Siguiendo el protocolo que ya es habitual con nuestras visitas, apenas pusieron el pie en el aeropuerto de Santiago les embarcamos en una nueva aventura por los paisajes del sur de Chile. Esta vez tocaba los sectores de Pucón y Huilo Huilo, entre las regiones de Araucanía y Los Ríos, a casi 1.000 Km de casa. Lo que los pobres ignoraban era que iban a ser torturados aguantando interminables horas de coche por la Panamericana, sudar la gota gorda salvando desniveles imposibles por senderos de montaña y comer polvo a raudales por las pistas de ripio del país.
La ida decidimos hacerla en dos tandas, así que nos pusimos en marcha por la tarde después de haber dado cuenta en casa de un rico pastel de choclo. Tras recorrer unos 230 Km improvisamos pasar noche por la zona de Talca, en unas cabañas encontradas por Internet de camino (cabañas La Colina eco-lodge). El sito era recóndito, pero muy tranquilo... hasta que se puso el sol y aparecieron los mosquitos. Hicimos una apresurada cena en el quincho y rápidamente corrimos a refugiarnos en las cabañas para no morir acribillados a picotazos.
Estas son las cabañas. Sencillas pero acogedoras.
Al día siguiente reanudamos la ruta y tras unas horas decidimos parar a descansar y estirar las piernas en el Salto del Laja, un lugar que nos habían recomendado visitar, al que llaman el Iguazú chileno. Se trata de un salto de agua, que la verdad es bastante espectacular, pero a estas alturas del verano no caía mucha agua quedando un poco deslucido. Además era temporada alta y había mucha gente, lo cual era un poco agobiante. En fin, un lugar bonito pero para ir con más agua y menos gente.
Aún así, las fotos consiguieron salvar un poco el lugar.
Otra tunda de kilómetros, paramos para comer, otra tunda de kilómetros, dejamos la autopista y al atardecer llegamos por fin a Pucón y al hostal Müller en el que nos alojaríamos las siguientes tres noches. El lugar recompensó la fatiga del viaje. Pucón es una hermosa villa turística a orillas del lago Villarrica y a los pies del volcán del mismo nombre, que domina el paisaje desde cualquier calle del pueblo. Instalados ya en las confortables habitaciones decidimos salir a pasear y conocer el pueblo, visitando la playa a orillas del lago y disfrutando de las vistas del volcán.
Paseando por Pucón con el volcán Villarrica al fondo.
Nuestra habitación en el hostal Müller, regentado por una familia de origen alemán y muy confortable. El trato que nos dieron fue de lo más agradable.
Los propietarios nos hicieron esta foto de familia desayunando en el hostal.
Los propietarios nos hicieron esta foto de familia desayunando en el hostal.
Tras la primera noche de sueño reponedor y un copioso desayuno nos pusimos en marcha dispuestos a visitar el Parque Nacional Huerquehue. Tras un largo recorrido por pistas de ripio, y tras abonar la correspondiente tasa de acceso al Parque, llegamos al parking donde hay instalado un pequeño centro de interpretación atendido por los guardaparques. Allí nos recomiendan una excursión para hacer en familia que consiste en subir a un conjunto de tres lagos con bonitas vistas del Parque y del entorno. Así que sin más dilucidaciones nos ponemos en marcha dispuestos a devorar los 7 Km de subida durante los cuales tendríamos que salvar un ligero desnivel de 700 metros sin importancia.
Los primeros tramos se hacen bien, siguiendo la orilla del lago Tinquilco. Pasados 2 Km, la cosa comienza a ponerse pina. A los 3 Km empezamos a echar de menos el equipo de escalada. En el Km 4 deseábamos no haber nacido, pero claro, ya llevábamos más de la mitad y no nos íbamos a dar la vuelta. Finalmente, cuando ya estábamos a punto de llamar al helicóptero de rescate, el último repecho se transforma en terreno llano y aparece el primero de los tres lagos, el Lago Chico, a una altitud de 1250 metros. Lo habíamos logrado. Siguiendo un tramo más de sendero llegamos hasta el Lago Toro, bastante más grande y realmente precioso. Los niños decidieron que después de lo que había costado llegar hasta allí, no podían irse sin bañarse, así que se pusieron los bañadores y se dieron un merecido remojón.
Briosos y contentos al comienzo de la excursión.
Frecuentes paradas para hacer fotos y tomar un respiro.
Parada para comer. El cansancio ya era notable.
