domingo, 8 de mayo de 2016

Carretera Austral

Magna obra inacabada que se abre camino por los territorios de la Patagonia chilena. 1240 kilómetros que unen Puerto Montt con Villa O'Higgins a través de prístinos paisajes en los que la civilización se va instalando tímidamente. Tierra de colonos que hasta fechas muy recientes vivían en el más completo olvido institucional, abriendo el bosque a base de fuego y hacha para poder instalar sus rebaños de ovejas y sus tierras de cultivo.

Corría el año 1976 cuando el dictador Augusto Pinochet emprendió la construcción de la ruta bajo un ambicioso proyecto en el que el Cuerpo Militar del Trabajo, que dependía del Ejército de Chile, iba a tener un papel primordial. En efecto, más de diez mil soldados trabajarían en una de las obras de ingeniería más complejas y costosas de la historia de Chile.

Y es que la Carretera Austral no se trataba de un capricho del General, sino de toda una infraestructura de innegable interés estratégico. Por una parte para cohesionar el territorio incorporando el olvidado Sur al resto del país, estableciendo definitivamente la soberanía chilena en la zona. Por otra para dar servicio y posibilidad de desarrollo a los colonos que habitaban estas tierras, unas tierras cuyos habitantes vivían a caballo entre la nada y la pampa argentina, cuya identidad se difuminaba entre el pionero y el gaucho. Pobladores que no se sentían chilenos ni se identificaban con los símbolos patrios.

El dictador se implicó a fondo y supervisaba personalmente las obras cada año. Cuentan que en uno de sus viajes, en 1993, casi se ahoga en el río Baker. Su camión quedó colgando en un terraplén recién construido para que el río no se llevara el camino. Finalmente pudo ser rescatado cuando 20 soldados se colgaron de la caja del camión para que no cayera.

También cuentan que si no se hubiera hecho el camino los soviéticos hubiesen tomado posesión del Estrecho de Magallanes, cambiando la historia de la Guerra Fría para siempre. Quién sabe.

Lo cierto es que la Carretera Austral, o Ruta 7, se abre paso a través de valles y montañas, bosques y roca, caudalosos ríos, lagos, glaciares y fiordos, conectando pueblos aislados y llevando el progreso a un territorio en el que aún se puede respirar el espíritu de ser un pionero.


https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/a/a1/Carretera_Austral.png
Imagen tomada de Wikipedia.



Nuestro viaje




Nuestro recorrido partía de Balmaceda, el aeropuerto de la ciudad de Coyhaique. Este aeropuerto se encuentra en un llano de la zona de transición entre la cordillera y la pampa argentina. De hecho, el extremo oriental de la pista casi toca la línea fronteriza. Allí teníamos que recoger la pick-up que habíamos alquilado para nuestro viaje, y ahí tuvo lugar nuestra primera anécdota, pues resultó que, casualidades de la vida, la persona que nos alquiló el coche también trabajaba para Centrovet.

Así que con nuestra camioneta 4x4, nos dirigimos sin dilación hacia nuestro primer destino: Puerto Cisnes, 260 kilómetros dirección Norte, donde pasaríamos dos noches.

De camino vamos descubriendo los paisajes que nos acompañarán durante los próximos días. Bosques, prados, lagos, montañas, glaciares, y la ruta, la Ruta 7, siempre austral. Pasamos por poblaciones de muy corta existencia, como Mañihuales, fundada en 1935 sobre un bosque en el que abundaban los mañíos, ahora substituidos por casas y pastizales. Unos cuantos kilómetros después de Mañihuales pasamos por Villa Armengol, fundada en ¡1983!

Puerto Cisnes

El viaje fue agradable, con buena ruta, pues este tramo de carretera está asfaltado. Después de instalarnos en nuestro acogedor hotelito, Lafquen Antú, ubicado frente al paseo marítimo, salimos a dar una vuelta por la playa mientras hacíamos tiempo para la cena.


Localidad de Puerto Cisnes, ubicada en una pequeña cala en el fiordo del Canal Puyuhuapi.


La caleta de pescadores.




Al frente la Isla Magdalena. Casi toda ella constituye el Parque Nacional Isla Magdalena.


Sara y Bruno descubriendo los tesoros que la bajamar pone al descubierto.






Al día siguiente nos dirigimos de nuevo hacia el norte en dirección hacia Puyuhuapi, para visitar el Parque Nacional Queulat y su famoso ventisquero (glaciar) colgante.

Aquí la ruta ya no estaba asfaltada, y además había que pasar la temible Cuesta Queulat, un puerto de montaña de interminables curvas y revueltas muy cerradas, llenas de calaminas. Las calaminas son esos indeseables rizos que se forman en los caminos de tierra sin asfaltar y que generan una reverberación muy desagradable para la conducción.

Parque Nacional Queulat

Llegados al parque pagamos la correspondiente entrada y tras estacionar el auto comenzamos nuestra excursión para subir al mirador del ventisquero. Aquí pudimos disfrutar de la exuberancia del bosque templado húmedo patagónico, poblado de coigües (Nothofagus dombeyi) y lengas (Nothofagus pumilio), con enormes helechos y nalcas (Gunnera tinctoria) de hojas gigantescas más altas que Sara y que Bruno.






Puente que cruza el río Ventisquero, al inicio de la excursión. Yeyes muestra su palo unido a la muñeca por un cordón en señal de que esta vez no está dispuesta a perderlo.


Un duendecillo del bosque.










Bruno y la nalca gigante.






La caminata nos llevó unas tres horas hasta llegar al mirador, pero valió la pena porque la vista sobre el ventisquero era espectacular, literalmente colgado al borde de un precipicio por el que de vez en cuando caían seracs desprendidos del glaciar con gran estruendo.


Caminando se estaba bien, pero en cuanto nos quedamos parados, a todos les entró frío.




Espectacular el ventisquero colgante. Tuvimos la suerte de presenciar dos enormes seracs precipitándose al vacío.


Cruzando el río de nuevo, con el ventisquero colgante al fondo.


¡Uf! Haciendo estiramientos al final de la caminata.


De regreso al hotel nos detuvimos en un pequeño café-bar a la salida del parque, donde nos dieron pan amasado recién salido del horno, tan rico que decidimos que había que acompañarlo con algo, así que acabamos merendando unos riquísimos huevos fritos con patatas fritas que hicieron las delicias de todos, especialmente de Sara y Bruno, que habían caminado como campeones.


Esperando la comida.


Antes de acometer la cuesta Queulat para volver a Puerto Cisnes, aún nos detuvimos a contemplar el salto del sendero Padre García, muy cerca de la carretera.








De regreso al hotel Sara y Bruno, por si no hubieran tenido poco, aún disfrutaron jugando a hacer concursos de baile con la wii del hotel. La verdad es que los días se nos hacían sospechosamente largos, pero todo era debido a que estábamos en pleno verano austral, al sur en latitud, y claro, las horas de luz eran interminables. Amanecía tempranísimo y aún se intuía claridad cerca de la medianoche.

Bosque encantado

Al día siguiente reemprendimos la ruta, esta vez hacia el sur, desandando el camino que hicimos el primer día, hasta Coyhaique, donde habíamos reservado una cabaña para un par de noches. La ruta estaba pavimentada, así que para aprovechar el día decidimos parar de camino en el Bosque Encantado. Amaneció lloviendo, una pertinaz llovizna de esas que te acaban calando hasta los huesos, pero aún así nos aventuramos a caminar por el bosque, más encantado aún bajo la lluvia. Un bosque hiperhúmedo, impenetrable, rebosante de musgos, oscuro y encantado, o tal vez hechizante o fantasmagórico. Inquietante en cualquier caso.


Iniciando el paseo, bien ufanos con nuestros impermeables.










¿Dónde está Bruno?



Bruno, el pequeño Darth Vader.






Llegado un punto, el sendero comenzó a ascender bruscamente hasta que el bosque se fue aclarando y nos permitió ver el entorno en el que estábamos, rodeados de imponentes paredones por los que caían largas cascadas de agua que se perdían en la niebla.





En este punto había que cruzar un arroyo que bajaba bastante fuerte, así que entre lo peligroso que resultaba para los niños y el desánimo de la lluvia, todos decidieron regresar menos yo que me animé a continuar un rato a ver hasta dónde llegaba. Quería asomarme a un pequeño circo que se intuía algo más arriba.



