudungún, porque no había forma de entenderlo.
Ya instalados en las cabañas decidimos comer y descansar un poco para bajar el aturdimiento provocado por el viaje, el calor sofocante y los 2.300 metros de altitud a los que se encuentra San Pedro. Por la tarde pasearíamos por el pueblo y nos acercaríamos al mercadillo.
Paseando por una de las calles principales de San Pedro. Para nuestra sorpresa resultó ser más turístico de lo que nos habíamos imaginado, con mucho extranjero. Aquí en primer término se puede apreciar un niño noruego.
Llegando a la plaza, camino del marcadillo.
En la feria, como llaman aquí a los mercados en la calle.
Una de las primeras cosas que tuvimos que hacer fue comprar unos pantalones cortos, pues habíamos previsto que el altiplano sería frío (todas las guías recomiendan ir bien provisto para el frío) y cuando llegamos resulta que por el día hacía un calor horrible, así que tuvimos que aprovechar que había feria para procurar un atuendo más acorde.
Sara con su recién estrenado pantalón corto.
Productos de temporada.
Aquí hicimos otra compra obligada. Hojas de coca para mascar y hacer infusiones, imprescindibles para el aturdimiento que provoca la altura. A partir de ahora iríamos a todas partes acompañados de nuestro termo lleno de infusión de coca, con el permanente cachondeo de "pásame la coca". Por cierto, los productos que vendía esta mujer eran de lo más surrealista.
Y nada mejor para mitigar el calor que un rico mote con huesillo.
De regreso a la cabaña, contemplando el agua que trae la vida al desierto.
El Valle de la Luna (primer intento)
Nuestra primera excursión prevista sería al Valle de la Luna, muy cerca de San Pedro, el cual Sandra nos había recomendado visitar al atardecer para disfrutar de unas temperaturas más suaves y del espectáculo de ver el sol desaparecer inmersos en un paisaje lunar, así que nos pusimos en marcha a la caída de la tarde antes de que cerrasen el acceso. Provistos del croquis que nos había hecho Sandra, intentamos seguir sus indicaciones, pero aquello era un galimatías indescifrable, y la señalización en la ruta no era muy buena, así que acabamos en una pista que se adentraba por el altiplano en dirección al sur. Cuando llevábamos como 30 km avanzando por un paraje en el que no había nada, y cuando digo nada quiero decir absolutamente nada, empezamos a sospechar que no íbamos por buen camino. Como la tarde ya estaba muy avanzada y a esa hora ya habrían cerrado el acceso al Valle de la Luna, decidimos detenernos para dar un paseo por ese desolado paisaje al que habíamos ido a parar, que tampoco distaba mucho de parecer la Luna.
Parada técnica para intentar dilucidar dónde narices estamos.
Sara y Bruno felices de poder corretear a sus anchas.
Sombras al atardecer. Hacía una tarde preciosa y soplaba una cálida brisa.
Inmensidad es la palabra que mejor describe todo lo que íbamos a ver durante los próximos días.
Una vez alejado el coche de la pista nos pusimos a caminar hacia la planicie blanca que se veía desde aquí. Lo que se ve al fondo es la llamada Cordillera de la Sal y el fondo blanco es el lecho de uno de los extremos del inmenso Salar de Atacama, que se extiende por más de 300.000 hectáreas como un inmenso (inmensidad una y otra vez) mar de sal a 2.300 metros de altitud. Todo lo que se ve de color blanco no es otra cosa que sal. ¡Estábamos ansiosos por pisar la sal!
Caminando con el sol ya oculto. Pronto se haría obscuro.
Al poco salió la luna llena y el paisaje se transformó iluminado por su luz, dando la sensación de estar en otro planeta.
Explorando otros mundos.
Costras de sal petrificada. Impresionante.
Comenzaba a refrescar.
Por el camino recogimos a un niño indígena.
Al regresar al coche improvisamos una cena para los niños, que estaban hambrientos. Así llegarían dormiditos a la cabaña. Nuestro primer contacto con el desierto había sido fascinante.
La garúa es buena para la puna.
Al día siguiente queríamos ir a visitar las lagunas altiplánicas, un sistema lacustre situado a más de 4.100 metros de altitud constituido por las lagunas Miscanti y Miñiques, y que forman parte de la Reserva Nacional Los Flamencos junto con otras lagunas de los alrededores.
