jueves, 17 de enero de 2019

Isla de Pascua - Rapa Nui - Te Pito O Te Henua


El 5 de abril de 1722 era domingo de Pascua. Ese día, el explorador holandés Jacob Roggeveen se encontraba realizando una expedición por el Pacífico en busca de la Terra Australis, el legendario continente imaginario de la época. Navegaba desde al archipiélago de Juan Fernández cuando divisó a lo lejos una isla que no aparecía en sus mapas. El holandés nunca encontraría la ignota Terra Australis, pero en cambio acababa de encontrar una isla perdida en el océano que hasta entonces sí que había permanecido ignota para los europeos

Cuando arribó a la isla, los fuertes vientos sólo le permitieron permanecer un día en tierra, así que dada la onomástica, decidió bautizarla con el nombre de Isla de Pascua y zarpó de nuevo rumbo a Tahiti para seguir con la búsqueda de su mítico continente.

Pero la historia de Isla de Pascua comienza mucho antes de la llegada del holandés. Concretamente, en algún momento entre los siglos XII y XIII d.C. Fue entonces cuando el rey polinesio Hotu Matu'a llegó a la isla proveniente, según la tradición, de la isla Hiva, una supuesta isla de las Marquesas en la Polinesia Francesa, la cual tuvieron que abandonar porque según la leyenda se hundía bajo las aguas.

Cuando Hotu Matu'a y su séquito de más de un centenar de hombres, mujeres y niños desembarcaron en la playa de Anaquena, ya llevaban consigo todo lo necesario para colonizar la isla, desde animales hasta semillas para plantar y cultivar.

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Cuando nuestra expedición, también compuesta por hombres mujeres y niños, llegó a la isla, ni era Pascua ni desembarcamos en las blancas arenas de Anakena. Más bien aterrizamos en el negro asfalto del aeropuerto Mataveri, junto a la capital Hanga Roa, y era 22 de diciembre, a punto para la Navidad. El vuelo nos llevó más de 5 horas desde Santiago de Chile, y aunque no traíamos animales, sí que traíamos bastante comida, pues el abastecimiento en la isla a veces no es fácil, sobre todo cuando en el grupo viaja una persona celíaca, como era el caso de Carol.

Tras bajar del avión nos dirigimos al quiosco de CONAF que hay en la terminal para comprar las entradas al Parque Nacional Rapa Nui. Hay que conservar estos tiques y llevarlos siempre encima porque los piden continuamente para visitar los lugares de la isla. A la hora de recoger las maletas descubrimos que faltaba una, justamente la que venía cargada de comida, por lo que tuvimos que perder un montón de tiempo haciendo las reclamaciones oportunas.


El pobre Bruno se quedó dormido mientras solucionábamos el asunto de la maleta perdida.


La recepcionista de las cabañas en que nos alojaríamos había venido a recogernos al aeropuerto y nos agasajó con unos collares de flores de bienvenida al más puro estilo polinésico, pero no estábamos para florituras, así que finalmente la pobre tuvo que esperar pacientemente mientras resolvíamos el papeleo.

Después de un buen rato y ya entrada la noche llegamos por fin a nuestras cabañas Rapa Nui Orito, cansados y con ganas de dormir, así que tras la recepción nos instalamos y nos acostamos sin dilación.

Al día siguiente descubrimos el entorno en el que estábamos. Las cabañas se encuentran en un lugar bastante tranquilo con un bonito jardín del que disfrutaríamos durante nuestra estancia.

Vista del jardín con el Maunga Orito (220 m) al fondo, que da nombre a las cabañas.


Otra vista del jardín.


Bruno Rapa Nui.


Bruno descubriendo algunos frutos tropicales por la mañana en el jardín.


El plan para nuestro primer día era acercarnos hasta Hanga Roa a recoger la furgoneta que habíamos alquilado, y después visitar el volcán Rano Kao, que está muy cerca de la capital. Pero antes debíamos pasar por el restaurante donde cenaríamos en Nochebuena para reservar mesa con antelación. Es uno de los varios restaurantes que hay en la isla que ofrecen cena-espectáculo y en este caso era una representación de danzas tradicionales rapanui y polinésicas a cargo del Ballet Cultural Kari Kari, y dada la fecha había que asegurar la reserva.


Sara y Bruno esperando en buena compañía a la entrada del restaurante.


Comiendo unos frutos que Sara recogió. No recuerdo qué eran.


La visita a la caldera del volcán Rano Kao es bastante espectacular y además se puede subir caminando y disfrutar de un bonito paseo. La excursión, de unos 5 km, parte del estacionamiento que da acceso a la cueva Ana Kai Tangata, junto a una zona de juegos infantiles. Desde ahí, un sendero sube por la falda del volcán, al principio entre bosque y luego al descubierto hasta llegar al mirador de la caldera. Y desde el mirador se camina por la arista de la caldera para llegar hasta la aldea ceremonial Orongo.


La zona de juegos infantiles.


Antes de empezar a subir se pasa junto al vivero forestal de CONAF en Mataveri, donde se crían los futuros árboles que intentarán recuperar los desaparecidos bosques de la isla.


Una de las cosas que más sorprende de la isla es lo deforestada que está. Pero no siempre fue así. Antes de la llegada de los primeros pobladores, la isla estaba cubierta por un espeso bosque tropical formado por especies endémicas como la palmera (Paschalococos disperta), el hau hau (Triumfffeta semitriloba), el sándalo (Santalum sp.), el mako'i (Thespesia populnea) o el toromiro (Sophora toromiro). Al parecer, la obsesión por construir moais de sus antiguos pobladores los llevó a arrasar con toda la cubierta arbórea de la isla. En efecto, para mover y transportar los moai consumieron enormes cantidades de troncos de palmera y cuerdas elaboradas con la corteza del hau hau. Las rozas para la agricultura y la introducción de la rata polinesia (Rattus exulans), libre de depredadores y voraz consumidora de frutos y semillas, también contribuyeron a la desaparición de los bosques de la isla.

Hoy en día, la isla es un inmenso pastizal, y sólo un 5% de su superficie corresponde a formaciones arbóreas, en su mayoría plantaciones recientes de eucaliptos, melias y guayabas.

En la actualidad, CONAF lleva a cabo un programa de reforestación de la isla, del que cabe destacar el esfuerzo por recuperar el toromiro, árbol que sirvió como combustible y materia prima para elaborar objetos rituales, entre ellos las famosas tablillas rongorongo y que se está librando por los pelos de la extinción. En 1953 sólo quedaba un único ejemplar en la isla, atrincherado en la caldera del Rano Kao, del cual se recolectaron varias semillas que acabaron en diferentes jardines botánicos (Viña del Mar, Gotemburgo y Bonn). Este último espécimen murió en 1960, pero los adultos que se obtuvieron a partir de él han dado nuevas semillas con las que están trabajando actualmente en el vivero de Mataveri para poder reintroducirlo en la isla.


Empezando a subir, antes de entrar en el bosquete de eucaliptos.

Nos es verdad ángel de amor, que en esta apartada orilla...

A medida que ascendemos vamos ganando vista sobre la isla y el mar.