Ahí arriba hay glaciares que la niebla no deja ver.



Un poco más y... ¡Oh, sorpresa!



¡Qué maravilla!






De regreso, teníamos más de 200 kilómetros hasta Coyhaique, así que con la calefacción del coche al máximo habría tiempo para que se secara todo, hasta nosotros mismos.


Cansancio, día lluvioso, coche calentito...


Una parada técnica, y de paso disfrutar del paisaje.


Coyhaique

Llegados a Coyhaique nos dirigimos a nuestra cabaña para instalarnos y después al súper a hacer la compra.

Coyhaique es la capital de la Región de Aysén. Se ubica en la confluencia de los ríos Simpson y Coyhaique y cuenta con una población de más de 50 mil habitantes. Localidad con aires de ciudad, contrasta fuertemente con el despoblamiento de la zona.

Aquí pasaríamos dos noches en una bonita cabaña y para romper un poco la monotonía de las excursiones nos dedicamos a hacer turismo urbano y un rafting por el río Simpson.


Bonitas vistas desde la cabaña.


Disfrutando del jardín.


Desayunando.

Paseando por la ciudad hicimos dos descubrimientos importantes, el primero fue un restaurante muy barato de menú del día donde nos pusimos las botas. El segundo fue que en toda esta zona hacen unos quesos muy ricos, de vaca y de oveja, con diferentes grados de maduración, más parecidos a lo que estamos acostumbrados, nada que ver con el típico queso mantecoso,

Ya en la tarde, contactamos con una agencia para hacer un rafting por el río Simpson.


Nuestro guía, un conocido campeón kayakista cuyo nombre no recuerdo, y que también conocía a varios kayakistas famosos de la Noguera Pallaresa cuyo nombre tampoco recuerdo, nos fue guiando a golpe de "esooo".




Yeyes tuvo algún desencuentro con el pilotaje, pero esto no era el Mediterráneo ni estábamos a bordo de la Yeyela, y finalmente todo se desarrolló como estaba previsto.


En esta foto se puede ver la cara de un indio, ¿dónde? Y no es ninguna de las nuestras. Hay que buscarla en el paisaje.


Al final nos esperaba un piscolabis con picle (pickle), como llaman aquí a los encurtidos, y cerveza fresquita como recompensa después de subir la balsa hasta la carretera.


De Coyhaique a Puerto Río Tranquilo

Al día siguiente tocaba ponerse en ruta nuevamente, esta vez hacia Puerto Río Tranquilo, a orillas del lago General Carrera. 217 kilómetros más hacia el sur con un tiempo previsto de viaje de ¡5 horas 50 minutos! Y es que a partir de la mitad del viaje se acababa el pavimento convirtiéndose la carretera en una polvorienta pista de ripio llena de calaminas. Teníamos todo el día para llegar, así que había que tomárselo con calma.

El viaje hasta Cerro Castillo fue bueno, salvo cuando Natalia se despistó y nos quiso meter en Argentina llevándose por delante la barrera del puesto fronterizo. Por suerte pudimos pararla a tiempo y regresar a nuestra ruta.


Parada en el mirador Cerro Castillo o mirador Cuesta del Diablo, según para dónde mires.


El cartel lo explica mejor que yo.


El imponente Cerro Castillo, con sus 2675 metros de altura, cubierto de nieve y bosques de lenga (por si alguien no leyó el cartel).


Las serpeantes y empinadas curvas que abrieron paso a los primeros colonos en transitar por estas inhóspitas y vírgenes tierras australes (por si alguien sigue sin leer el cartel).


Un poco más abajo de las serpeantes y empinadas curvas se llega a la pequeña localidad de Villa Cerro Castillo, y a partir de aquí se acaba el pavimento. Entonces es cuando uno descubre la carretera austral en toda su magnitud. Obligados a un viaje más lento, los paisajes se nos vienen encima haciéndonos sentir más insignificantes mientras transitamos una ruta que se abre camino por lugares imposibles. A partir de aquí nos cruzaremos con pocos autos, siendo el polvo del camino nuestro único acompañante.

De camino pasaremos junto a la Laguna Verde y a continuación el puente El Manso, que cruza sobre el río en que desagua la laguna poco antes de su confluencia con el río Ibáñez. Aquí uno se queda con la boca abierta cuando contempla el resultado de uno de esos episodios en los que la naturaleza se desata con toda su violencia. En agosto de 1991 hacía erupción el volcán Hudson, una de las más violentas de la historia de Chile, anegando el valle del río Ibáñez y provocando una inundación cuyas consecuencias se pueden apreciar hoy día, 25 años después.

El camino avanza remontando el valle inundado casi a ras de agua, a nivel de los sedimentos dejados por la inundación. Un poco más adelante pararíamos para comer unos bocadillos junto al río y podríamos caminar sobre la plataforma de sedimentos en que se había convertido el valle.








El río bajaba muy amplio, sin profundidad y haciendo meandros.


Sara y Bruno colonizando esta gigantesca playa fluvial, como dos auténticos salvajes.


Luego continuaríamos por el valle del río Cajón, donde la ruta gana bastante altura, para pasar el portezuelo Cajón-Cofré y bajar al valle del río Murta, caudaloso y espectacular con sus aguas de color turquesa opaco porque se originan en un glaciar donde debido a la gran presión, el agua no contiene oxígeno. Lástima que no hice ninguna foto.


Detalle de la ruta a la altura del puente sobre el río Engaño.


Sara tomándole el gusto a la fotografía.


Aquí se puede apreciar cómo toda la ladera del fondo ha sido transformada en pastizales, quedando aún numerosos troncos sobre la hierba, vestigio de lo que fuera el bosque nativo, y señal de que la ocupación de estar tierras es relativamente reciente.


El río Engaño.


Ídem.


El río Engaño y el Murta desembocan hombro con hombro sobre el lago General Carrera, así que unos pocos kilómetros más y llegaríamos por fin, expectantes, al ansiado lago.


¡Por fin! El lago General Carrera.


Contemplando el brazo norte del lago.


Orilla norte del lago, en la bahía Murta.




Contentos de haber llegado hasta aquí.


El lago General Carrera (o Chelenko en lengua tehuelche, que significa aguas turbulentas) es un charquito al que sus 224 mil hectáreas lo convierten en el segundo más grande de Sudamérica después del Titicaca. Se ubica a 350 metros sobre el nivel del mar, a caballo entre Chile y Argentina (donde se llama lago Buenos Aires), y que tiene la insólita curiosidad de que sus aguas desembocan en dos océanos. Por el oeste (lado chileno) desagua sobre el río Baker que acaba desembocando en el Pacífico. Y por el este (lado argentino) desagua sobre el río Deseado, que acaba desembocando en el Atlántico después de cruzar la árida pampa argentina. Su profundidad máxima es de 600 metros.

Ahora el lago dominará el paisaje durante muchos kilómetros, pero a nosotros sólo nos quedaban 30 para llegar a Puerto Río Tranquilo, nuestro destino, así que con un poco de paciencia y otro tanto de polvo llegamos por fin a nuestra siguiente parada.


Puerto Río Tranquilo

Cansados de todo un día de viaje con innumerables paradas, llegamos por fin a esta aldea de unos 400 habitantes que marcaba lo que se suponía iba a ser el clímax de nuestro viaje, donde habíamos reservado cuatro noches en una cabaña y donde pretendíamos hacer varias excursiones, pero que al final nos decepcionó un poco. Primero porque la cabaña no era lo que esperábamos, segundo porque el pueblecito no resultaba muy atractivo, excesivamente turistizado, pero sin gracia, y tercero porque la esperada excursión al glaciar Exploradores no la íbamos a poder realizar ya que no había crampones tan pequeños para los niños. En vista del panorama, acortaríamos nuestra estancia a dos noches, y ampliaríamos dos noches más en Cochrane.

Llenos de polvo hasta las orejas nos instalamos en la cabaña y salimos a las casetas de turismo junto a la orilla del lago para cerrar las excursiones. Una sería a la Catedral de Mármol y la otra la del glaciar Exploradores pero que al final no podría ser. Luego daríamos un paseo por la playa del lago al atardecer.


Vista de Puerto Río Tranquilo desde la playa.