Para llegar había que recorrer unos 110 km y pasar por los pueblos de Toconao y Socaire, dos pequeñas y pintorescas poblaciones atacameñas. La ruta discurría en su mayor parte siguiendo la orilla del Salar de Atacama, pero al llegar a Socaire, la cosa comenzó a subir ostensiblemente, pasando en pocos kilómetros de 2.500 a más de 4.000 metros de altura. El aire se iba enrareciendo paulatinamente haciendo perder potencia al coche. Empezamos a tomar infusión de coca como locos, lamentando no poder darle un poco a nuestro vehículo.
Parada para admirar el precioso paisaje pasado el pueblecito de Socaire. Esta carretera continúa hasta el Paso Sico, en la frontera chileno-argentina. Nosotros nos desviaríamos antes para tomar el camino hacia las lagunas.
Respirando libertad, pero con poco oxígeno.
Qué tal, majos.
Bruno feliz.
Sobre los 3.500 metros se pasa de la aridez absoluta a un paisaje semi estepario, conocido como puna, en el que predominan unas formaciones herbáceas llamadas pajonales, constituidas básicamente por especies de los géneros Festuca y Stipa. Para hacernos una idea, la Stipa tenacissima es nuestro esparto, o también llamado atocha (sí, sí, la que da nombre al conocido barrio y estación de tren madrileños, seguramente por la abundancia de esta planta en la zona). Conociendo el esparto, uno se da cuenta rápidamente del tipo de planta que es y su adaptación a condiciones semi áridas. Cuando la puna se ve acompañada además por la presencia de matorral, se habla entonces de tolares, por la aparición de varias especies de tola, unos arbustos del género Baccharis. Y nos queda la garúa. La garúa no es otra cosa que una precipitación horizontal en forma de rocío o por nieblas que se da a partir de cierta altitud y que ayuda a la pervivencia de estos ecosistemas. ¡La garúa es buena para la puna!
Pajonales, tolares y Carmen.
Llegando a las lagunas a través de una preciosa puna dorada.
Un hermoso día.
Pajonales.
Más pajonales. Sí que recuerdan a los espartales (...o atochares).
Guanacos pastando tranquilamente. El guanaco es un camélido salvaje, igual que la vicuña, que habitan en la puna altiplánica. Del guanaco derivan la llama y la alpaca, ambos animales domésticos.
La primera de las lagunas, la laguna Miscanti.
Mirando en dirección a Miñiques.
En el centro el volcán Miscanti (5.613 m) y sobresaliendo por detrás un poco a la izquierda el cono del volcán Chiliques (5.778 m).
Estos espacios están protegidos así que sólo se podía acceder por los senderos habilitados y no era posible llegar a la orilla para no perturbar a las aves acuáticas que viven y nidifican en estas lagunas. Después de atiborrarnos de infusión de coca, dimos un paseo por la zona, y enseguida comenzamos a acusar la altitud, experimentando una sensación de agotamiento con cada paso.
Acercándonos a la laguna, con el cerro Miñiques (5.910 m) al fondo.
El cerro Miñiques, un volcán de casi 6.000 metros y parece que se pudiera subir dando un paseo. La verdad es que costaba hacerse idea de las sobrecogedoras dimensiones del lugar.
Descansando antes de iniciar el regreso.
Sara y Bruno destrozados por la altitud. Buenísimo, porque literalmente no pudieron dar ni un paso más. Hubo que ir a rescatarlos.
La otra laguna, la laguna Miñiques, más pequeña que la anterior, pero también muy bonita.
Abrazo de altura, tutelados por un coloso.
El Callejón de Varela.
Insidioso cerrito Miñiques de nuevo.
Otro guanaco en la puna.
De regreso al coche nos paramos en un refugio para comer y reponer fuerzas, sobre todo los niños que estaban completamente KO. Era divertido ver cómo les agotaba la altitud.
Reponiendo fuerzas con unos bocadillos, agua e infusión de coca.
Un poco de siesta. En cuanto se subieron al coche, se quedaron completamente fritos.
Un zorro culpeo (Pseudalopex culpaeus) se nos cruzó por el camino.