Oportuno banco para tomar un respiro.


Último esfuerzo...


Y por fin en el mirador, con la impresionante vista de la caldera.


Una vez que llegas al mirador, el paisaje te absorbe por completo y no eres capaz de dejar de contemplar la espectacular caldera de 1600 metros de diámetro y más de 200 metros de profundidad.


Panorámica de la caldera y su laguna cubierta de totoras que inunda el cráter. Al fondo, la depresión Kari Kari que deja ver el océano.


El cráter Rano Kao está en el extremo sur de la isla. Al fondo del mismo hay una abertura que permite divisar el océano a lo lejos, como una ventana. Este accidente geográfico recibe el nombre de Kari Kari.


Kari y Kari posando.


La vista hacia el norte tampoco tiene desperdicio. Se puede ver la capital, Hanga Roa y detrás el Maunga Terevaka, de 507 metros de altitud, que constituye el punto más alto de la isla.


Continuamos por el borde del cráter para llegar a Orongo, el poblado ceremonial donde se celebraba el ritual del hombre pájaro.


En el centro de interpretación de Orongo. Aquí nos detenemos un rato para tomar un té y leer sobre la historia del lugar. Como se puede leer, el centro de un nuevo orden en la antigua Rapa Nui, del que hablaremos más adelante.


Descansando con vistas al océano.


La aldea ceremonial de Orongo se compone de una cincuentena de chozas construidas con la abundante roca basáltica de la zona. No tienen ventanas, tan sólo unas pequeñas puertas abiertas que no permiten entrar de pie. No se construyeron con la finalidad de servir de vivienda, ya que sólo se ocupaban temporalmente durante la ceremonia del hombre pájaro y están estratégicamente situadas en lo alto del volcán frente a los tres islotes que completan el archipiélago Rapa Nui: Motu Nui (Isla Grande), Motu Iti (Isla Pequeña) y Motu Kao Kao (Isla Puntiaguda). La aldea, los acantilados y los islotes conforman el escenario sobre el que se desarrollaba la ceremonia del hombre pájaro.


Los tres islotes: Motu Kao KaoMotu Iti, y al fondo el Motu Nui, separado unos 1000 metros de la costa.


Los tres motus, en primer plano, y al fondo los tres motus.


Empezar la visita a la isla por Rano Kao y la aldea de Orongo significa saltarse todo lo acontecido en la isla entre la llegada de los primeros pobladores y la ceremonia del hombre pájaro, pues esta última comenzó a celebrarse bastante después. De hecho, representa el establecimiento de un nuevo orden en la isla tras el declive del culto a los moai, así que vayamos por partes.

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Mana, ahu, moai


Habíamos dejado al ariki (rey) Hotu Matu'a desembarcando en Anakena con todo su séquito. Como buenos polinesios que eran, su vida espiritual estaba basada en el culto a los antepasados. Ellos pensaban que la energía espiritual de las personas se perpetuaba tras su muerte pudiendo influir después en los acontecimientos de la vida durante mucho tiempo. Llamaban "mana" (que no maná) a este poder espiritual y fue así como desarrollaron un rito funerario que consistía en envolver a los difuntos en tejidos vegetales y dejarlos descomponer al aire libre en el interior del ahu. Luego lavaban bien los huesos y los depositaban en una cámara funeraria dentro del mismo ahu.

¿Y qué es un ahu? La sociedad rapanui, gobernada por el ariki (rey) estaba dividida en tribus con unas clases muy estratificadas. Cada tribu ocupaba una parte de la isla, siempre con una franja costera. La población vivía en aldeas hacia el interior, junto a las tierras de cultivo, y en el litoral construyeron centros religiosos y ceremoniales en forma de grandes plataformas elevadas, a modo de altares, llamados ahu.

El "mana" de las personas importantes o influyentes, como los jefes de las tribus, tenía la capacidad de seguir influyendo en los acontecimientos mucho tiempo después de su muerte. Fue así como empezaron a esculpir moais cada vez que alguien importante fallecía para colocarlo sobre el ahu y permitir así extender el manto protector de su mana sobre los habitantes de la aldea a través de su mirada. Es por esto que los moai eran colocados de espaldas al mar, pues miraban directamente hacia sus aldeas. De hecho, el nombre completo de estas estatuas es moai aringa ora, que viene a significar algo así como "rostro vivo de nuestros ancestros".

A medida que los rapanui fueron adquiriendo habilidad en el esculpido y transporte de moais, estos se fueron haciendo más grandes y estilizados, lo que permite datar su antigüedad. De hecho, los más grandes, aún se encuentra inconclusos en la cantera del volcán Rano Raraku.

La obsesión por construir moais cada vez más grandes fue una de las causas de su declive. Pronto se quedaron sin rodillos, palancas ni cuerdas y la madera para construir canoas de pesca empezó a escasear. Sin pesca, la agricultura adquirió mayor relevancia, lo que supuso una presión aún mayor sobre el empobrecido suelo y los exiguos bosques. Entrado el siglo XVI, la cultura rapanui está en su máximo desarrollo. Se estima una población en aquella época de entre 10.000 y 14.000 personas para una isla de poco más de 160 kilómetros cuadrados. Entre los siglos XVI y XVII, con una isla superpoblada y unos recursos cada vez más escasos, estalla una crisis social que provoca enfrentamientos y conflictos entre las distintas tribus. La clase guerrera adquiere mayor relevancia en detrimento de la antigua clase política y religiosa, lo que provoca la destrucción de los ahu y el derribo de los moai. Los gigantes de piedra que protegían las aldeas con su mirada son abatidos en respuesta a las desgracias que azotan la isla.

Es entonces cuando comienza a surgir un nuevo ceremonial. La creencia en Make Make, el dios creador, toma relevancia y un nuevo orden llega a la isla.


Tangata Manu, el Hombre pájaro


Cuando el holandés Roggeveen llega a la isla a principios del XVIII, se encuentra con un panorama desolador. Una isla completamente deforestada, sin posibilidades de abastecimiento y en ruinas.

En aquel entonces, los apenas 2000 rapanui supervivientes de la debacle se encontraban inmersos en un profundo proceso de cambio. Acababa de aparecer el ceremonial del Hombre pájaro, o Tangata Manu.

Cada año, un nuevo líder era elegido mediante una carrera de resistencia. Los pretendientes y sus acompañantes se reunían durante las semanas previas en la aldea de Orongo, hasta que finalmente llegaba el ariki y daba la orden de salida. Entonces, el representante de cada candidato tenía que bajar un acantilado, nadar hasta el islote Motu Nui y traer de vuelta, intacto, el primer huevo de manutara, o pájaro de la suerte, el cual se ha identificado con el gaviotín apizarrado (Sterna fuscata), un ave migratoria que anidaba en la isla cada primavera. A veces pasaban días o semanas en la isla aguardando la llegada de las aves.


Esta imagen aérea tomada de www.imaginaisladepascua.com permite apreciar el espectacular enclave en que se halla la aldea de Orongo así como el acantilado por el que tenían que bajar, osea despeñarse, hasta el mar.


Aspecto de las construcciones que conforman la aldea de Orongo.