Jugando en la playa del lago.




Remojándonos los pies, sólo hasta los tobillos.


Catedral de Mármol

Consiste en unas formaciones de carbonato cálcico erosionadas por las aguas del lago que han creado diferentes cavernas e islotes que se pueden recorrer interiormente con pequeñas embarcaciones. Después de desayunar bien nos dirigimos al embarcadero para iniciar la navegación.








































Marineros de agua dulce.


Esa misma tarde, Yeyes no pudo refrenar sus instintos depredadores, así que concertó una salida de pesca en el lago con uno de los guías de nuestro barco. El resultado, un hermosos ejemplar de salmón salvaje, del que obviamente dimos buena cuenta.




Al día siguiente, dado que no pudimos hacer la travesía del glaciar Exploradores, decidimos acercarnos igualmente hasta el glaciar y subir por lo menos hasta el mirardor para poder contemplarlo. Mereció la pena, no sólo por el glaciar sino por lo espectacular del trayecto.


Valle Exploradores

Para llegar al glaciar hay que recorrer 52 kilómetros desde Puerto Río Tranquilo por un angosto ramal transversal de la carretera austral que recorre todo el valle Exploradores hasta la bahía Exploradores, a orillas del Pacífico. Este trayecto también es conocido como Ruta de los Ventisqueros, no en vano, pues los glaciares se van descolgando uno tras otro a medida que avanza la ruta, creando uno de los recorridos más escénicos y espectaculares de la Patagonia. A nosotros nos tocó un día semilluvioso, así que no pudimos contemplarlo en toda su magnitud, y aún así resultó impactante. Los ventisqueros se intuían por ambas laderas del largo y profundo valle, en el que había que bordear varios lagos y cruzar el río Exploradores por viejos puentes de madera.


Un rebaño de ovejas nos da la bienvenida a la entrada del valle.


Parada en la cascada La Nutria.


Cualquier ocasión es buena para hacer el tonto.




Instruyendo a Bruno en el mundo de la micología con estas apagavelas. ¿Género Coprinus? De la especie ya no me atrevo a decir nada, pues a saber en estas latitudes.




Obras en la ruta para substituir los antiguos puentes de madera y hacer accesible la bahía Exploradores a todo tipo de vehículos. Supuestamente para permitir un mejor acceso a la Laguna San Rafael y el ventisquero homónimo, uno de los principales atractivos turísticos de la zona, pero bastante inaccesibles hasta ahora al requerir una larga navegación desde Puerto Chacabuco a través del fiordo de Aysén. La industria turística se va desarrollando poco a poco en la zona. Esperemos que siga siendo respetuosa. La espectacularidad del recorrido, a pesar del día, es innegable.


Acceso al glaciar Exploradores, que forma parte del Parque Nacional Laguna San Rafael. Un "modesto" parque de más de un millón y medio de hectáreas, que incluyen parte del Campo de Hielo Patagónico Norte.


En el mirador después de una breve ascensión por la morrena del glaciar. Aquí, en menos de una hora, hizo todos los tiempos posibles.


Panorámica del glaciar Exploradores.


Las cifras hablan por sí solas: ocupa los tres kilómetros que tiene el valle de lado a lado, 300 metros de profundidad de hielo, y recorre unos 20 kilómetros desde el Campo de Hielo San Valentín, en la ladera noreste del Monte San Valentín. Este monte, con sus cerca de 4 mil metros es el más alto de la Patagonia chilena y no se podía ver al quedar tapado por las nubes. Lo que se ve abajo son todos los detritus que va dejando el glaciar en forma de morrenas. Este glaciar aún no ha comenzado a retroceder como otros glaciares, pero está perdiendo espesor rápidamente. Pensar en este tocho de 300 metros de hielo desplazándose durante 20 kilómetros resulta sobrecogedor.


Esto también resulta sobrecogedor. En Chile es típico hacerse una segunda foto "desordenada".






El día estaba tan variable que el paisaje cambiaba en cuestión de minutos.


De regreso a Puerto Río Tranquilo.










Al día siguiente tocaba retomar la ruta para seguir dirigiéndonos hacia el sur hasta nuestro próximo destino: Cochrane. Nos esperaban 114 kilómetros y más de tres horas y media de polvorienta pista. Para aprovechar el día decidimos adentrarnos por el valle Leones para conocerlo, ya que nos habían explicado que también era posible hacer excursiones por esa zona, aunque había que atravesar algunas propiedades privadas.


Valle Leones

El día estaba lluvioso, y el camino era realmente angosto, sólo accesible en 4x4. Atravesamos algunas fincas de colonos abriendo y cerrando portones, imaginando cómo debía ser la vida en aquéllos lugares tan apartados, y después de 20 kilómetros desde el cruce con la carretera llegamos al final del camino. A partir de aquí comenzamos a caminar bajo la llovizna.




Caminando bajo la lluvia.


Al final llegamos a un claro en el que comimos unos bocadillos antes de emprender el regreso. Continuando, se puede llegar hasta la laguna Leones y el glaciar del mismo nombre que desciende directamente del Campo de Hielo Norte, pero la caminata era larga y el día no acompañaba mucho.












Vuelve el hombre.






De regreso a la Ruta 7 para continuar nuestro viaje.


De camino a Cochrane, la ruta atravesaba muchos lugares interesantes. Tras bordear toda la ribera oeste del lago General Carrera se llega al desagüe del mismo. Un puente cruza justo por encima del momento en que el lago se convierte en río, el río Baker, que arranca espectacular con un fuerte y tremendo caudal de agua color turquesa. Es el más caudaloso de Chile, y recorre 370 kilómetros antes de desembocar en el Pacífico.

Inmediato al lago General Carrera está el lago Bertrand, donde las aguas del Baker se toman un respiro, pero la ruta no deja verlo hasta pasados varios kilómetros. En Puerto Bertrand, nos detenemos para contemplar el desagüe del lago Bertrand que libera definitivamente las aguas del Baker en su camino hacia el Pacífico.


El caudaloso y turbulento Baker echándoseme encima justo después de salir del lago Bertrand.


Ahí va el Ebro!!!


En los siguientes kilómetros junto al río se suceden entre el bosque nativo una serie de lodges de pesca híper lujosos en los que no quiero imaginar lo que debe costar una estancia.




Continuando unos cuantos kilómetros más se llega a otro punto interesante, la confluencia de los ríos Baker y Neff. Tras acceder caminando unos 600 metros desde la carretera se divisa el espectacular encuentro del Neff con el Baker y cómo se mezclan sus aguas de distinto color.


El Neff, de color turbio, se junta con el Baker.


El salto del Baker, inmediatamente antes de juntarse con el Neff.






Desde aquí ya no pararíamos hasta llegar a Cochrane, salvo para hacer una foto de los desfiladeros del Baker.


El Baker abriéndose paso hacia el mar.


Cochrane

Es la última ciudad que cruza la Carretera Austral antes de finalizar en Villa O'Higgins, y de lo que conocimos a mí fue la que más me gustó. Aquí pasaríamos cuatro noches en una espléndida cabaña (cabañas María Inés) en un alto a las afueras, con unas preciosas vistas y muy bien atendidos por los propietarios.

Llegamos al atardecer, y tras sacudir bien el polvo a nuestros equipajes e instalarnos, una avanzadilla se acercó al pueblo a comprar. Cochrane es un pueblo de lo más curioso, con su bonita plaza llena de pinos, al parecer sugerencia de Pinochet en una de sus visitas a la zona. El supermercado de la plaza (conocido como casa Melero, Supermercado, Ferretería y Mercaderías en General) era un comercio que reunía de todo un poco, y que recordaba esos comercios del salvaje oeste en que era posible comprar una soga, unas botas o unos encurtidos. Me llamó la atención ver las frutas y las verduras cubiertas de una espesa capa de polvo, producto de tantos kilómetros de viaje a bordo de un camión. No pudimos comprar huevos, porque ya no quedaban y hasta el sábado siguiente no volvían a traer. Descubrimos una panadería que parecía sacada de otra época en la que hacían unos dulces riquísimos. Tenía cosas que ya resultaban difíciles de ver en otras partes, pero a la vez el pueblo estaba ordenado y bien cuidado, con todas sus calles pavimentadas y con buenos y modernos equipamientos. Sus orígenes se remontan a 1929 pero fue oficialmente fundada en 1954 y aún conserva un cierto equilibrio con su entorno. Nos sentimos muy confortables en nuestra cabaña, así que nos alegramos de haber decidido ampliar allí nuestra estancia.