NaCl
De aquí emprendimos el camino de regreso, pero como aún era pronto, quisimos aprovechar la tarde parándonos a visitar la laguna Chaxa, en pleno Salar de Atacama. El Salar de Atacama es un lago somero que abarca unas 320.000 hectáreas a 2.300 metros de altitud y que en su mayor parte está seco, quedando el lecho blanco por las costras de sal precipitada al evaporarse el agua altamente salobre. El paisaje es el de una inmensa llanura blanca sembrada de pegotes y agregados de sal petrificada. De vez en cuando aflora el agua en pequeñas lagunas unidas por canales naturales, en las que habitan y se alimentan gran cantidad de flamencos y otras aves acuáticas. Una de estas lagunas es la laguna Chaxa, espacio protegido que también forma parte de la Reserva Nacional Los Flamencos.
Después de recorrer 24 km por un espejismo blanco se llega al acceso del espacio protegido. Allí, en la sala audiovisual, se puede ver un vídeo que explica la importancia del lugar y qué es lo más destacado que se puede observar, haciendo especial alusión al flamenco, del cual se encuentran presentes tres especies, la parina grande, el flamenco chileno y la parina chica. Este último sólo visita el salar en invierno, cuando las lagunas altiplánicas, por encima de los 4.000 metros, se congelan.
De aquí emprendimos el camino de regreso, pero como aún era pronto, quisimos aprovechar la tarde parándonos a visitar la laguna Chaxa, en pleno Salar de Atacama. El Salar de Atacama es un lago somero que abarca unas 320.000 hectáreas a 2.300 metros de altitud y que en su mayor parte está seco, quedando el lecho blanco por las costras de sal precipitada al evaporarse el agua altamente salobre. El paisaje es el de una inmensa llanura blanca sembrada de pegotes y agregados de sal petrificada. De vez en cuando aflora el agua en pequeñas lagunas unidas por canales naturales, en las que habitan y se alimentan gran cantidad de flamencos y otras aves acuáticas. Una de estas lagunas es la laguna Chaxa, espacio protegido que también forma parte de la Reserva Nacional Los Flamencos.
Después de recorrer 24 km por un espejismo blanco se llega al acceso del espacio protegido. Allí, en la sala audiovisual, se puede ver un vídeo que explica la importancia del lugar y qué es lo más destacado que se puede observar, haciendo especial alusión al flamenco, del cual se encuentran presentes tres especies, la parina grande, el flamenco chileno y la parina chica. Este último sólo visita el salar en invierno, cuando las lagunas altiplánicas, por encima de los 4.000 metros, se congelan.
Rodeados de sal.
Un lugareño.
Posando junto a una charca llena de salmuera de aceitunas.
Una familia muy salada.
Sal,
sal,
y nada más que sal.
Después del recorrido observando las formaciones salinas, no dirigimos a la laguna para observar las aves acuáticas.
Un grupo de caitís.
Los flamencos, alimentándose de algas y microinvertebrados.
Brutal paisaje dominado por el volcán Láscar (5.592 m). Cuando pasamos en la mañana camino a Socaire, este volcán estaba humeando. De hecho es uno de los más activos de Chile, con una tasa eruptiva de 5,8 años.
Flamencos pastando tranquilamente con el majestuoso Licancabur (5.916 m) al fondo.
Foto de familia amablemente tomada por unos alemanes a los que nos iríamos encontrando en las sucesivas excursiones.
Acabada la entretenida visita, y con la piel reseca y cuarteada de tanta sal, hicimos la última parada en el pueblito de Toconao. Este pueblo es curioso por estar atravesado por un quebrada conocida como Valle de Jere por la que desciende abundante agua que es aprovechada para regar multitud de pequeños huertos en los que proliferan todo tipo de frutales. Un verdadero oasis en mitad del desierto. También es característico por tener la torre del campanario en mitad de la plaza, separada del resto de la iglesia.
El famoso campanario de San Lucas, en Toconao, construido en 1750. La plaza se veía bonita y bien remodelada.
ALMA
De aquí nos regresaríamos a las cabañas en busca del merecido descanso después de un completo y ajetreado día, pero antes un inciso para hablar de ALMA.
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Muy cerca de Toconao está el acceso a ALMA, el Atacama Large Millimeter Array, un conjunto de radiotelescopios ubicados en el llano de Chajnantor, a más de 5.000 metros de altura. ALMA es una asociación entre el Observatorio Europeo Austral (ESO) y otras instituciones científicas de EE.UU, Canadá, Japón, Taiwan, Corea y por supuesto, Chile. La presencia de ALMA también ha sido un buen aliciente para los pueblos de la zona, especialmente Toconao, a través de subvenciones y proyectos educacionales.