En el interior de una de las edificaciones de Orongo se hallaba un moai conocido como Hoa Hakananai’a. Este era un moai único y muy especial. Para empezar estaba esculpido en basalto, una roca muy dura abundante en las inmediaciones de Orongo, a diferencia del resto de moais de la isla, que fueron esculpidos en la cantera de Rano Raraku. Tiene los ojos tallados, mientras que el resto de moais los tenían incrustados y presenta otra singularidad que no tienen el resto de moais. Su espalda está tallada con representaciones del manutara y el Tangata Manu, lo que se interpreta como una transición entre el antiguo culto a los moai y el nuevo culto del hombre pájaro.

Desgraciadamente, este moai fue sustraído de su ubicación original por la tripulación del buque inglés HSM Topaze en 1868 y trasladado a Inglaterra. Hoy en día se puede contemplar en el British Museum. 

Aquí está el enlace para contemplarlo: Moai Hoa Hakananai'a en el British Museum


Vista de la depresión Kari Kari desde Orongo. Se pueden apreciar los tremendos acantilados que caen hacia el mar. Más de un hombre pájaro también cayó en picado durante la ceremonia. Yo creo que lo del hombre pájaro más bien viene de ahí y nada tiene que ver con el gaviotín apizarrado.


Al principio, el hombre pájaro tuvo un carácter religioso, inspirado en el dios Make Make, pero con el paso del tiempo, como consecuencia del auge de los clanes guerreros, la ceremonia acabó por convertirse en un sistema para designar quién sería el líder de la isla durante el siguiente año. El ganador de la prueba era consagrado como el Hombre pájaro o Tangata Manu, convirtiéndose en el representante de Make Make en la tierra durante un año, tiempo durante el cual su grupo recibía privilegios especiales. De esta manera, el liderazgo era establecido entre los ganadores de una competición anual en lugar de por motivos hereditarios o bélicos, lo cual, en principio, estaba bien para todos. Y digo en principio, porque el ceremonial se las traía.

El participante tenía que jugarse la vida bajando a las bravas por un acantilado de más de 300 metros. Si sobrevivía, debía atravesar nadando más de un kilómetro de aguas agitadas y frecuentadas por tiburones para llegar al islote Motu Nui y luego regresar con un huevo intacto atado a la cabeza, nadando primero y escalando el acantilado después hasta Orongo. De hecho eran muchos los que morían en el intento. En la película Rapa Nui de 1994 dirigida por Kevin Reynolds, se recrea de forma trepidante este ceremonial.

El ceremonial del hombre pájaro se vino realizando en la isla hasta la llegada de los primeros misioneros, que acabaron prohibiéndolo por considerarlo herejía. El último tangata manu del que se tiene constancia se realizó en 1866 ó 1867. Con él acaba la època antigua, ya que las influencias externas comenzaban a tener un gran impacto social y cultural en la isla.

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Ana Kai Tangata


Después de visitar Orongo, comprendemos que eso del hombre pájaro no es para nosotros, así que decidimos quitarnos las alas y emprender el regreso hacia Hanga Roa descendiendo sin sobresaltos por la suave y apacible ladera del volcán mientras dejamos atrás los escarpados acantilados.

Antes de regresar a las cabañas decidimos, ya que estamos, visitar la cueva Ana Kai Tangata, a orillas del mar, en la que se conservan algunas pinturas rupestres relacionadas con el ritual del hombre pájaro.



Bajando a la cueva.






Desde el interior.


Después de la visita, hambrientos y cansados, nos retiraríamos a las cabañas a comer algo y recobrar fuerzas, pues aún nos esperaba alguna que otra actividad más antes del fin de la jornada.


De nuevo en el jardín del edén.


Disfrutando de una agradable comida... merienda... cena... Da igual, se está de maravilla.


Para acabar el día, nos quedaba otra de las recomendaciones de la isla: contemplar el atardecer desde Tahai. Estamos en pleno solsticio de verano en el hemisferio sur, y los días son muy largos, así que nos encaminamos de nuevo hacia Hanga Roa para acercarnos a Tahai y disfrutar del ocaso. Mientras, para hacer tiempo, algunos deciden aprovechar para darse un bañito en el mar.

Frente a Hanga Roa hay varias pequeñas calas. Algunas son aprovechadas por los pescadores, y otras constituyen piscinas naturales en las que es posible bañarse, como por ejemplo playa Pea o la piscina natural Poko Poko, a la que fuimos nosotros.






En la piscina natural Poko Poko, una de las zonas de baño de Hanga Roa.


A la derecha de las palmeras está la piscina natural,y en primer plano, de espaldas, el Moai de la Paz. Fue construido en 1992 y estuvo viajando por varios países hasta que fue instalado aquí definitivamente para celebrar el eclipse de sol de 2010. Mide 3 metros y sólo pesa 5 toneladas.


Por fin, después del remojón nos encaminamos hacia Tahai para disfrutar del atardecer.


Tahai


La costa de Hanga Roa no es tan abrupta como en el resto de la isla. Tiene varias pequeñas calas con fácil acceso al mar para salir a pescar. No es de extrañar que este haya sido uno de los enclaves preferidos desde la llegada de los primeros pobladores. De hecho, el conjunto arqueológico de Tahai constituye uno de los asentamientos más antiguos de la isla.

Pero lo que más destaca de este complejo son sus tres ahuAhu Vai Uri, el primero por la izquierda mirando hacia el mar, con sus 5 moai, Ahu Tahai en el centro, con un moai, y Ahu Ko Te Riku, a la derecha sobre el que se halla un moai con pukao (sombrero).


Este moai tumbado en el suelo es el que falta en el pedestal más a la izquierda del Ahu Vai Uri.


A medida que cae el sol, el lugar se va llenando de turistas y curiosos. Me llama la atención una enorme piedra rodeada por una valla, y al acercarme descubro que se trata de un moai tumbado boca abajo. Al parecer es el moai que falta en el pedestal de la izquierda del Ahu Vai Uri. Todos los moai de la isla fueron derribados por los isleños. Los que están de pie son restauraciones recientes, por lo que la mayor parte de los cerca de 900 moai que tiene la isla están aún tumbados, rotos o semienterrados.




Ahu Vai Uri, con sus 5 moai y el pedestal vacío de la izquierda que corresponde al moai que está tumbado en el suelo.


El de la derecha es el Ahu Tahai, con su solitario moai, y el de la izquierda el Ahu Ko Te Riku y su también solitario moai con el característico pukao (sombrero) de color rojo.


Los iluminados del atardecer, como si de un ritual se tratase, recibiendo el mana de los 5 moai que se extiende sobre ellos con sus sombras alargadas.


Últimas luces sonrientes del día.










Jugando a atrapar el moai. Ahora se entiende por qué falta uno. Creo que es el que tenemos con un imán en la puerta de la nevera.


Sara probando suerte.




Ahu Ko Te Riko y su interesante moai.