El bosque por el que discurre el sendero es realmente espectacular. Con ejemplares inmensos de coihues (Nothofagus dombeyi), una especie de haya austral, que podían tener fácilmente más de 500 años.
Otro elemento espectacular del recorrido son las vistas a medida que asciende el sendero. El lago Tinquilco en primer término y al fondo el volcán Villarrica (2.847 m), con sus fumarolas y sus glaciares bordeándolo.
Nótese el tamaño del coihue de detrás.
Otra imagen del Villarrica desde el mirador número 2. A pesar de estar a finales del verano conserva su anillo de glaciares y nieve. Lo más inquietante es observar las fumarolas que continuamente emergen del cono. Su última erupción fue en el año 84, aunque no causó víctimas, y desde entonces ha mostrado erupciones menores esporádicas de cenizas. Desde el borde del cráter se puede observar un pozo de lava activa en su interior. ¡Sobrecogedor!
Imposible disimular el cansancio.
A punto de coronar. A medida que se asciende, el coihue va dejando paso a la araucaria, conífera más de montaña.
El Lago Chico (1.250 m), ¡por fin!
El Lago Toro (1.260 m), rodeado de bosques de araucaria (Araucaria araucana), que le dan un aspecto exótico al no estar acostumbrados los ojos a contemplar esta conífera en nuestras montañas.
Bruno haciendo de las suyas.
Estos bosques de araucaria son arcaicos. La araucaria es una conífera de crecimiento lento, y algunas presentaban unos portes imponentes. Difícil calcular la edad que debían tener.
El cerro Araucano (1.860 m).
Después de estar allí arriba, no me pude resistir a visitar el tercer lago, así que mientras los demás comenzaban el descenso, me acerqué a echar un ojo a la Laguna Verde. Y valió la pena.
La Laguna Verde (1.280 m).
Estos lagos son de media montaña y no están a mucha altura (menos de 1.300 m), por lo que están completamente rodeados de espesos bosques, a diferencia de los ibones y lagos de alta montaña a los que quizá estamos más acostumbrados.
Con el buen sabor de boca del maravilloso entorno que acabábamos de visitar, comenzamos el largo descenso que nos llevaría de vuelta al coche. Ya no quedaban ganas ni de hacer fotos. La imagen de una cerveza fresquita al llegar al hostal era unánime entre el sector adulto.
Reponiendo fuerzas durante el descenso.
Hay que decir que esa misma noche nos pegamos un merecido homenaje en un restaurante uruguayo a base de carne a la parrilla acompañada de un exquisito Carménère.
Al día siguiente tocaba algo más relajado, así que nos ocurrió hacer un poco de rafting. Conseguimos localizar una empresa que organizaba descensos en familia con niños. Justo lo que estábamos buscando. El descenso se realiza a mediodía, para aprovechar las buenas temperaturas, ya que el agua del río baja fría, así que para matar el rato nos acercamos a visitar los Ojos del Caburga, que no son otra cosa que las aguas del Lago Caburga que reaparecen después de un largo recorrido subterráneo.
El Lago Caburga tiene un desagüe subterráneo, cuyas aguas reaparecen varios Km más abajo en una serie de pozones de un azul intensísimo.
Vistas las pozas llegó la hora de la verdad. Vuelta a Pucón y traslado en furgoneta de las familias hasta el punto de inicio del descenso en rafting por el río Liucura. Adjunto algunas fotos que tomaron los de la organización.
Momentos previos:
Durante el descenso, con pequeños rápidos:
El río Liucura es espectacular. Sus aguas son cristalinas y transparentes. En algunos puntos, con profundidades de hasta 3 y 4 metros, se veía el fondo con total nitidez.
Nuestro timonel era peruano, y es lo más parecido a un sargento de los marines que he conocido. Sólo nos faltaba gritar aquello de ¡Señor, sí Señor! cada vez que nos daba una instrucción.
En este sector el río baja remansado, formando algunos pequeños rápidos, por lo que está autorizado el rafting familiar. Así y todo, algunos daban un poco de yu-yu.
Algunos valientes se atrevieron a bañarse. Lo del agua fría era un eufemismo. Estaba realmente helada. Casi tan fría como la del río Esla en León.
Casi llegando al final el Liucura se une al río Turbio, el cual arrastra muchos sedimentos que le otorgan un color lechoso al agua. A partir de aquí se pierde la transparencia.
Y la llegada:
Con el volcán Villarrica, cómo no, al fondo.