Al día siguiente fuimos a pasear por el pueblo, pero era domingo y estaba todo cerrado. Por la tarde fuimos hasta una zona que llaman el embarcadero para intentar encontrar a Tomasín y de paso conocer el río Cochrane, ya que nos habían dicho que sus aguas eran de una transparencia increíble. Allí nos atrevimos incluso a bañarnos. Transparentes sí, pero frías que no había quién se metiera.




En el embarcadero.








El remojón relámpago que nos dimos Natalia y yo en las gélidas aguas del Cochrane.


Cuando hicimos el rafting en Coyhaique, nuestros guías nos comentaron que en Cochrane valía la pena visitar la Reserva Nacional Tamango, y que era recomendable remontar el río en barca hasta el lago Cochrane y de ahí tomar uno de los senderos de la Reserva para regresar caminando. Nos recomendaron que hiciéramos la navegación con un guía local llamado Tomasín, así que finalmente pudimos localizar su embarcadero, a la entrada de la Reserva, donde conversamos con él y acordamos encontrarnos al día siguiente por la mañana para hacer la excursión.

Luego subimos hasta el mirador Cerro La Cruz, desde el que se divisaba una bonita panorámica de la ciudad donde estuvimos disfrutando de un agradable atardecer.




Bonito atardecer austral sobre la tranquila ciudad de Cochrane.


Tomasín,  Tompkins y el huemul

En 1899 el explorador Hans Steffen, geógrafo alemán contratado por el gobierno de Chile, remonta el río Baker por primera vez descubriendo el valle y llegando hasta el extremo occidental del lago Cochrane. Hasta entonces, los ricos pastizales del Valle Chacabuco sólo eran conocidos por las pequeñas comunidades tehuelches que habitaban la región.

Tras los favorables informes del explorador para el asentamiento humano, todo el valle se transforma en una enorme estancia de ovejas al ser arrendados los terrenos por la Sociedad Explotadora del Baker, creando la Compañía Ganadera Valle Chacabuco o Compañía Baker. La sociedad es administrada por Lucas Bridges, un inglés que trasladó al valle miles de ovejas desde la pampa argentina contratando a más de 200 trabajadores.

Pero las cosas no funcionaron como se esperaba. Cuando Bridges regresó de luchar en la I Guerra Mundial se encontró una hacienda al borde de la quiebra, con casi 100 trabajadores fallecidos y su capataz asesinado. Entonces decide instalarse a vivir en la Estancia junto con su familia, con el propósito de sacar el negocio adelante.

En 1929, la Compañía Baker comienza a construir el primer rudimento de población, para dar hogares y apoyo a los trabajadores, en un lugar conocido como Las Latas, muy próximo a la estancia principal de la Compañía, Esto no gustó mucho a los accionistas, que decidieron mover el emplazamiento del pueblo a otro lugar, de manera que la ciudad se funda finalmente en 1954 bajo el nombre de Pueblo Nuevo, para luego ser renombrada Cochrane.

Mientras, las cosas seguían sin ir bien para Bridges. Lucha con denuedo por solventar la Comapañía, pero no consigue evitar que algunos accionistas vendan su parte, a pesar de que la cabaña de ovejas, en un intento por reducir el déficit, continuó aumentando hasta las 85.000 cabezas.

En la década de los 60 llega la reforma agraria iniciada por Ricardo Frei y continuada por Allende, y cuando el contrato de arrendamiento de la Compañía se termina en 1964, el Gobierno no lo renueva, la Compañía se liquida y el Estado se vuelve a a apropiar de la tierra, redistribuyéndola entre familias locales.

Pero los vaivenes políticos, más fuertes y poderosos que los vientos patagónicos, dan un nuevo giro de tuerca al valle cuando Pinochet toma el poder en 1973. Con la llegada del dictador comienza la contrareforma agraria capitalista. El régimen vuelve a reclamar a las familias las tierras del Valle Chacabuco que son rematadas en 1980 al hacendado belga François de Smet D’Olbecke por 500.000 dólares. Smet establecería una cabaña de 30.000 ovejas que continuarían deteriorando los frágiles pastizales del Valle Chacabuco, ya bastante degradados tras décadas de pastoreo.

...

Tomasín nos estaba esperando en su barca, tal como habíamos acordado el día anterior. Nos recibió muy cordialmente, y tras saludarnos y un primer intercambio de palabras, nos invitó a subir al bote indicándonos dónde debíamos colocarnos y facilitándonos los chalecos salvavidas.


Embarcando para remontar el Cochrane hasta el lago.


Bruno supervisa que todo esté en regla.


Tomasín dirigiendo la embarcación río arriba mientras Yeyes intenta absorver los conocimientos fluviales de Tomasín.


"Debo decir que he visto ríos de aguas transparentes, pero las aguas del Cochrane constituyen una categoría aparte. Existen las aguas de los ríos transparentes y por otro lado existen las aguas del Cochrane". Con estas palabras se nos dirigió días atrás nuestro guía, el mismo que nos recomendó a Tomasín, durante el rafting por el río Simpson, y aún resonaban en mi cabeza cuando comenzamos a navegar. Al entrar en las zonas profundas del río no me quedó más remedio que darle la razón. La transparencia es tal que permite ver perfectamente el fondo a varios metros de profundidad.






Durante la travesía, Tomasín nos explica cosas del lugar. Nos habla del largo invierno, de cómo se cubre todo por la nieve, de las temperaturas bajo cero, de los heladores vientos ululantes y de las congeladas noches de luna llena, Nos habla de lo buenas que son esas noches para salir a pescar, y de repente me viene la imagen de Tomasín a bordo de su barca, alumbrado por la luna, pescando bajo una atmósfera de cristal, quieta y silenciosa, como si el mismo tiempo también se hubiese congelado.

Rememora sus tiempos de kayakista, y nos cuenta que fue el primero en hacer la travesía en kayak del Lago Cochrane hasta el lado argentino, donde el lago recibe el nombre de Pueyrredón.

Nos habla también de la Reserva Nacional Tamango y de los huemules. De sus hábitos esquivos y de cómo ahora en verano resulta complicado avistarlos pues prefieren subir a las partes altas del parque, buscando más bosque y sombra que el que puedan encontrar en las deforestadas riberas del Cochrane.

Durante la conversación también surge el nombre de Douglas Tompkins, y hablamos de lo que le aconteció recientemente y de las pasiones y odios que levantó en el valle, granjeándose fervientes admiradores entre el sector conservacionista y enemigos mortales entre algunos colonos, propietarios y empresarios. Nos cuenta que Tompkins intentó comprarle a su madre una parcela de poco más de una hectárea que tienen junto al embarcadero, pero que su madre finalmente no se la vendió.


Llegado un punto, Tomasín nos hizo bajar del bote por seguridad, para que salváramos caminando un tramo de rápidos mientras él los remontaba con la barca.


Tomasín remontando los rápidos con la mayor naturalidad del mundo.


Este río de prístinas aguas es realmente espectacular.


Por fin llegamos a nuestro destino. Bajamos del bote y nos despedimos de Tomasín.


Tomasín nos explica los senderos de la Reserva y nos recomienda descender caminando tranquilamente por el sendero paralelo al río hasta regresar de nuevo a la entrada del parque. Nos desea suerte con los huemules y le vemos desaparecer con su barca por el río aguas abajo.

Continuando un poco más arriba se llega a un mirador sobre el lago Cochrane, así que decidimos ir a visitarlo antes de emprender el regreso.


El lago Cochrane al fondo entre frondosos coihues, o coigües (Nothofagus betuloides).


¿El Cochrane o la Costa Brava? Sólo falta un velero fondeado en la calita.


Uno no se cansa de contemplar el color azul intenso de estas transparentes aguas.






En el mirador del lago.


A partir de aquí comenzaríamos una caminata de varias horas en un soleado e inusual día de calor, en el que las temperaturas rondaron los 28 ºC.

...