El moai de Ahu Ko Te Riko, es interesante porque fue restaurado con todos los elementos finales que vistieron estas estatuas. En la cabeza lleva un pukao (sombrero) esculpido en la escoria volcánica roja del volcán Puna Pau. Las únicas estatuas de la isla que conservan el pukao original son las del Ahu Nau Nau en la playa de Anakena y el segundo moai del Ahu Tongariki. Y el otro elemento a comentar son los ojos. Es el único moai con ojos de toda la isla, pero los ojos eran importantísimos y todos los moai los llevaban. Sin ojos, el moai no tiene mirada, y sin mirada no hay mana. Los ojos se fabricaban de coral blanco con las pupilas de escoria roja y eran colocados, siguiendo una ceremonia ritual, con el moai ya ubicado. A partir de ese momento, la estatua cobraba vida y proyectaba el mana sobre su tribu. El único ojo original que se conserva fue encontrado en Anakena en 1978 durante unas excavaciones en el Ahu Nau Nau, y hoy se exhibe en el museo Sebastián Englert.

Y así, bañados por el atardecer, finaliza nuestra intensa, completísima y muy instructiva primera jornada en la isla. Volvemos a nuestras cabañas a descansar, pues al día siguiente tocaba empezar bañados por el amanecer, recibiendo de nuevo el sol en el otro extremo de la isla, en compañía de los moai del Ahu Tongariki.


Ahu Tongariki


Empecinados en seguir los derroteros del sol, hoy tocaba madrugar para ver el amanecer, así que nos levantamos temprano y sin desayunar ni nada, cosa que a Bruno no el gustó, nos encaminamos hacia Ahu Tongariki.

Ahu Tongariki es la estructura ceremonial más grande construida en la isla, y de hecho está considerado como el monumento megalítico más grande de toda la polinesia. La plataforma del ahu, de orientación este, mide un centenar de metros, y con las extensiones laterales alcanza los 200 metros. Sobre él se dispone una hilera de 15 moai de diferentes tamaños y terminaciones, lo que los sitúa en diferentes épocas históricas.

Hoy en día podemos disfrutar de este colosal monumento gracias al esfuerzo restaurador realizado en los últimos años, pues como el resto de los ahu de la isla, se encontraba en estado de ruina. Al derrumbamiento de estatuas perpetrado por los propios rapanui durante el período de enfrentamientos entre clanes, hubo que sumar un trágico episodio ocurrido en 1960. El 23 de mayo de 1960, un terremoto de grado 9,5, uno de los mayores de la historia, sacudió el sur de Chile provocando un enorme tsunami en el Pacífico. Uno ola de más de 10 metros procedente del continente impacta de lleno con el ahu y destruye por completo la plataforma extendiendo los restos hasta 100 metros hacia el interior, estatuas incluidas.

En 1992, gracias a un convenio entre Japón, Chile y otros países, comienzan los trabajos de recuperación, terminando en 1996 la restauración de la plataforma y el levantamiento de las estatuas. Después de más de un siglo tumbados boca abajo, los moai volvían a recuperar su dignidad. Entre 2003 y 2006 se realizan los retoques finales hasta dejar el conjunto tal como se puede contemplar hoy día.






Colosal monumento.


El tamaño de estos moai va de 5,6 a 8,7 metros, y el quinto por la derecha, con sus 86 toneladas (casi nada) es el más pesado de todos. Antiguamente los moai portaban pukao, pero durante la restauración sólo se pudo recuperar uno, el que lleva el segundo moai por la derecha. El resto estaban muy dañados. Aunque no lo parezca, sólo el pukao tiene casi 2 metros de altura.




Sara y Bruno debajo del moai más grande y más pesado del ahu.


Yo, el más mahu.


Aceros en Isla de Pascua. Al fondo el volcán Rano Raraku, de cuya cantera salieron la práctica totalidad de los moai que hay en la isla.






El sol ilumina la cara sureste del volcán Rano Raraku, y también la de Carol.


Y ahora Sara y Bruno debajo del único moai con pukao. Estos chicos saben colocarse.


Un poco más atrás, Carlos, un poco más atrás...




Bonita foto hecha por Carlos en la que destaca el pukao del segundo moai.


Aquí se aprecia la magnitud de la estructura. Al fondo la península de Poike, con el volcán Maunga Puakatike, de 370 metros, que acabaríamos por subir Carlos y yo.


Ahu Tongariki cuenta con muchos otros elementos arqueológicos que no llegamos a visitar porque estábamos sin desayunar y las piedras no alimentan, pero en la zona se conservan cientos de petroglifos, restos de hare paenga o casas bote, las chozas típicas de las aldeas rapanui con forma de bote invertido, cuencos excavados para recolectar el agua de lluvia llamados taheta, y símbolos parecidos a los de las tablillas rongorongo. Todo ello atestigua la importancia histórica que tuvo este lugar.

De vuelta a la furgoneta descubrimos que también habían aparecido unos misteriosos petroglifos en la pintura del vehículo. Tras elucubrar sobre su origen (alguien mosqueado porque habíamos aparcado mal, alguna agencia de alquiler de coches de la competencia, ya estaba y no lo habíamos visto, el dios Make Make haciéndonos una revelación...), descubrimos la cara de póquer que ponía Bruno, y sobre todo la piedra volcánica llena de aristas que tenía en su mano, por lo que rápidamente asociamos a Bruno como el artífice. Y no es que hubiera tenido un arrebato artístico, sino más bien un arrebato de ira por haberle retrasado su desayuno visitando extrañas estatuas al amanecer. Desesperado por volver, se había dedicado a rallar la pintura mientras los demás terminábamos la visita.

Así que, tras el desayuno tocaba ir a la agencia de alquiler a explicar lo que había pasado. Finalmente tuvimos que anticipar el coste de la reparación, pero nos explicaron que podíamos reclamarlo al seguro de la tarjeta de crédito con la que habíamos pagado, cosa que hicimos al volver a Santiago. Y así fue. Para nuestra sorpresa, el seguro se hizo cargo y nos devolvieron todo lo que habíamos pagado, aunque esto no evitó que Bruno se quedara sin su castigo ejemplar.

Superado el incidente, continuamos con nuestro plan, que consistía en visitar durante la mañana tres lugares que están muy próximos entre ellos: la cueva Ana Te Pahu, el Ahu Akivi y por último la cantera del volcán Puna Pau, donde se fabricaban los pukao. Después por la tarde nos relajaríamos en la playa de Anakena, y para acabar el día disfrutaríamos de nuestra cena de Nochebuena en el restaurante con espectáculo polinésico a cargo del grupo Kari Kari. ¡Esto promete!


Ana Te Pahu


De las diferente cuevas que tiene la isla, Ana Te Pahu es la más grande de todas. Es el tipo de cueva que suele haber en las islas volcánicas formada por los tubos de lava cuando se vacían. Tras estacionar en la zona de acceso y mostrar el ticket en el puesto de control, hay que caminar unos 15 minutos hasta llegar al sector en que se encuentra la boca de acceso. La entrada a la cueva se realiza por unos escalones de piedra que descienden por una abertura que quedó al descubierto tras colapsar parte del techo de la cueva. Lo curioso es que en el fondo de la abertura han crecido plataneros y paltos (aguacates).


Bajando a la cueva.