Después de esto decidimos que ya habíamos tenido suficientes dosis de adrenalina, y como esa era la última noche que estábamos en Pucón, pasamos la tarde tranquilamente, merendando, viendo tiendas y relajándonos.
Al día siguiente tocaba cambio de escenario. Nos dirigíamos hacia la Reserva biológica de Huilo Huilo. La ruta nos llevaría hasta Panguipulli bordeando los lagos Villarrica y Calafquén, y de allí hasta Neltume, puerta de entrada a la Reserva, bordeando el lago Panguipulli.
Calle de Panguipulli, último lugar civilizado. Parada obligada para llenar el depósito y tomar algo en un agradable café.
En la ruta hacia Neltume. El paisaje es verde y muy agradable.
El lago Panguipulli con el volcán Mocho Choshuenco (2.422 m) al fondo.
La carretera que bordea el lago Panguipulli es de reciente construcción y está impecable, con miradores para poder detenerse y contemplar el paisaje, pero unos cuántos Km antes de llegar a Neltume el pavimento se acaba bruscamente y de repente te ves circulando por una polvorienta y bacheada pista de ripio. Inconcebiblemente, la pista de ripio es el camino internacional que une Chile con Argentina por este sector, muy utilizada por turistas, buses y camiones. Tanto tránsito genera una polvareda permanente que afea el paisaje y hace que parezca que estés llegando a una mina a cielo abierto más que a una reserva biológica. Eso sí, una vez que llegas y sales del camino, el lugar es de ensueño.
Huilo Huilo es una reserva biológica privada. Consta de cien mil hectáreas de Bosque Húmedo Templado patagónico que albergan una
sorprendente diversidad biológica, lagos de origen glaciar e
innumerables cursos de agua, con el mayor número de especies de helechos
de Chile continental y la existencia de especies amenazadas. Fue declarada Reserva de la Biosfera por la UNESCO en 2007, y sus propietarios, la familia Pettermann, a través de la Fundación Huilo Huilo, se han propuesto como objetivo la conservación del Bosque Húmedo Templado. Pero su interés va más allá del estrictamente conservacionista, integrando a las
comunidades aledañas desarrollando programas de conservación, educativos y sociales, orientados al desarrollo
sustentable del lugar.
Todo esto suena muy bien, pero lo cierto es que los Petermann han montado toda una increíble parafernalia en torno a la reserva, cuyos elementos más espectaculares son los tres hoteles de arquitectura integradora con el entorno, que les han valido varios galardones en diferentes certámenes internacionales. Se trata de los hoteles Montaña Mágica, Nothofagus y Reino Fungi. Pero también disponen de cabañas, zona de camping, el Canopy Village (con cabañas aéreas unidas por pasarelas colgantes) y el Nawelpi Lodge.
Pero la cosa no acaba aquí. La parafernalia gira también en torno al criadero de jabalíes y ciervos, el museo de los volcanes, el restaurante del maderero, e incluso su propia fábrica de cerveza artesanal, la cerveza Petermann, obviamente, que hay que reconocer que están muy buenas. Hay que añadir la oferta de actividades: canopy, piragüismo, rafting, trekking, cabalgatas, montañismo, vulcanismo, senderos, saltos de agua, pesca, spa, aguas termales... Y ahora estaban construyendo un teleférico para acceder al sector norte de la reserva y una estación de esquí en las faldas del volcán Mocho Choshuenco para esquiar incluso en verano en sus nieves perpetuas. En fin, ¿alguien da más? Pues sí, han creado también un mundo alrededor del bosque y sus habitantes misteriosos, que hace las delicias de los amantes de los duendes, hadas, elfos y todo este tipo de bichos imaginarios, y de los niños. Se mire como se mire, el lugar no deja indiferente.
Volviendo al tema, nosotros nos alojamos las dos primeras noches en las cabañas, y la última en el hotel Nothofagus.
Llegada a nuestra cabaña.
La cabaña tenía capacidad para ocho personas en dos plantas. Están construidas con madera y el equipamiento era impecable. Eran realmente acogedoras y confortables, y a todos nos encantaron.
El entorno es realmente espectacular.
Esa misma tarde, tras instalarnos en la cabaña, nos fuimos a dar un paseo por un sendero que discurría por allí mismo, y que nos permitió visitar el salto de la Leona.
El salto de la Leona, en el río Fuy.
Buscando polvo de hadas.
¿Polvo de hadas... o baba de caracol?
Amor de madre.
Amor de padre.
Luego fuimos al hotel a concretar las posibles excursiones y a estrenar el spa, y después a cenar cálidamente en nuestra cabaña.