Debe ser espectacular la visión de los enormes radiotelescopios en un altiplano a más de 5.000 metros de altura. Contemplar el cielo desde aquí debe ser una experiencia inolvidable. No me resisto a poner alguna imagen tomada de Internet.
«ALMA and a Starry Night» de ESO/B. Tafreshi (twanight.org) - http://www.eso.org/public/images/potw1238a/. Disponible bajo la licencia CC BY 4.0 vía Wikimedia Commons - https://commons.wikimedia.org/wiki/File:ALMA_and_a_Starry_Night.jpg#/media/File:ALMA_and_a_Starry_Night.jpg
Fuente: National Geographic. http://proof.nationalgeographic.com/2014/03/17/dave-yoder-painting-the-sky-from-the-atacama-desert/
Aquí aparecen con el Licancabur al fondo.
«Alma antenna in transit» de ESO/Pascal Martinez - http://www.eso.org/gallery/v/ESOPIA/ALMA/antennatrans.jpg.html. Disponible bajo la licencia CC BY 4.0 vía Wikimedia Commons - https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Alma_antenna_in_transit.jpg#/media/File:Alma_antenna_in_transit.jpg
Vehículo utilizado para el transporte de las antenas.
«ALMA en route to Chajnantor (Landscape)» de ESO - ESO. Disponible bajo la licencia CC BY 4.0 vía Wikimedia Commons - https://commons.wikimedia.org/wiki/File:ALMA_en_route_to_Chajnantor_(Landscape).jpg#/media/File:ALMA_en_route_to_Chajnantor_(Landscape).jpg
Subiendo una de las antenas al llano de Chajnantor.
Desde aquí tendremos una inmejorable ventana para observar el Universo frío, desde el gas molecular y el polvo hasta los vestigios de la radiación del Big Bang. Se podrán estudiar sistemas planetarios alrededor de otras estrellas y quién sabe si detectar indicios de vida en alguno de ellos. Podremos observar cómo nacen los planetas y cómo se forman las galaxias, ayudando a resolver algunos de los interrogantes sobre nuestros orígenes cósmicos.
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Sabias decisiones
Un nuevo día amanece, y con él la ilusión de visitar otro de los lugares imperdibles en la zona: los géiseres del Tatio. Los géiseres del Tatio es un enorme campo geotermal (el más grande del hemisferio sur y el tercero del mundo) situado a 4.320 metros sobre el nivel del mar, en el que se pueden observar todo tipo de surgencias, fumarolas y emanaciones termales, incluidos algunos géiseres de hasta 10 metros de altura. A pesar de la espectacularidad que prometía, al principio teníamos nuestras reservas, pues según todas las guías que uno consultase y en todas las agencias que uno preguntase, la recomendación era estar allí muy temprano, antes de la salida del sol, para apreciar los géiseres en toda su magnitud, ya que están más activos cuando el contraste térmico entre el interior de la superficie terrestre y el exterior es mayor, esto es, justo antes del amanecer. De hecho, todos los tours partían sobre las cinco de la madrugada para estar arriba a las 7:00 AM y contemplar las erupciones de los géiseres mientras el sol va apareciendo tras el horizonte. Bonito, pero con un inconveniente, y es que a esa hora y a esa altitud, las temperaturas suelen estar a unos cuantos grados bajo cero. Pensar en pegarnos semejante madrugón con los niños y tener que soportar temperaturas polares nos echaba un poco para atrás, así que como los días eran largos decidimos partir tranquilamente en la mañana y llegar cuando llegáramos, ya que seguramente el lugar merecería la pena aunque los géiseres no estuvieran en plena efervescencia. Sabia decisión.
Con todo dispuesto, y abundante infusión de coca para la altitud, nos pusimos en marcha. Había que recorrer 90 km desde San Pedro de Atacama en dirección norte por una pista sin pavimentar, aunque con buen firme. Según íbamos subiendo comenzamos a cruzarnos con todos los microbuses de los tour operadores y todos los 4x4 de alquiler para turistas que bajaban de regreso a San Pedro. El paisaje se iba haciendo cada vez más espectacular, hiperárido hasta que a partir de cierta altitud comenzaba la puna. Pronto dejamos de cruzarnos con vehículos hasta que quedamos solos transitando por una vasta inmensidad que a cada paso invitaba a pararse a contemplar, pero tomamos la decisión de continuar hasta los géiseres sin mucha demora por si acaso y dejar el recreo para el regreso. Sabia decisión.