Los antiguos pobladores usaron la cueva como vivienda y refugio. Los muretes de piedra que se ven son defensas para dificultar el acceso a los atacantes durante la época de enfrentamientos.


La cueva es también conocida como cueva de los plátanos, por los bananeros que crecen a la entrada, junto con aguacates y otras plantas.


Con el frontal, listos para la aventura.


Explorando el interior de la cueva.


Tras recorrer unos cuantos metros descubrimos un agujero en el techo que comunica con el exterior, así que decidimos probar a salir por ahí para darle un poco de emoción a la cosa.


Saliendo hacia la luz.


La salida al exterior.


Otro desplome. Hay varios en la zona.


Regresando al estacionamiento, junto a pequeñas parcelas de cultivo.


A continuación nos dirigimos hacia Ahu Akivi.


Ahu Akivi


Este ahu está ubicado en la falda del volcán Maunga Terevaka, el más alto de la isla, y tiene la peculiaridad de que se encuentra en el interior de la isla, alejado de la costa. Sobre este ahu se levantan siete moai, y aunque no tiene la espectacularidad de Ahu Tongariki, el conjunto resulta también imponente. Las estatuas son bastante homogéneas, midiendo en promedio casi 5 metros, con un peso de unas 18 toneladas. Estamos a 15 kilómetros del volcán Rano Raraku, por lo que transportar estas estatuas hasta aquí durante toda esa distancia, por un terreno irregular, debió de suponer mucho esfuerzo y un enorme consumo de recursos.



Las piedras hablan por sí solas.


¡Una piña! Es la primera vez en mi vida que veo una piña en su planta. Nunca pensé que crecieran así. Estas piñas que crecen en la isla son más pequeñas que las que estamos acostumbrados, pero están riquísimas.


Este ahu también resulta impresionante y es de una gran belleza. Hay que imaginarse los moai con sus ojos y sus pukao.


Este ahu presenta, además, otra particularidad. Fue el primer ahu en ser restaurado en toda la isla. Ocurrió en 1960, suponiendo un punto de inflexión en la recuperación de monumentos en Isla de Pascua. Los trabajos finalizaron en octubre de 1960, y la ceremonia de inauguración fue muy emotiva, pues tras más de 150 años tumbados boca abajo, los moai volvían a estar en pie, siendo la primera vez que los isleños veían esta imagen.

Hay una grabación en la que se aprecia cómo se llevaron a cabo estos trabajos, siguiendo las técnicas que debieron usar en su día los antiguos rapanui.



Enlace: Restauración del Ahu Akivi en 1960


¡Eli!


Paisaje de los alrededores




Puna Pau


La visita a Puna Pau es muy recomendable, no tanto por su espectacularidad, sino por su interés para comprender el ciclo de construcción de los moai. Y es que en este pequeño volcán se encuentra la cantera en la que fueron tallados los famosos pukao (sombreros) que llevaron algunos moai de la isla. Los pukao se tallaban aquí aprovechando las escorias volcánicas rojas presentes en este cráter, lo que daba a los pukao su característico color rojo intenso, muy apreciado por los antiguos rapanui.

El pukao parece representar un sombrero, que algunos asocian a los sombreros de plumas con forma cónica usados por los guerreros. Aunque según la hipótesis más extendido, el pukao representa un tocado a modo de moño que realizaban con el pelo de la cabeza, y que teñían de color rojo con un pigmento natural llamado kie’a.


El acceso a la cantera desde el estacionamiento.


La visita se realiza por un recorrido de no más de 500 metros que permite ver los enormes pukao tallados en esta cantera y que quedaron abandonados sin llegar a su moai de destino.


Junto al panel interpretativo, con los enormes pukao a nuestras espaldas.








Esta hendidura permitía fijar el pukao a la cabeza del moai, y estaba ligeramente desplazada para que el pukao sobresaliera sobre los ojos, a modo de visera.


Si los moai son estatuas descomunales, el pukao no les desmerece. Miden entre 1,2 a 2 metros de altura, con un diámetro de entre 1,6 a 2,7 metros, y pesan entre 5 y 11 toneladas. El traslado debió ser laborioso, aunque en este caso, al ser cilíndricos, podían rodar. Seguro que más de uno acabó en el mar. Otra cosa era colocarlo sobre el moai, al parecer utilizando la técnica de la rampa de piedras. En Ahu Te Pito Kura se hallaba el moai más alto levantado sobre un ahu, el moai Paro, de 10 metros de altura, y tenía pukao. Todo un alarde de ingeniería de la época.









La escoria volcánica roja con la que se tallaban los pukao, cuyo color es debido a la presencia de óxido de hierro.


Vista desde el mirador, donde se aprecian parcelas de cultivo cuya tierra es también de color rojizo.


En el mirador.


No es que estemos muy favorecidos. Carlos es el único que lleva pukao. lo cual le da un aire interesante.


Los pukao en ristra desde lo alto.


Anakena


Y después de dos días visitando monumentos, por fin llegaba el momento de hacer algo interesante, algo que nos demostrase de una vez por todas que estábamos en la polinesia y que el viaje no había sido en vano. Era el momento de visitar las famosas arenas de la playa de Anakena.




El acceso a la playa no puede ser más prometedor. ¡Por fin, aquí estamos!




Está difícil encontrar sitio.


¡Yuhu!


Contemplando la playa no dejo de imaginarme a Hotu Matu'a y su séquito desembarcando sobre la arena. ¡Lo que ha cambiado la isla desde entonces!


El entorno es de lo más idílico. A la izquierda se ven sobresalir los moai del Ahu Nau Nau.


Junto a la playa hay un par de chiringuitos en los que se puede comer, así que aprovechamos para comprar unas empanadas y disfrutar de una tarde tranquila y relajada tirados a orillas del océano Pacífico, lejos, muy lejos de cualquier lugar.


Natalia feliz con su cerveza y su empanada. Recuerdo que aquí probé el po'e, unos pastelitos hechos con calabaza y plátano, que estaban deliciosos.


Estando tranquilos y relajados vimos que de repente empezó a pasar gente con una especie de extraño helado en la mano. Resultó que eran piñas. Un vendedor ambulante había llegado vendiendo piñas de la isla, que te las preparan pelándolas pero dejando el penacho de hojas, para que te la lleves puesta y te la comas sobre la marcha. ¡Estaban deliciosas!


Pasando la tarde sin grandes pretensiones.


Bruno vigilando que no le caiga un coco.




Y no podía faltar el baño.


Uno de los atractivos de Anakena, es que aquí se encuentra el Ahu Nau Nau, uno de los más bellos de la isla por el buen estado de conservación de sus estatuas. Resulta que cuando las estatuas fueron derribadas por los enfrentamientos entre clanes, estas quedaron enterradas bajo la arena, a salvo de la erosión, por lo que se conservaron prácticamente intactas hasta su restauración en 1980. Aquí fue además donde se encontró el primer ojo original durante los trabajos de restauración. Hasta entonces  se desconocía por completo que los moai tuvieran ojos, lo que supuso un descubrimiento histórico. El ojo, fabricado en coral blanco y escoria roja se exhibe hoy en el museo Sebastián Englert.