Douglas Tompkins falleció trágicamente un mes antes de que nosotros llegáramos. El nombre de Douglas Tompkins a casi nadie le sonará de nada, pero casi todos tenemos en el armario o vestimos alguna prenda con su seudónimo estampado: "The North Face". Este magnate y activista medioambiental estadounidense, nacido en Ohio en 1943, es el fundador en 1964 de la conocida compañía de equipamiento de montaña. Él y un colega fueron los primeros en diseñar en 1966 las conocidas tiendas igloo. En 1969 vende la compañía y poco después realiza un viaje por la Patagonia en el que escalaría el Fitz Roy. A su regreso funda junto con Susie, su primera esposa, la compañía ESPRIT, otro de sus éxitos, que acabará convirtiéndose en multinacional. Pero Tompkins, cada vez más preocupado por el impacto ecológico de la industria de la moda, decide abandonar el negocio, de modo que en 1989 vende su parte a Susie, de la que ya se había separado, poniendo desde entonces su empeño y su fortuna al servicio de la conservación de tierras.

Decide trasladar su residencia al sur de Chile y en 1990 funda la Foundation for Deep Ecology y en 1992 The Conservation Land Trust, para adquirir tierras para la formación del Parque Pumalín, y para apoyar otros proyectos de conservación en Chile y Argentina.

En 1993 se casa con Kristine McDivitt, la que fuera durante mucho tiempo CEO de otra conocida marca de vestimenta de montaña: "Patagonia Inc." aunando esfuerzos entre ambos en sus trabajos de conservación.

Aquellos que conozcan las prendas de Patagonia posiblemente se sorprendan al saber que el logo representa la silueta del macizo del Fitz Roy, y de aquí se descuelga otra interesante historia. Kris McDivitt nace en un pueblo de California en 1950, donde conocería a Yvon Chouinard. Cuando Kris tenía 18 años, Yvon se marchó del pueblo durante 6 meses para realizar un viaje por la Patagonia, donde escalaría el Fitz Roy en compañía del mismísimo Douglas Tompkins. Al poco tiempo, Kris empezaría a trabajar para Yvon haciendo ropa en una empresa que él llamaría “Patagonia” en homenaje al viaje que cambió su vida. Cuando Kris se casó con Douglas años más tarde, acabaría por cerrarse un círculo cuyo centro descansa en el corazón de la Patagonia.

Obsesionados con la preservación de la biodiversidad y los paisajes silvestres, los Tompkins comienzan a adquirir grandes extensiones de tierras con el objetivo de transformarlas en parques nacionales, como garantía de su conservación a largo plazo.

Así, se crean espacios protegidos como el Parque Pumalín, de casi 300.000 hectáreas, que en 2005 fue declarado Santuario de la Naturaleza por el presidente Ricardo Lagos, tras lo cual The Conservation Land Trust (CLT) donó las tierras a la Fundación Pumalín, una fundación no gubernamental chilena, para su administración como parque privado de acceso público.

O el Parque Nacional Corcovado, también de casi 300.000 hectáreas, formado en parte gracias a la donación al Estado chileno de las tierras que CLT había ido adquiriendo cerca del volcán Corcovado.

O el Parque Nacional Yendegaia, al sur de Tierra de Fuego, tras la donación al Estado chileno de las 38.780 hectáreas de la ex Estancia Yendegaiaque que CLT había transferido a la Fundación Yendegaia, que junto con la anexión de 111.832 hectáreas de terrenos fiscales adyacentes, conformaron  un área protegida total de 150.612 ha.

Estos y otros hitos del matrimonio Tompinks se van sucediendo a uno y otro lado de la frontera hasta que con el cambio de siglo, Kris Tompkins funda en el año 2000 su propia ONG "Patagonia Land Trust", con el objetivo de preservar la biodiversidad y crear parques en el sur de Chile y Argentina. Más tarde el nombre cambia a "Conservación Patagónica" (CP).

Su primer proyecto es la creación del Parque Nacional Monte León, el primer parque nacional costero de Argentina con una superficie de 66.000 hectáreas en lo que fue una estancia ganadera de ovejas,

Tras el éxito de Monte León deciden embarcarse en otro proyecto de mucha más envergadura, la creación del Parque Nacional Patagonia en la Región de Aysen, que acabará convirtiéndose en el buque insignia de CP, de los Tompkins y de la Administración chilena, un parque modélico para Sudamérica que aúna la protección de un área muy crítica desde el punto de vista ecológico con un claro ejemplo de lucidez política. Pero para ello será necesario adquirir las tierras del Valle Chacabuco, las cuales conforman la columna vertebral sobre la que se sustenta este proyecto, ya que se ubican justo entre dos áreas protegidas: La Reserva Nacional Lago Jeinemeni, al norte y la Reserva Nacional Tamango, al sur.


De regreso por el sendero que recorre las laderas de la Reserva Nacional Tamango, en la orilla norte del río, entre bosquetes de coihues.


Parada para comer en un pequeño embarcadero junto al río.




Descansando a la sombra en este caluroso día.


Pequeños exploradores. Esta foto da pie para explicar el paradigma de los bosques patagónicos. La ladera del fondo permite ver un bosque compuesto de lengas, coihues y ñirres, tres especies del género Nothofagus, que son el equivalente austral a nuestras hayas. En la parte alta de la ladera se ve el límite altitudinal arbóreo, o timberline, a unos 1.300 metros de altitud, como si estuviera trazado con tiralíneas, y en la parte baja se aprecia el tremendo mordisco causado por el fuego durante la apertura de tierras para la colonización y el pastoreo. La zona por la que transitamos, dentro de la Reserva Nacional Tamango, también sufrió el mismo proceso, apreciándose estos golpes de bosque nativo que tiende a recuperarse tras la retirada de las ovejas.


Sara descansando en una rama.

...

Con el huemul tuvimos mucha suerte. La Reserva Nacional Tamango, administrada por CONAF (Corporación Nacional Forestal) se creó en 1967 sobre un área de 6.925 hectáreas con la finalidad de estudiar, proteger y recuperar al casi extinto huemul. El huemul (Hippocamelus bisulcus fam. Cervidae) es una especie de ciervo mediano que habita estas regiones meridionales, y que se encuentra en peligro de extinción. Es un animal delicado, que vive en grupos reducidos, esquivo y huidizo. Es a la vez un animal emblemático, que en 2006 fue declarado monumento natural de Chile, al igual que el cóndor, apareciendo ambos en el Escudo Nacional, El huemul para Chile tiene la misma relevancia que el oso pardo o el lince ibérico para nosotros. Esta reserva alberga cerca de 50 ejemplares.

Paseando por la reserva manteníamos la expectativa de avistar algún ejemplar, aunque ya nos habían advertido que era difícil. Llegando al final de la excursión nos cruzamos con unos excursionistas que nos dijeron que habían visto una pareja de huemules a poca distancia, así que nos apuramos para ver si aún los alcanzábamos. Al final pudimos verlos, pastando y trepando por las laderas, lo cual nos hizo sentir afortunados.




El mítico y escasísimo huemul. Todo un privilegio poder contemplarlo.

...

Las ovejas del hacendado belga François de Smet D’Olbecke llevaban años acumulando pérdidas, de hecho décadas. A lo largo de su historia, más turbulenta que el río Baker, la hacienda del Valle Chacabuco jamás había conseguido generar beneficios. Cansado y harto de las dificultades económicas que la caída de los precios de la lana y la carne le generaban, Francisco de Smet, seducido por Kris Tompkins, decide terminar con las deudas y en el año 2004 pone a la venta las 69.000 hectáreas de la Estancia Valle Chacabuco, la que fuera una de las más grandes de Chile.

CONAF llevaba años echándole el ojo a esta degradada estancia. Sus técnicos presenciaban desde hacía tiempo cómo el pastoreo iba deteriorando un ecosistema de alto valor biológico, conscientes del valor estratégico que tenía para la recuperación del huemul, al hallarse contigua a la Reserva Nacional Tamango. Por desgracia, el organismo público no tenía acceso a los fondos necesarios para adquirir estas tierras de titularidad privada.

Cuando la hacienda se pone a la venta en 2004, los Tompkins no vacilan y CP compra los terrenos para, inmediatamente, ponerse a trabajar en la creación del futuro Parque Nacional Patagonia. Se vende el ganado remanente, se retiran más de 400 kilómetros de cercas y comienza el proceso de restauración de pastizales.