Un nuevo día amanece, y con él la ilusión de visitar otro de los lugares imperdibles en la zona: los géiseres del Tatio. Los géiseres del Tatio es un enorme campo geotermal (el más grande del hemisferio sur y el tercero del mundo) situado a 4.320 metros sobre el nivel del mar, en el que se pueden observar todo tipo de surgencias, fumarolas y emanaciones termales, incluidos algunos géiseres de hasta 10 metros de altura. A pesar de la espectacularidad que prometía, al principio teníamos nuestras reservas, pues según todas las guías que uno consultase y en todas las agencias que uno preguntase, la recomendación era estar allí muy temprano, antes de la salida del sol, para apreciar los géiseres en toda su magnitud, ya que están más activos cuando el contraste térmico entre el interior de la superficie terrestre y el exterior es mayor, esto es, justo antes del amanecer. De hecho, todos los tours partían sobre las cinco de la madrugada para estar arriba a las 7:00 AM y contemplar las erupciones de los géiseres mientras el sol va apareciendo tras el horizonte. Bonito, pero con un inconveniente, y es que a esa hora y a esa altitud, las temperaturas suelen estar a unos cuantos grados bajo cero. Pensar en pegarnos semejante madrugón con los niños y tener que soportar temperaturas polares nos echaba un poco para atrás, así que como los días eran largos decidimos partir tranquilamente en la mañana y llegar cuando llegáramos, ya que seguramente el lugar merecería la pena aunque los géiseres no estuvieran en plena efervescencia. Sabia decisión.
Con todo dispuesto, y abundante infusión de coca para la altitud, nos pusimos en marcha. Había que recorrer 90 km desde San Pedro de Atacama en dirección norte por una pista sin pavimentar, aunque con buen firme. Según íbamos subiendo comenzamos a cruzarnos con todos los microbuses de los tour operadores y todos los 4x4 de alquiler para turistas que bajaban de regreso a San Pedro. El paisaje se iba haciendo cada vez más espectacular, hiperárido hasta que a partir de cierta altitud comenzaba la puna. Pronto dejamos de cruzarnos con vehículos hasta que quedamos solos transitando por una vasta inmensidad que a cada paso invitaba a pararse a contemplar, pero tomamos la decisión de continuar hasta los géiseres sin mucha demora por si acaso y dejar el recreo para el regreso. Sabia decisión.
Inspirando hondo en un intento fútil por capturar la libertad de este inabarcable espacio que hoy parecía reservado para nosotros.
De camino había que cruzar algunos bofedales. Los bofedales son un regalo de la naturaleza. Acumulaciones de agua dulce que discurre por el altiplano procedente de las nieves perpetuas de las cumbres, y que permiten el desarrollo de praderas siempre verdes. Estos humedales contrastan fuertemente con el entorno extremadamente seco y son aprovechados para el pastoreo de alpacas y llamas (que recordemos son animales domésticos derivados del guanaco, un camélido salvaje). En ellos también es posible ver flamencos y otras aves acuáticas.
Bofedal.
Finalmente, cuando parecía que nunca íbamos a llegar, nos topamos con la caseta de recepción del parque. Tras el ritual habitual de inscribirnos y pagar la correspondiente entrada, una guía indígena nos entrega un mapa y nos da las pertinentes explicaciones y recomendaciones de seguridad. Accedemos al campo geotermal completamente solos. No había nadie. Al cabo de un rato aparecen los alemanes que nos habían hecho la foto en el Salar de Atacama, y aprovechamos para conversar con ellos.
Impresionante el enorme campo de géiseres con sus fumarolas. Hacía fresquito, pero se estaba bien con el sol.
Foto de familia tomada nuevamente por nuestros amigos alemanes.
Sara y Bruno intentando hacer vahos con el vapor.
No llegamos a ver chorros de 10 metros, pero igualmente era impresionante ver el agua hervir y salir disparada.