En esta imagen tomada de www.parquenacionalrapanui.cl se muestra cómo era el ojo hallado en Anakena tal como se exhibe hoy en el museo Sebastián Englert.


Los moai en su típica pose de espaldas al mar. En primer plano se pueden ver los pukao semienterrados que no pudieron ser recolocados en sus respectivas estatuas.


El conjunto es precioso. Se aprecian perfectamente los detalles de las esculturas, los estilizados rasgos faciales, orejas e incluso grabados en la espalda que podrían representar tatuajes polinésicos.


Y después de regocijarnos con la belleza escénica del entorno de Anakena, aún nos quedaba vivir otra interesante experiencia polinésica, tan curiosa como pasar Nochebuena en un restaurante con espectáculo de danzas tradicionales rapanui.


Nochebuena austral




Listos y ataviados para nuestra Nochebuena tropical. Carlos iba de lo más propio. Esta noche es Nochebuena, y mañana Navidad... La verdad es que no pegaba nada ponerse a cantar villancicos.




Coincidencias de la vida, los de la mesa del fondo eran la familia de un compañero de trabajo francés de Natalia que también estaban visitando la isla en esas mismas fechas.




El menú era a base de atún elaborado al modo tradicional de Isla de Pascua. A mí me supo buenísimo.


Y después de la cena pasamos al teatro a disfrutar de las danzas a cargo del Ballet Cultural Kari Kari, como la depresión que había en el cráter Rano Kao que dejaba ver el océano desde el mirador. Ahora, más que el océano, íbamos a ver un espectáculo oceánico.




El espectáculo estuvo genial. Disfrutamos de las danzas tradicionales rapanui y de otras islas polinésicas. Muy entretenido y espectacular, con mucha percusión, lo que le daba mucha contundencia. El momento clímax fue cuando empezaron a sacar a gente a bailar y a mí me entraron los sudores fríos, así que rápidamente agarré a Bruno y me lo senté encima de las rodillas a modo de parapeto y empecé a mirar el suelo rezando todo lo que sabía. Al final no me sacaron, pero a Carol sí (no tenía un niño a mano que ponerse en las rodillas) y estuvo un buen rato bailando el hula hula con unos bailarines cachas. La verdad es que le echó valor. Al final del espectáculo dejaron que la gente subiera al escenario a hacerse fotos con ellos. Ahí ya me sentí más relajado.




Bruno fascinado con el ombligo.


Y hablando de ombligos, esto me viene al pelo para explicar que el nombre original de la isla no es Rapa Nui, sino Te Pito O Te Henua que significa ombligo del mundo. Así es como llamaban a la isla sus antiguos pobladores. El nombre de Rapa Nui fue dado por los navegantes tahitianos que visitaban la isla en el siglo XIX, y que la encontraban muy parecida a la actual isla de Rapa, en la Polinesia Francesa, también conocida como Rapa Iti. Nui significa grande e Iti pequeña. Por tanto, Rapa Nui es la Rapa grande y Rapa Iti la Rapa pequeña.

Te Pito O Te Henua era considerada el ombligo del mundo por sus antiguos pobladores. La verdad es que desde el aire, la espectacular caldera circular del volcán Rano Kao recuerda a un ombligo, aunque ciertamente los rapanui no eran capaces de tener esta perspectiva, por mucho hombre pájaro que celebraran. También, el hecho de estar en una isla perdida en mitad del océano te hace sentirte el ombligo del mundo. De hecho, Isla de Pascua es una de las islas más aislada del globo. Constituye el extremo oriental de la Polinesia, y forma parte, por tanto, del continente de Oceanía (por eso Chile es conocido como el país tricontinental). La tierra más cercana es la isla Pitcairn (famosa por el motín de la Bounty) a 2200 km al noroeste. Santiago de Chile se encuentra a una distancia de 3759 km y Tahití a 4254 km, y hay más de 3500 km hasta las Islas Marquesas, de donde venían los rapanui. Realmente parece increíble que el rey Hotu Matu'a fuera capaz de encontrar esta isla. Aunque se sabe que los polinesios eran muy buenos navegantes, tuvo mucha puntería (o mucha suerte).


Otra foto.


Habéis pillao, ¿eh?


Los nuevos integrantes del ballet Kari Kari.


Y después de otro completísimo día en la isla nos retiramos a nuestras cabañas a dormir emocionados soñando con moais, palmeras, bailarinas, ombligos, pukaos y por supuesto, con Papá Noel.


Día de Navidad


Lo más parecido que vimos a la Blanca Navidad durante este viaje fueron las fascinantes arenas de la playa de Anakena, pero aún así, para sorpresa de Sara y Bruno, recibimos la visita del viejito pascuero, que se acordó de llegar hasta aquí, aunque con ese nombre, cómo no iba a encontrar la Isla de Pascua.


Sara y Bruno felices con los regalos de Papá Noel.




Vaya sorpresa más inesperada.


Y después de abrir los regalos, el plan para el día consistía en ir a visitar el volcán Rano Raraku donde se encuentra la cantera en la que se esculpían los moai. Esta visita es la más obligatoria, y nosotros la hacíamos casi al final, después de haber visto muchos moai de diferentes formas y tamaños, erguidos o tumbados, con pukao y sin pukao... Ahora cerraríamos el círculo yendo directamente al origen, al epicentro de estas fascinantes estatuas. Y no defrauda. La visita es sobrecogedora.


Rano Raraku


Rano Raraku es un volcán. Toda la isla es un volcán que emerge de las profundidades del océano durante más de 3000 metros hasta sobresalir por encima de las aguas. De los varios cráteres que tiene la isla, 3 son los que le dan forma; Maunga Terevaka el más alto, Rano Kao el más espectacular, y Poike el más aislado... pero Rano Raraku es además el alma de la isla. De su roca volcánica salieron los moai que fueron desperdigándose por toda la isla para protegerla con su mana. Y así fue hasta que sus artífices perdieron la fe en ellos, echando por tierra siglos de esfuerzo. Pero los moai siguen ahí, y hoy en día, gracias a los trabajos de restauración, van recuperando poco a poco su esplendor para regocijo de los isleños, que sin profesar la fe que profesaron sus antepasados en ellos, los respetan y atesoran como símbolo innegable de su identidad.

Un centro de interpretación acoge a los visitantes y tras presentar el ticket se puede iniciar el recorrido. Un sendero bien delimitado del que no te puedes salir recorre la ladera sur del volcán a través de uno de los sitios arqueológicos más fascinantes que yo haya visto. Los vigilantes cuidan con celo el entorno, y a la que pones un pie fuera del sendero te llaman la atención. De hecho, Carlos y yo contemplamos cómo se llevaban a un turista despistado que, bien ufano, se había salido para hacerse una foto.

La ladera sur del volcán tiene dos partes diferenciadas, la parte alta rocosa en la que se tallaban los moai y la parte baja en la que yacen desperdigados y semienterrados decenas de moai extraídos de la parte superior y que quedaron abandonados antes siquiera de iniciar su andadura hacia su destino final. En total, entre las estatuas que aún están por tallar y las que yacen en la ladera, se han contabilizado 397 moai, ¡casi el 40% de todos los moai de la isla!