Desde entonces, CP ha trabajado duro para la consecución de su objetivo. Se organiza la exitosa excursión anual Ruta del Huemul, sensibilizando e implicando a la población local en el proyecto. Se construye toda la infraestructura de acceso público al futuro parque y se compran más tierras aledañas con las que cumplir el sueño de generar un único espacio que incluya la Estancia original, la Reserva Lago Jeinemeni, la Reserva Tamango y todas las tierras que quedan entre medias, sumando una superficie protegida de 263.000 hectáreas. Se comienzan los primeros y únicos estudios en Chile sobre la interacción entre el huemul y el puma. Se abre al público el primer camping del parque, y se inicia la construcción de la red de senderos. A día de hoy, CP se ha fijado un horizonte de 10 años para terminar todos los trabajos y alcanzar un acuerdo con el gobierno chileno para donar el parque.

Lamentablemente, Douglas Tompkins ya no podrá ser partícipe de estos logros. El 8 de diciembre de 2015, mientras realizaba una travesía en kayak por el lago General Carrera. su embarcación vuelca en una situación complicada, con fuertes vientos e intenso oleaje, quedando en el agua a una temperatura de entre 3 y 4 ºC. Cuando sus compañeros consiguen rescatarlo, llevaba demasiado tiempo dentro del agua. Inconsciente, fue hospitalizado con una severa hipotermia de 19ºC de la cual no fue capaz de recuperarse.

La historia completa se puede leer aquí, de la mano de Rick Ridgeway, con el que compartía el kayak doble en el que naufragaron y que consiguió sobrevivir milagrosamente:


Personaje querido y odiado, tal vez su condición de judío no ayudó mucho a lo primero, generando recelos entre la población allá donde adquiría tierras, y siempre envuelto en polémica, especialmente cuando se opuso frontalmente al proyecto hidroAysén de construcción de una presa en las aguas del río Baker, Douglas Tompkins es finalmente consumido por la fuerza de esas mismas aguas a sus 72 años. Ahora sus restos descansan en el cementerio de la Estancia Valle Chacabuco, el mismo cementerio histórico incorporado a la infraestructura del parque en el que descansa la propia historia del Valle.


Bajando hacia el río, casi al final de la excursión, donde nos dimos un chapuzón en el Cochrane, la mejor manera de cortar por lo sano con el sofocón de la caminata.


Esa misma tarde nos esperaba un evento en el quincho de nuestras cabañas. Yeyes no estaba dispuesta a dejar la Patagonia sin probar el famoso cordero al palo. El matrimonio propietario de las cabañas se había ofrecido a prepararnos un auténtico cordero asado al palo para cuando regresáramos de la excursión.

De camino nos detenemos en Cochrane y para hacer tiempo entramos en un acogedor café junto a la plaza en el que también vendían algunas cosas de artesanía local. Me apetecía tomar mate. Pido un mate. Me miran con cara extraña. Nos explican que el mate no se sirve en cafeterías o restaurantes, sino que se comparte, en casas, reuniones, fiestas... Existe toda una cultura del mate en esta región, posiblemente por el origen gaucho de sus pobladores, y el consumo de esta bebida está rodeado de todo un ritual. Se debe aceptar si es que eres invitado, ya que es una forma de bienvenida, y sólo hay que decir gracias cuando no desees más, y no antes ya que se entenderá que no quieres ninguno más. Finalmente pido un té y me dedico a mirar libros, mapas y folletos sobre la Patagonia que había en una esquina de la barra y que me servirían de inspiración para la historia del Valle Chacabuco.

Cuando llegamos a la cabaña, María Inés nos recibe con unas riquísimas sopaipillas hechas por ella, mientras que su marido nos espera en el quincho con el cordero ya casi listo. El cordero al palo es un cordero completamente abierto que se inserta en un palo vertical y se asa al fuego durante 3 ó 4 horas.







Acabado el cordero pasamos una agradable tarde conversando con ellos.


San Lorenzo, el Glaciar Calluqueo y la laguna Esmeralda

El cerro San Lorenzo, con sus 3.706 metros, es el segundo pico más alto de la Patagonia. Está rodeado por hielos perpetuos de los que descienden varios glaciares, uno de los cuales es el Calluqueo, en la ladera oeste. Existen excursiones que permiten recorrer el glaciar, pero se hacen necesarios crampones, así que nos encontramos con el mismo problema que en glaciar Exploradores, por lo que nos contentamos con acercarnos hasta la laguna que formó la morrena del glaciar. Desde aquí, las excursiones cruzan la laguna en bote hasta la lengua del ventisquero, haciéndolo más accesible que el glaciar Exploradores. El acceso a este sector, de gran belleza escénica, se ha abierto recientemente, en 2013, y el día que fuimos nosotros no vimos absolutamente a nadie.


Acercándonos a la laguna, con el glaciar y el Monte San Lorenzo al fondo. 


El desagüe de la laguna, dominado por Las Mellizas.


El Monte San Lorenzo, o Cochrane (3.706 metros) y el glaciar Calluqueo 




En el pequeño embarcadero habilitado para las expediciones que parten al ventisquero.


Siempre Sara.


Ventisqueros colgantes.


El Calluqueo. Jamás imaginé que uno llegara a acabar saturado de ver glaciares, o en palabras de Yeyes "Ah, otro glaciar".


Regresando.


A unos 30 kilómetros al sur de Cochrane, este es el punto más austral en el que estuvimos durante nuestro viaje. Nos quedarían los 200 kilómetros que restaban hasta Villa O'Higgins, pasando por Caleta Tortel. Tal vez para otra ocasión.

De vuelta a Cochrane nos detuvimos a comer y bañarnos en una laguna que nos habían comentado tenía sus aguas a una temperatura razonable para darse un chapuzón: la Laguna Esmeralda. Bajamos hasta una playita en la orilla y acabamos de pasar la tarde bañándonos y jugando en la arena, en un entorno realmente bonito. Curiosamente, las aguas de esta laguna no estaban heladas. Fresquitas, pero no heladas.


En la Laguna Esmeralda. Sara hizo el descubrimiento de que si abría los ojos dentro del agua, se veía de color esmeralda.












Y así fue nuestra última tarde en Cochrane. Al día siguiente comenzaba nuestra remontada hacia el norte, ya de regreso, pero aún nos esperaban  un par de paradas por el camino: Chile Chico y Puerto Ingeniero Ibáñez.

De Cochrane a Chile Chico

Estamos ya a 20 de enero, justo un mes después del solsticio de verano austral, y en un perfecto día de un azul impecable comenzamos nuestra etapa de enlace entre Cochrane y Chile Chico, localidad que se encuentra en la orilla sur del lago General Carrera. Para llegar tenemos que remontar parte de la ruta casi hasta el desagüe del lago General Carrera y aquí tomar la pista de ripio que recorre toda la ribera sur del lago en dirección a Argentina, hasta Chile Chico, casi en la frontera. Más de 180 kilómetros de polvo, tierra y calaminas que nuevamente había que tomarse con mucha calma.


Desandando el camino. Al fondo saludamos de nuevo al lago General Carrera desde el Lago Negro, y entre ambos el lujoso hotel Hacienda Tres Lagos, donde la noche ronda los 300 dólares (400 en la suite flotante sobre el lago). Un poco más adelante nos separamos de la Ruta 7 y comenzamos a bordear la ribera sur del lago hacia el este, en un camino nuevo para nosotros.


Inmaculada vista del lago hacia el monte San Valetín y toda la cadena montañosa que delimita el Campo de Hielo Patagónico Norte. Detrás de todos esos picos nevados hay un inmenso altiplano cubierto por 4.200 kilómetros cuadrados de hielo.


Azul sobre azul. Esta foto está tomada poco antes de llegar a una zona que llaman Fachinal, un estrechamiento del lago donde dicen que se produce la separación entre las aguas que acaban en el Pacífico de las que lo hacen en el Atlántico. Esto se puede expresar con otras palabras. Una gota de lluvia que caiga al este de Fachinal acabará en el Atlántico después de aparecer y desaparecer varias veces por el subsuelo de la pampa argentina a bordo del Deseado. Una gota de lluvia que caiga al oeste de Fachinal acabará en el Pacífico después de cabalgar furiosamente a lomos del caudaloso Baker. Las fuerzas telúricas y la gravedad se coluden para dictar el destino de las aguas.