El agua, increíblemente cristalina, mana a una temperatura de 85ºC (punto de ebullición a esa altitud) al entrar en contacto un río helado subterráneo con la roca caliente del subsuelo.
Vista parcial del campo geotermal (era enorme y con varios sectores separados unos de otros) con la mole de un cerro de más de 5.900 metros detrás. Al otro lado está Bolivia.
Practicando el selfie.
Después de visitar las fumarolas nos acercamos para ver la piscina. Para nuestra sorpresa, la piscina era una hermosa balsa natural de aguas termales acondicionada para el baño, y aunque la temperatura no acompañaba mucho, no nos pudimos resistir a sacar los bañadores y darnos un chapuzón con agua tibia. Menudo placer bañarse a esa altitud, con unas vistas increíbles, notando los chorros de agua calentita que manaban por el lecho de la piscina. A nadie le apetecía salir del agua, y Sara y Bruno estaban felices. Lo mejor de todo era que estábamos completamente solos,
Disfrutando de un rico baño.
En un entorno increíble.
A ver quién es el guapo que sale del agua.
Cuando ya llevábamos un rato como garbanzos en remojo, aparecieron dos hombres portando unas cajas y comenzaron a preparar una mesa con una silla. mantelito, plato, cubierto, vaso... y luego empezaron a sacar comida, cosas ricas para picar y una botella de vino. Al principio pensamos que venía un grupo y les estaban preparando un pic-nic, pero cuando ya lo tenían todo listo, apareció un personaje caminando hasta la piscina, al que asistieron en todo momento, que se dio un chapuzón y acto seguido se sentó a disfrutar de las viandas y el vino. Resultó que estábamos ante una excursión VIP para un alemán que debía tener mucha pasta, al que los dos guías que le acompañaban le trataban a cuerpo de rey. Con el escándalo que estábamos armando le debimos de cortar un poco el rollo, pero los guías eran simpáticos y estuvimos charlando con ellos, y al final el misterioso personaje también resultó simpático y nos acabó invitando a vino.
Todo esto viene a colación porque los dos guías nos explicaron que habíamos hecho muy bien viniendo a esta hora, ya que si hubiésemos hecho el tour clásico de madrugada, aparte de pelarnos de frío, habríamos tenido que compartir con cientos de personas la contemplación de los géiseres, abriéndonos hueco a codazos entre la multitud para tomar una foto y bañarnos apretujados en una piscina abarrotada de gente con toda el agua sucia y removida. O sea, que finalmente fue una sabia decisión no madrugar y tomárnoslo con calma, porque de otro modo no hubiésemos podido disfrutar de aquella paz y aquella tranquilidad.
Sin ninguna gana de salir del agua.
Estábamos tan bien que no nos percatamos de los nubarrones que se estaban formando sobre nuestras cabezas, hasta que de repente comenzó a tronar. Fue entonces cuando decidimos que mejor sería dar por finalizado el baño y buscar un lugar seguro.
El invierno boliviano.
En los Andes centrales ocurre un curioso fenómeno climático, y es que la época de mayor pluviosidad se da entre los meses de diciembre y marzo, en pleno verano austral. Son las únicas lluvias del año y se dan en el sector montañoso, ya que más hacia el oeste, hacia el Pacífico, las precipitaciones, como ya expliqué antes, son prácticamente inexistentes. Bien, pues a pesar de estar en la estación más calurosa, estas lluvias reciben el nombre de invierno boliviano (también invierno andino o invierno altiplánico), tal vez porque suelen venir del lado boliviano, y tal vez porque las lluvias siempre se asocian al invierno.
Sea como sea, gracias a no madrugar pudimos disfrutar in situ de uno de estos episodios de lluvia, y realmente fue algo espectacular. Nunca imaginé que llegaría a ver una tormenta formarse y descargar con toda su furia sobre montañas de más de 6.000 metros. Por suerte para nosotros, cuando rompió ya habíamos procurado refugio en el centro de recepción del campo geotermal, donde capeamos el temporal en compañía de una pareja de franceses y el personal de servicio del centro, que amablemente se prestaron a prepararnos unos tés bien calentitos.
Viendo la tormenta evolucionar desde la puerta del centro de recepción. El episodio fue de tal magnitud que hasta los trabajadores del centro, curtidos indios altiplánicos de aspecto Machu Pichu, salieron a filmar con sus teléfonos las tronadas y centellazos.