El hecho de encontrar moais en todas las fases de su elaboración ha permitido conocer con precisión la técnica que empleaban para su tallado, pero lo que realmente llama la atención es que parece como si se hubieran vuelto locos tallando moais y de repente los trabajos hubieran cesado de un día para otro.




El itinerario es realmente espectacular. Te permite ver de cerca los moai sobresaliendo del suelo y los que aún están en la roca, pudiendo recrearte en sus detalles. Como curiosidad, estos moai tienen las cuencas de los ojos planas, ya que su tallado se realizaba en el último momento, con el moai ya instalado en su ahu, para acto seguido colocarle los ojos de coral blanco, siguiendo una ceremonia ritual, momento a partir del cual el moai cobraba vida.


Como se puede apreciar, las cuencas de los ojos son planas, aún sin tallar.


Bruno empequeñecido por esta enorme cabeza.


Y Bruno más empequeñecido aún.


Esta es quizá la imagen más icónica de Isla de Pascua, la que aparece siempre en los folletos de turismo.













Aunque sólo vemos las cabezas, hay que pensar que dentro de la tierra hay un moai entero. Algunos han sido desenterrados para su estudio arqueológico, permitiendo apreciar los detalles de un moai original, ya que al quedar enterrados se han conservado en perfecto estado.

No me puede resistir a poner aquí una imagen tomada de www.imaginaisladepascua.com en la que se aprecia un moai completo:


Aquí se puede ver el perfecto estado de conservación de la parte enterrada de estos moai.
Fuente: www.imaginaisladepascua.com

A continuación nos acercamos a la base del farallón rocoso en la que se encuentran los moai en proceso de esculpido.








Para darle aún más espectacularidad, la increíble vista de Ahu Tongariki y su entorno desde Rano Raraku.


Aquí se ven los perfiles de varios moai en pleno proceso de esculpido.


Los perfiles con más detalle. Hay cuatro enormes moai.


Hacerse el moai no es fácil.




Este moai, llamado Te Tokanga (el gigante) es el más grande jamás tallado. Tiene una longitud de casi 22 metros y un peso estimado de 200 toneladas.




Es realmente fascinante ver toda esta colección de cabezas sobresaliendo del suelo.






Todos estos moai son los últimos en ser fabricados, por lo que presentan, en promedio, un tamaño superior a los que se hallan instalados en los ahu, y sus rasgos son más estilizados.







Tras visitar la vertiente sur, cruzamos ahora por un estrecho paso hacia el interior del cráter, donde sea halla la caldera y su laguna que la inunda. En este lado también se tallaban los moai, pero el sendero estaba cortado a partir de un punto, por lo que tuvimos que contemplarlos desde lejos.




Los moai del interior del volcán.


Esta es la laguna que cubre el cráter del Rano Raraku.

La palabra rano en rapanui significa volcán con agua. Por eso este volcán se llama Rano Raraku, al igual que el Rano Kao, que también tiene una laguna en su interior.


Vista de una parte de la ladera, ya de regreso. En la roca se ve el moai gigante.


Vista de conjunto desde la carretera.


Poike


Después de la visita al Rano Raraku, emprendemos la marcha de nuevo hacia Anakena. Era el último día en la isla y había que aprovechar, pero Carlos y yo aún nos animaríamos a subir el volcán Poike, de 370 metros de altura, así que dejamos a la familia bajo las palmeras de la playa y desandamos un poco hasta la base del volcán. Un camino lleva hasta una hacienda donde se puede dejar el vehículo para luego seguir caminando. Cuando llegamos a la casa, una familia en plena celebración de Navidad nos da la bienvenida. Pedimos permiso para atravesar la finca, pues es una propiedad privada, y nos dejan pasar sin ningún problema, así que comenzamos a ascender por la suave ladera cubierta de pastizales.


Empezando la ascensión al volcán Poike, al fondo, con su penacho de eucaliptos en el cráter.

Poike es el volcán más antiguo de la isla, es decir el primero que emergió de las aguas hace unos 3 millones de años, formando la península que lleva su nombre. Me apetecía mucho subir hasta aquí, ya que al estar más aislado, es un lugar apenas frecuentado. De hecho no vimos absolutamente a nadie en toda la excursión, lo cual hizo que pasáramos unas horas muy agradables, con toda aquella amplitud para nosotros solos. Parecíamos los únicos habitantes de aquella isla perdida en la inmensidad del océano.


Ya casi arriba. Las vistas sobre la isla son magníficas.


El penacho de eucaliptos que sobresale del interior del cráter.


Por fin arriba, justo en el borde del cráter.


El cráter del volcán Poike recibe el nombre de Pua Katiki, y es una especie de tacita de 150 metros de diámetro y 10 metros de profundidad con la peculiaridad de que en su interior hay plantado un bosquete de eucaliptos.


Mirando hacia el norte se ven estos curiosos promontorios. En las inmediaciones hay restos de algún ahu, cuevas y petroglifos, pero con la caminata y el regalo de las vistas nos damos por satisfechos.


Contemplando la costa norte de la isla.


Cambio de puesto.


Ahora la costa sur.


El volcán Rano Raraku.

Después de este fascinante paseo por las alturas, nos encaminamos hacia Anakena para reunirnos con el resto de la familia, al nivel del mar. Pero antes hacemos dos paradas en el camino para visitar dos sitios arqueológicos que quedan junto a la carretera. La primera para ver los petroglifos de Papa Vaka que consisten en unas losas de basalto que sobresalen a ras de suelo llenas de inscripciones con motivos relacionados con el mar. La segunda para visitar el Ahu Te Pito Kura. Este es el típico ahu en estado de ruina, pero con la particularidad de que en él se hallaba el moai más grande levantado sobre un ahu en toda la isla. Recibe el nombre de moai Paro y aún permanece abatido, tal como quedó cuando lo derribaron. Aún así, resulta espectacular. Mide 10 metros; sólo las orejas miden dos metros, y tiene un peso estimado de más de 80 toneladas. Para colmo, vestía un pukao, de casi 2 metros de altura y 10 toneladas de peso, que fue instalado sobre la cabeza una vez que el moai ya estaba en su sitio.



Vista del Ahu Te Pito Kura y el estado en que se encuentra. Se aprecia el moai Paro tumbado en lo alto. Al fondo se ve el volcán Poike y los promontorios que veíamos desde la cima.


El moai Paro caído de bruces y partido en dos a causa del impacto. A la izquierda está el descomunal pukao que se separó durante la caída.


Finalmente nos reencontramos con la paradisíaca playa de Anakena para relajarnos lo que queda de jornada.


Sara y Bruno entretenidos recolectando cocos. Al abrirlo descubrimos que estaba buenísimo, y quisimos traernos alguno de vuelta a Santiago, pero en el aeropuerto no nos dejaron pasarlos.


Último día


El día 26 teníamos nuestro vuelo de regreso a mediodía, así que dejamos las maletas en el aeropuerto, devolvimos la furgoneta y nos dedicamos a pasear por Hanga Roa, la capital de la isla. Lo bueno del aeropuerto de Isla de Pascua es que está al lado de la ciudad y se puede ir caminando.