Al final el viaje se nos da mejor de lo que pensábamos y decidimos apretar para llegar a comer a Chile Chico. A eso de las tres ya estábamos instalados en la Hospedería de la Patagonia, donde descubriríamos otra de esas fascinantes historias sobre la colonización de estas tierras.


Chile Chico: el sueño de Gabriel

Al atravesar el umbral de la hospedería, uno se da cuenta de que hay algo especial en ella. Es una antigua casona, una casona de adobe casi patrimonial, restaurada con un estilo simple, pero elegante, con grandes ventanales y unos acabados que no son los habituales en la zona. La decoración, con colecciones de objetos antiguos, habla de que allí ha habido historia, historia de la buena. En el amplio comedor comenzamos a ver retratos de familia, en distintos momentos temporales, carteles de cine sobre una película de 1997: Le Rêve de Gabriel, de Anne Lévy-Morelle, y un libro a la venta publicado en 2003: Cuando éramos niños en la Patagonia de Jean Chenut. En el jardín, más objetos antiguos, aperos de labranza, un artefacto que luego supimos sirvió para fabricar cerveza, y un barco apostado sobre la hierba.

Después de descansar un rato nos acercamos a la playa del lago caminando entre chacras rodeadas de álamos para protegerlas del viento. Hacía una tarde magnífica. Era verano y ahora no hacía viento.


Siempre Sara.


En la playa del lago. Al fondo el lado argentino, que ya nada tiene que ver con el paisaje por el que vinimos. Llegando a Chile Chico se aridifica y aplana y ya en Argentina es una pampa árida y desolada.


Al día siguiente teníamos que tomar la barcaza que cruza el lago hasta Puerto Ingeniero Ibáñez, así que nos acercamos al embarcadero para investigar, ya que es un tema delicado. Sólo parte una al día y en esta época son muchos los vehículos que cruzan el lago. Nosotros ya habíamos comprado los pasajes antes de iniciar el viaje para asegurarnos plaza, pero queríamos cerciorarnos de que no hubiese imprevistos.

En un rato aprovecho para subir al mirador de Las Banderas, desde el que hay una bonita vista de Chile Chico y el lago General Carrera.


La villa de Chile Chico, con su avenida principal y los campos que se extienden al fondo completamente rodeados de chopos para protegerlos del viento. Se puede ver el pórtico del acceso oeste, y la carretera de tierra por la que llegamos nosotros. La avenida principal está pavimentada, y siguiéndola, 9 kilómetros más allá, se llega a la frontera con Argentina por una amplia y perfectamente asfaltada carretera.


Chile Chico es un bonito pueblo, de aspecto cuidado y con una arquitectura de casas de adobe y madera que le da un aire distinto al de otros pueblos de Chile. Se le ve turístico y animado, con vida, y con un cierto aire de multiculturalidad. Tal vez el hecho de estar mucho mejor comunicado con Argentina que con el resto de Chile y su pasado de colonos venidos de otras partes de Europa, le han dado a este pueblo su peculiar personalidad.

Dicen que tiene un microclima especial. Una de las cosas que más llama la atención es el cambio que se produce en el paisaje a medida que uno se desplaza hacia el este. La Cordillera frena los frentes que entran desde el Pacífico, y las precipitaciones se van reduciendo, pasando de los más de 4.000 milímetros anuales de la fachada costera a los 234 milímetros de Chile Chico, un clima casi desértico. Esto, unido a estar a orillas del lago, que actúa como un mar interior que tiende a suavizar un poco las temperaturas, es lo que le otorga a Chile Chico su microclima, favorable para la agricultura y los frutales. Además, este gradiente de precipitaciones se superpone al geográfico, de manera que cuando las lluvias se extinguen por el este, lo hace también la cordillera, quedando un paisaje plano y seco al entrar en Argentina: la pampa patagónica. Lo más sorprendente de todo es que este cambio tan brusco se produce en muy poco espacio.


El muelle de embarque y el lago al atardecer. A partir de la punta que sobresale a la derecha comienza Argentina, y el lago pasa a llamarse Buenos Aires.


Luego regresamos a la hospedería, donde nos sirvieron una riquísima cena. Recuerdo el postre con unas cerezas en conserva hechas por ellos de su propia cosecha. También elaboran mermeladas y otros productos caseros siguiendo la tradición belga.

Conversando con Verónica, la dueña de la hospedería, comenzamos a hilvanar los fragmentos de información que nos habían ido llegando. Nos explica que la casa fue construida por sus abuelos, Marie Antoinette Amand de Mendieta de Bonhome y Gabriel de Halleux Desclèe, llegados desde Bélgica en 1949 junto con otras cuatro familias más, unas 48 personas en total. En la casa se criaron sus 11 hijos, y dos generaciones después, Verónica Raty de Halleux y su marido, Mauricio, deciden restaurar la antigua casona y convertirla en hospedería, que ellos mismos atienden.

La historia de estas familias es casi épica, como la de tantas familias que vinieron a colonizar estas tierras. Primero en barco desde Amberes hasta Punta Arenas y luego en convoy por la patagonia argentina hasta Chile Chico. donde acabaría instalándose este grupo de colonos integrado por ingenieros, agrónomos, mecánicos, médicos, curas, institutrices y muchos niños. Construyen sus casas, cultivan la tierra y en Puerto Río Tranquilo instalan un aserradero que trajeron desde Bélgica para exportar madera, sacándola por el General Carrera en una barcaza que trajeron por tierra desde el Atlántico cruzando la árida pampa (todo un espejismo). En 1955 Argentina cierra sus fronteras a la exportación de madera y deciden entonces dedicarse a la ganadería de ovejas.

Los padres de Verónica, Jeannine de Halleux y Andre Raty, dejan Chile Chico y se mudan a un lugar remoto y aislado para atender el negocio de la lana en unos lotes comprados en el Valle Chacabuco. Y héteme aquí Señor que unas décadas después François de Smet D’Olbecke, primo de Jeannine y tío de Verónica, compra el resto de la gran Estancia Chacabuco, quedando su hermano menor, Charles de Smet D’Olbecke, o Charlie, como administrador hasta que la estancia es vendida a Conservación Patagónica, alias Kris Tompkins, en 2004. Las vueltas que da la vida.

Tras la venta, Charlie y su familia se trasladan a Coyhaique donde crearán la famosa cerveza artesanal D’Olbek, de tradición belga, conocida en todo Chile.

Finalmente, la historia de Gabriel, abuelo de Verónica, fue plasmada en la película documental de Anne Lévy-Morelle, Le Rêve de Gabriel, que en Bélgica recibió el premio André-Cavens de l’Union de la critique de cinéma. La aventura que para los más pequeños supuso aquéllos primeros años también fue plasmada en el libro Cuando éramos niños en la Patagonia de Jean Chenut.

Finalmente me quedó la inquietud de saber qué fue lo que movió a esta familia a venirse desde Bélgica hasta este rincón de la Patagonia. Cuando ya todos se marchan a dormir, me quedo un rato a solas curioseando los folletos y libros que se amontonan en un estante del comedor. Al ojear el libro de Jean Chenut encontré, clara y meridiana, la respuesta.

“Todo comenzó cuando la Segunda Guerra Mundial, el más espantoso y prolongado conflicto que vivió la humanidad hasta ese entonces, ya pre anunciaba su término, aunque en el castigado suelo belga todavía se luchaba… y se sufría. Fue en uno de tantos episodios, durante un bombardeo, que el ingeniero Gabriel de Halleux, fastidiado y desesperado por tanto horror, gritó a un primo, Paúl de Smet d’Olbecke, ingeniero como él: ‘¡En cuanto termine esta guerra, nos vamos!’…No tardó en sumarse otro pariente, Alexandre Amand de Mendieta, de profesión agrónomo, y luego un conocido, el médico León Cardyn. Así, se completó el cuarteto de los jefes de familia que decidieron emigrar, bajo el aceptado liderazgo de Gabriel. Emigrar; conforme. ¿Pero dónde? Ocurrió que José Lyon, un chileno casado con una parienta de los tres primeros, contó a Gabriel que el gobierno de Chile ofrecía tierras a inmigrantes europeos en la zona sur del país, concretamente en la parte occidental del gran lago General Carrera, en la provincia de Aisén, en el corazón andino de la Patagonia chilena. La decisión del grupo fue entonces la de ir a Sudamérica, al lejano Chile”,


La Tehuelche

Así se llama la barcaza que cruza el lago General Carrera entre Chile Chico y Puerto Ingeniero Ibáñez. En verano hay mucho desplazamiento de vehículos, así que hay que asegurarse plaza con antelación y presentarse en el muelle una hora antes. Así lo hicimos. Tras mostrar nuestros pasajes, los miembros de la tripulación nos van indicando dónde encajar nuestro vehículo.