Volviendo por la pasarela de madera que une el hotel con la zona de cabañas. Hay todo un entramado de pasarelas de madera que unen los diferentes sectores a través del bosque.
Al día siguiente tocaba canopy para los niños por la mañana.
Sara...
Martí...
y Bruno haciendo canopy, o sea, tirolina.
¡Hola!
Después del canopy estuvimos disfrutando un poco de un viejo y conocido deporte: la caza de saltamontes.
Los preciosos árboles en flor se llaman ulmos (Eucryphia cordifolia).
El canopy está en una preciosa zona de pampa con ulmos, coihues y mañíos dispersos. Me recordó una dehesa.
Muy cerca de allí estaba el salto del Huilo Huilo, así que no nos quedó más remedio que ir a verlo.
El espectacular salto Huilo Huilo.
Bajando a la base de la cascada.
Cargado el espíritu con tantas emociones e iones negativos, tocaba ahora cargar el estómago, así que nos dirigimos a una de las cafeterías del parque donde dimos cuenta de unos sándwiches y algo de pastelería alemana rodeados de haditas y duendes.
Bajando desde la cafetería se podía acceder al río Fuy en la parte alta del salto, donde descubrimos el pequeño cañón que ha tallado el agua justo antes de la cascada.
Dos guiris que se tiraron desde aquí con las piraguas.
Más abajo les esperaba esto.
Obviamente pasaron caminando.
De vuelta a la cabaña hicimos un alto en el pueblo de Neltume para comprar provisiones. Neltume es un curioso pueblecito, que da entrada a la reserva y con una interesante historia. El primer asentamiento se produjo en 1870 (ayer), dedicándose en exclusiva a la explotación del bosque desde su origen, llegando a contar con más de 500 trabajadores dedicados a la actividad forestal y maderera. A partir de 1973 la Administración privatiza los campos, y supongo que aquí es donde entra la familia Petermann, haciendo adquisición de 60.000 Ha en un primer momento y otras 40.000 posteriormente en una zona maderera en la ribera norte del lago Pirehueico. La creación de la Reserva supuso un nuevo enfoque en la explotación del territorio, produciéndose un proceso de readaptación en los pueblos de la actividad exclusivamente maderera a la turística y de servicios. Proceso que todavía se debe de estar llevando a cabo, pues Neltume aún está muy inmaduro en comparación con las instalaciones de la Reserva, dando la impresión de que no está a la altura. Sobre todo si se compara por ejemplo con Pucón, mucho más desarrollados turísticamente. Supongo que está relacionado también con el hecho de que la Reserva es un proyecto en desarrollo, aún no del todo consolidado.
Lo cierto es que cuando se entra en Neltume, la sensación es la de uno de esos pueblos del salvaje oeste de calles polvorientas y desoladas en las que uno espera ver cruzar un cardo dando vueltas. Dispone de dos minimarkets en los que tienes que soplar el polvo de los envases para ver la etiqueta de lo que estás comprando, y los pequeños comercios son de lo más rústico y precarios. Las calles de ripio no ayudan mucho a la imagen del pueblo, y sólo cuando alzas la vista y ves los alrededores te das cuenta del fantástico lugar en el que estás.
Saliendo del minimarket.
Calles en Neltume.
Jugando en el parque.
De vuelta a la cabaña paramos para visitar el criadero de ciervo y jabalí, el museo de los volcanes y la cervecería Petermann, donde no pudimos degustar ninguna de las cervezas artesanales porque no les funcionaba el grifo, así que nos contentamos con comprarlas en botella para tomarlas bien fresquitas en la cabaña.
Camino a los criaderos.
Acceso al criadero de ciervos.
Pasarela elevada que recorre el criadero.
Los ciervos a lo lejos, no se dejaron ver mucho.
El interesante museo de los volcanes, aún inacabado.
Una vez cenados, y muy probablemente por el efecto de las cervezas, que seguro que llevaban polvo de hadas, nos dio el arrebato de hacer un recorrido nocturno por el sendero de los espíritus mapuches, que discurría por las proximidades de la zona de cabañas, así que ni cortos ni perezosos nos abrigamos y armados con un frontal y la linterna del coche nos pusimos a caminar bajo las estrellas. Conseguimos encontrar el sendero, hecho al estilo Huilo Huilo con pasarela elevada de madera para no dañar el bosque, y la verdad es que de noche tenía un encanto especial, pero los niños no supieron apreciarlo, a pesar del divertido guiado que nos hizo Javier, y a la altura del tercer espíritu ya estaban lo suficientemente asustados como para volver a la cabaña, así que decidimos dejarlo para la mañana siguiente.