Hanga Roa


Los poco más de 7000 habitantes que tiene la isla en la actualidad, viven casi todos en Hanga Roa, que de hecho es el único núcleo urbano de la isla. Antaño la población vivía agrupada en clanes que se repartían en aldeas diseminadas por toda la isla, así que para entender cómo se llegó a la situación actual hay que seguir haciendo un poco de historia.

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Si la historia antigua de Isla de Pascua es convulsa, no lo es menos la historia moderna, la cual está irremisiblemente ligada a las sucesivas llegadas de foráneos a la isla.

Ya sabemos que el primero en aparecer por allí fue el holandés Jacob Roggeveen en 1722, al cual debemos el nombre de Isla de Pascua.

El siguiente en asomar la nariz fue el español Felipe González de Haedo en 1770, el cual reclamó el territorio para la Corona española, bautizando la isla con el nombre de San Carlos, en honor a Carlos III, y haciendo firmar un contrato a algunos jefes para formalizar el dominio, pero al cabo de unos días, la expedición partió y por ahora nadie ha vuelto por allí a reclamar el dominio español, así que finalmente el nombre no prosperó. Sin embargo, este navegante fue el primero en cartografiar la isla.

Cuatro años después, en 1774, llega el inglés James Cook con intención de abastecerse, pero el panorama en la isla es desolador. Esta expedición describe el estado de ruina de los ahu en los que ya casi no queda un moai en pie, una isla pelada de vegetación y unos escasos pobladores que subsistían como podían.

Hasta aquí no hay mucha interferencia. Los europeos llegaban, curioseaban y se iban mientras los isleños seguían entregados a sus actividades habituales como derribar moais, buscar huevos de  gaviotin apizarrado en un islote y esforzarse en encontrar algo que llevarse a la boca.

Pero hacia mediados de 1860 llegan los primeros misioneros, con su afán de convertir a los habitantes de Isla de Pascua al cristianismo, acabando con los ritos y costumbres ancestrales, como la competencia del Hombre Pájaro, lo cual, bien mirado, ayudó a salvar algunas vidas. Pero esto era sólo el principio:

Poco después, en 1862, traficantes de esclavos peruanos irrumpen en la isla llevándose a más de un millar de rapanuis (incluido el ariki y los sabios que conocían la escritura rongo rongo, cuya interpretación se perdería para siempre con ellos) para trabajar extrayendo guano en Chincha. Gracias a la presión internacional, sólo 15 consiguieron sobrevivir y regresar a la isla, eso sí, portando la viruela, lo cual fue desastroso para sus habitantes.

En 1870 llega otra incursión, esta vez a cargo del francés Jean-Baptiste Dutroux-Bornier. Este buen hombre reclama la soberanía total de la isla para convertirla en un rancho ovejero dedicado a la producción de lana. Para ello, ni corto ni perezoso, obliga a los nativos a abandonar la isla, sobre todo con destino a Tahiti. Finalmente, en 1877 es asesinado, pero para entonces sólo quedaban en la isla 111 nativos.

En 1888, la isla es anexionada a Chile, pero el gobierno no les concede la ciudadanía, cosa que no ocurrió hasta 1966. Los isleños viven confinados en su isla sin poder ir a ninguna parte.

Pero el remate llega en 1903, cuando los habitantes de la isla son despojados de sus tierras, las cuales se entregan en alquiler por 25 años a la empresa de origen escocés Williamson, Balfour & Co., cuya actividad era la crianza de ovejas. Se crea la Compañía de Explotación de Isla de Pascua que suelta 70.000 ovejas a pastar a sus anchas por la isla mientras los habitantes son confinados a vivir en Hanga Roa, cercados por un muro, para evitar interferencias con el ganado.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el comercio de la lana decae y finalmente en 1953 la Marina Chilena toma el control sobre la isla, lo que no supuso mucha mejora para sus habitantes, que tenían prohibido, por ejemplo, el uso de la lengua rapanui.

El pueblo rapanui se siente marginado y poco a poco va tomando conciencia de sí mismo, comenzando un proceso de reivindicaciones para reclamar de nuevo su protagonismo en la isla. Sus demandas son atendidas tras un levantamiento en 1964, consiguiendo ser gobernados por un alcalde elegido por ellos mismos, y en 1966 el gobierno chileno les concede la plena ciudadanía junto con el reconocimiento de su propiedad sobre la tierra. A partir de aquí se rompe el aislamiento de los pascuenses produciéndose la transformación social, política y cultural de la isla hasta llegar a la modernidad que conocemos hoy en día.

Y con esto, podemos volver de nuevo al principio de esta historia sobre Hanga Roa: Los poco más de 7000 habitantes que tiene la isla en la actualidad, viven casi todos en Hanga Roa, que de hecho es el único núcleo urbano de la isla. Antaño la población vivía...


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La calle Atamu Tekena, arteria principal de Hanga Roa. Atamu Tekena fue el último ariki de Isla de Pascua.


La caleta de pescadores, Hanga Roa Otai.

Hanga Roa significa bahía ancha, y es que se ubica en una amplia bahía que da fácil acceso al mar, lo que la convirtió en uno de los lugares privilegiados de la isla y de los primeros en ser ocupados por sus antiguos pobladores.


Junto a la caleta se encuentra el Ahu Tautira, con dos moai que contemplan cómo pasamos por delante de ellos.

Después nos dirigimos hacia la Feria agrícola y artesanal, un pequeño mercado en el que se pueden encontrar puestos de artesanía y de productos locales. Junto a la feria, en el exterior, encontramos un puesto ambulante de fruta y verdura en el que vendían las deliciosas piñas de Isla de Pascua, que ya habíamos probado en Anakena. No podemos evitar comprarnos una para ir saboreándola durante el paseo. Las piñas de la isla son más pequeñas que las normales, y los vendedores te las preparan al momento quitándoles la piel y dejando el penacho de hojas para cogerla mientras te la comes, como si fuera un helado.



Productos locales y ¡piñas!


Comiendo piña a bocados, ¡uhmmm! Al fondo se ve el edificio de la feria agrícola y artesanal.


¡A la rica piña!

Por último, ya al final de nuestro paseo antes de dirigirnos al aeropuerto nos paramos a comer unas deliciosas empanadas de atún donde la tía Berta, un sitio de fama reconocida en la isla. Qué mejor despedida.


Riquísimas empanadas de atún al estilo rapanui.


Continuamos caminando hasta el aeropuerto, y una vez allí, continuamos caminando hasta el avión. Llevábamos un par de cocos que habían encontrado Sara y Bruno para comerlos en casa, pero no nos los dejaron pasar en el control del servicio de agricultura. Lástima. A pesar de todo, nos íbamos con la maleta llena de recuerdos, muy agradables recuerdos.


Adiós isla, adiós.


Caminando hasta el avión.


Tripulación, entrando en pista para despegue.


Sobrevolando la costa Sur.


El extremo oriental de la isla con el volcán Poike que subimos Carlos y yo, y la península a la que da nombre.

Y a partir de aquí, océano y más océano...



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