A la hora prevista zarpamos, en un nuevo día inmaculado. Poco a poco vamos dejando atrás las tranquilas aguas de la bahía de Chile Chico


Supervisando el embarque. Yeyes disfrutaría mucho con esta travesía.


En cubierta, junto al puente.






Coches, todoterrenos, furgonetas, camiones...


Saliendo de la bahía de Chile Chico, a punto de entrar en alta mar, o como se llame en un lago.


La confortable cubierta de pasajeros.


Las aguas, más picadas por el viento, del tramo central del lago, mirando hacia Argentina, o lago Buenos Aires.


Puerto Ingeniero Ibáñez está dentro de una gran Bahía con una estrecha boca de acceso, pasando la línea fronteriza justo por la mitad de la boca, de manera que para entrar, la barcaza toca la frontera. Durante la década de los 70, debido a las tensiones con Argentina, hubo que construir por este motivo otra rampa en un punto más al oeste, llamado Levicán, que hoy está en desuso.


Llegando a Puerto Ingeniero Ibáñez, con las torres de Cerro Castillo asomando por detrás y sus aguas de color más claro al desembocar en esta bahía el río Ibáñez.


Puerto Ingeniero Ibáñez

O Puerto Ibáñez, nuestra última escala. Habíamos previsto pasar dos noches aquí para conocer más a fondo el entorno de Cerro Castillo. Estamos a 90 kilómetros del aeropuerto por carretera asfaltada, así que podemos apurar tranquilamente las últimas horas de nuestro viaje. Nos alojamos en las Cabañas Bordelago, decentes, pero sin el encanto de la hospedería belga. Nos acercamos a una oficina de turismo para buscar información sobre la zona y rápidamente el pueblo nos decepciona un poco, vacío y sin actividad. Finalmente optamos por hacer una excursión por el camino de los lagos interiores, o de de Las Ardillas, hasta Villa Cerro Castillo y de ahí volver a Puerto Ibáñez por la carretera asfaltada.

Al poco de comenzar la pista de ripio pasamos por el Salto del río Ibáñez, el mismo río que provocó la inundación del valle durante la erupción del volcán Hudson sobre la que caminamos días atrás.


Reencontrándonos con un viejo conocido.




El paisaje en esta zona es aún bastante árido, pero a medida que nos vamos desplazando hacia el oeste comienzan a aparecer bosques de lenga y se vuelve todo más húmedo, constatando una vez más el cambio climático que se produce en tan poco espacio. Después de remontar un estrecho cañón, empezamos a bordear pequeños lagos entre bosques. Al final nos detenemos en uno más grande para comer, el Lago Central.


Comiendo en el Lago Central, con la preciosa vista del macizo del Cerro Castillo dominando el paisaje, en un también precioso día. Aquí también aprovechamos para darnos un remojón. En pocos kilómetros, el panorama ha cambiado radicalmente.


Continuando por la pista acabaremos saliendo a la Ruta 7, a la altura de Villa Cerro Castillo. Aún es pronto, así que nos acercamos a visitar el Monumento Nacional Manos de Cerro Castillo. Se trata de una pinturas prehistóricas, pinturas de manos, estampadas en un alero rocoso. Cuando llegamos descubrimos que las pinturas están integradas en el Museo Escuela Cerro Castillo, que agrupa la antigua escuela de Cerro Castillo, declarada Monumento Histórico y transformada en museo, un Centro del Visitante, con infraestructura para realizar investigaciones enfocadas en la cuenca del Río Ibáñez, y el acceso al alero rocoso con las pinturas de manos.

Mientras bajábamos de los lagos pasando por casas aisladas de colonos, nos preguntábamos cómo sería la vida en un lugar tan apartado, lejos de la civilización y los servicios básicos, con duros y largos inviernos, y sobre todo cómo se organizarían para criar y educar a los niños, pues en casi todas las casas vivían familias de varios miembros. Visitamos primero el museo, donde se hace un muy interesante repaso a la historia de la región, desde la prehistoria hasta la actualidad, y descubrimos que una de las salas está precisamente dedicada a la escolarización de los niños de aquéllos primeros colonos. Allí vamos descubriendo la historia de las duras condiciones en que comenzaron a educarse los hijos de los primeros colonos.

La escuela se construyó en 1955 por los propios colonos sobre unos terrenos donados por un vecino en un páramo en mitad de la nada. Allí llegaban los niños de los alrededores en largas excursiones, caminando o a caballo, con sus hermanos, de repente solos, y pasaban temporadas en régimen de internado. A veces se ponían enfermos y eran enviados al hospital de Coyhaique durante semanas y hasta que no regresaban a sus casas, sus familiares no se enteraban de nada. Historias sobrecogedoras que te hacían salir con el corazón encogido y mostraban lo realmente duros que fueron aquellos tiempos.

Después subimos al Paredón de las Manos, declarado monumento nacional por albergar pinturas rupestres de diez mil años de antigüedad, concretamente improntas de manos, la mayoría izquierdas, en negativo rojo. 


Sara y las manos prehistóricas.


El imponente Cerro Castillo, y otros.


Regresando del Paredón de las Manos, con otro turista que subió con nosotros y el amplio río Ibáñez al fondo. A la izquierda se ve el edificio de la antigua escuela convertida en museo.




Ventisqueros colgantes al fondo, a los que ya ni hacemos caso.


Al llegar a Puerto Ibáñez intentamos comprar algunas cosas para la cena y nos costó mucho encontrar unos tomates y algo de fruta. Los comercios eran pocos y sin mucho abastecimiento, lo cual nos sorprendió al estar perfectamente comunicado por carretera con Coyahique. El pueblo estaba bastante muerto para ser verano, y no tenía ningún encanto especial, lo cual nos llevó a pensar que se trataba realmente de un sitio de paso, sin ningún atractivo. Fue mucho más interesante Chile Chico.

Al día siguiente nos acercamos a Levicán, donde estaba el embarcadero en desuso. Acabamos en una playa a orillas del lago General Carrera. Un sitio curioso, con una pequeña población dispersa entre pequeños campos protegidos por choperas. Al mediodía regresamos a Puerto Ibáñez y por la tarde dimos otro paseo por el pueblo, que cada vez nos parecía más insulso, haciendo tiempo para nuestra última cena del viaje, que como merecía la ocasión, sería en un restaurante. La cena fue tan insulsa como el pueblo, pero la intentamos disfrutar igualmente.


Bajando la cena, apurando las ultimas horas en Puerto Ibáñez y en la Patagonia.


Desgraciadamente, nuestro viaje había tocado a su fin. Al día siguiente nos levantamos tranquilamente, recogimos y nos pusimos rumbo al aeropuerto de Balmaceda, al cual llegaríamos con tiempo de sobra para nuestro vuelo a Santiago. Pero antes de embarcar, descubrimos que en la tienda del aeropuerto vendían quesos, así que nos trajimos un queso entero de oveja curado Boladero. Exquisito queso elaborado a partir de la leche de las 50.000 ovejas que pastan en la Estancia Baño Nuevo, cerca de Coyhaique. El mejor souvenir de la Patagonia, síntesis del pulso que vive esta tierra entre el colono que trata de explotarla y la naturaleza salvaje que trata de perpetuarse, entre el tehuelche y el gaucho, entre el hacendado belga y el magnate norteamericano, entre el calentamiento global y el ventisquero, entre la oveja y el huemul...

Esperemos que la civilización, que progresa tímidamente por valles y pampas a cada kilómetro asfaltado de la Carretera Austral, no acabe por alterar este delicado equilibrio y la Patagonia siga siendo Patagonia por mucho tiempo.