A buen recaudo mientras el cielo se desplomaba sobre nuestras cabezas con una granizada de libro.
Sara y Bruno groguis, entre la altitud y las emociones del día.
Escampando.
La tormenta que se alejaba poco a poco, dejando todo húmedo y con un olor increíble.
Cuando la tormenta cesó, decidimos emprender el regreso a San Pedro, y a partir de aquí tuvo lugar el trayecto paisajísticamente más fascinante que yo haya hecho jamás en mi vida. El paso de la tormenta y su compañía en algunos tramos a medida que bajábamos nos regaló un espectáculo de luces, sombras, claros, tonos, colores, contrastes y olores que nunca seré capaz de olvidar.
Gracias a la sabia decisión de dejar las paradas para el regreso, pudimos recrearnos a placer durante todo el viaje de vuelta. Nuevamente solos, con la sensación de ser los únicos habitantes del planeta, de un planeta que no parecía la Tierra, fuimos recorriendo el altiplano parándonos a cada rato para contemplar, respirar y hacer fotos.
Los bofedales eran lugares fascinantes. Estas aves son unas anátidas que habitan en los bofedales y reciben el nombre de piuquén o guayata andina (Chloephaga melanoptera).
Tagua (Fulica armillata), otra ave típica de los bofedales.
La mano de Sara,
Manada de guanacos.
Taguas con su nido en forma de montículo isla.
Este pueblecito a 4.000 metros se llama Machuca, y tiene una iglesia muy pintoresca.
Iglesia de Machuca.
Bofedal de Machuca.
Llamas pastando en el bofedal.
Más llamas. Son fáciles de diferenciar del guanaco, entre otras cosas porque las adornan.
Majestuosos Licancabur.
Asomándonos a la quebrada de Guatín.
Aquí nos paramos a contemplar la quebrada de Guatín, por la que discurre el río Puritana aguas abajo de las famosas termas de Puritana. Son unas piscinas fluviales de aguas termales, también acondicionadas para el baño. No pudimos ir a verlas, ni tampoco bañarnos en cualquiera de las pozas calientes que hace el río, como nos recomendó Sandra. Para la próxima será.
El río Puritana.
Cardón de la puna (Echinopsis atacamensis). Es un cactus enorme que crece en este entorno. En el fondo de la quebrada se aprecian las colas de zorro (Cortaderia speciosa).
Escala de dimensiones.
Practicando la escalada.
Hermosas colas de zorro junto al agua.
Enormes cardones.
Llegados a este punto, el sol del atardecer filtrándose por un claro nos regaló un hermosos paseo por Marte justo antes de llegar a San Pedro. Precioso colofón para un magnífico día.
Valle de la Luna (segundo intento)
Después del fracaso del primer día hicimos un segundo intento al Valle de la Luna para aprovechar nuestras últimas horas en San Pedro. Como el vuelo lo teníamos por la tarde, dejamos todo listo en la cabaña para hacer la visita y después regresar, comer y partir hacia Calama.
No veríamos el Valle de la Luna al atardecer, sino que lo haríamos a mediodía, con un par, para enterarnos de lo que es el desierto y vivirlo en toda su contundencia. Nada de puestas de sol romanticoides ni luces del atardecer. Nosotros, ya curtidos, lo haríamos bajo un sol de justicia y un calor insoportable. No fue tan espectacular como esperábamos, pero había que conocerlo.
Comenzando la excursión.
Caminando entre extrañas formaciones.
Todas las formaciones que se ven están compuestas de una especie de mezcla de barro y sal petrificadas.
Caminando por las dunas.
Por aquí cerca se encontraba el Apollo 15.
Adentrándonos en una cueva.
Sara y Bruno emocionados con la experiencia de entrar en una cueva.
Suerte de la aplicación de linterna para smart phones.
Saliendo de la cueva.
Visitando una duna enorme.
Última duna y regreso a la Tierra.
Y hasta aquí nuestro viaje. El regreso fue todo rodado. Llegamos al aeropuerto con tiempo suficiente para devolver el coche y embarcar de regreso a casa, eso sí, con un muy buen sabor de boca de este viaje, que resultó completamente diferente a todo lo que habíamos hecho hasta ahora, pero con un nivel altísimo de emociones y sensaciones.