Recorriendo el sendero cuando de repente...
apareció un espíritu.
El Sendero de los Espíritus Mapuches constituye un interesante recorrido cultural en pleno bosque húmedo templado. Se trata de un itinerario de unas dos horas en el que se muestran hasta 17 esculturas en madera nativa talladas por el escultor Eugenio Salas y sus ayudantes mapuches en las que se sintetiza el espíritu del pueblo mapuche a través de la representación de personajes míticos. Es un precioso recorrido en el que puedes disfrutar de la propuesta artística del autor y a la vez que quedas fascinado por la sensación de transitar por el interior de un bosque virgen y de la belleza del río Fuy.
Inicio del recorrido, ya de día.
Bruno concentrado leyéndonos la historia de cada espíritu.
Peazo hembras.
Peazo helechos.
Cargados de misticismo, salimos del sendero caminando por el aire sin necesidad de pasarela, hasta que recordamos que tocaba cambio de hotel y rápidamente pusimos todos los pies en el suelo.
Javier místico.
Después de picar algo en la cafetería del hotel, a las 15:00 estábamos como clavos en la recepción para hacer el check-in e instalarnos en las habitaciones. Además, Javier tenía que irse a pescar, así que le dejamos que se fuera a buscar la cena mientras nos instalábamos. El edificio del hotel es de una arquitectura singular, que no deja indiferente, y las habitaciones eran amplias y confortables, con unas vistas espectaculares de la reserva.
Llegados a este punto creo que es momento de presentar los tres hoteles:
El hotel Nothofagus.
El hotel Reino Fungi.
El hotel Montaña Mágica.
Los tres están unidos por una amplia pasarela puente y aparte tienen pasarelas elevadas que sirven como vías de evacuación.
Accediendo por la cafetería del Montaña Mágica.
La pasarela que une los hoteles.
El interior del Nothofagus.
El acceso a las habitaciones se efectúa por una rampa en espiral.
Nuestra habitación.
La terraza queda a la altura de las copas de los árboles.
Las vistas sobre la reserva son fabulosas, con el volcán al fondo.
Esa misma tarde, aproveché para hacer un poco de trekking por un sendero que discurría por la otra orilla del río Fuy, conocido como Piedras Magnéticas. Aquí todo es tan privado que las opciones de ir a tu aire son escasas. Las excursiones siempre son con guía, y pagando, y no es fácil encontrar información sobre los senderos del interior de la reserva. La chica que atendía en el centro de excursiones del hotel ni siquiera conocía este sendero y apenas me pudo dar referencias, así que me costó encontrarlo. Tras andar un rato perdido finalmente dí con la pasarela colgante que cruza el río y que da acceso al sendero. La pasarela era de quitar el hipo, no apta para cardíacos, e incluso a mí me dio respeto, pero valió la pena cruzarla.
La pasarela colgante, con tablas separadas más de 4 dedos y que crujían al pisarlas.
El sendero discurre por el interior de un bosque virgen, esta vez sin pasarelas, y te permite disfrutar al 100% de la sensación de caminar por el interior de un bosque intacto. El recorrido era muy irregular, con continuas subidas y bajadas, y el bosque era tan alto y espeso que daba incluso sensación de agobio, acrecentada por el calor y la humedad que había dentro.
Desde el otro lado del río, los árboles sólo dejan ver la parte alta del Nothofagus.
Un copihue, la flor nacional de Chile.
Helechos arborescentes.
Volviendo a cruzar el río, ya de vuelta.
Y después de la caminata, un merecido baño relajante en el spa.
Y por fin última noche y cena de despedida. Como Javier no trajo nada (era captura sin muerte, o al menos nos dio esa excusa), tuvimos que conformarnos con el bufete del hotel. Al día siguiente saldríamos nada más dejar las habitaciones y llegaríamos para dormir en casa, haciendo todo el viaje en una jornada. ¡Uf, qué paliza de coche!
A ellos aún les quedarían un par de noches de dormir en nuestra casa antes de volver a Reus. Fuimos condescendientes y les dimos este pequeño respiro para que pudieran reponer fuerzas antes de regresar al invierno. Aprovechamos para mostrarles Talagante, gran pueblo donde los haya, y Martí aprovechó su mini verano bañándose en la piscina de casa.
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