lunes, 9 de septiembre de 2013

finde

Este ha sido nuestro tercer fin de semana en Chile, y parece que llevemos aquí ya un año dada la cotidianidad que está adquiriendo todo. En estas tres semanas, los niños se han incorporado con total normalidad al colegio, hemos adquirido un ritmo de hábitos y horarios en casa, nos desenvolvemos con normalidad por la zona, conocemos las rutas y los comercios habituales en los que abastecernos para el día a día, dominamos los supermercados de Talagante así como los mall que nos caen más a mano y ya nos hemos familiarizado con los productos y las marcas, así que somos capaces de circular con el carrito por los pasillos sin abrumarnos, paseamos por las calles de Talagante sin poner cara de guiri absorto, conducimos sin mayor problema por las carreteras de la zona conviviendo con micros, camiones, colectivos, bicis, peatones, caballos, perros y gallinas, hacemos asados los fines de semana con los amigos, Sara ha retomado sus clases de equitación, hemos encargado una mesa de madera para el quincho, hemos ido al Plaza Oeste en la micro, hemos encargado una torta de cuchuflí para el cumpleaños de Bruno y nos hemos acostumbrado al horripilante graznido que los queltehues emiten a todas horas (incluida la noche). Se puede decir que ya somos casi tan lugareños como el mismísimo inca Tala Canta.

Sólo nos quedan dos retos, uno que tratamos de evitar, y el otro que aún ansiamos. El primero es adentrarnos en Santiago, para no acortar en exceso nuestras ya castigadas vidas, aunque alguna incursión sí que hacemos, y el segundo se trata ni más ni menos que de La Cordillera. Siempre presente como telón de fondo, espectacular los días limpios, con sus cumbres nevadas, sigue ahí pendiente esperando que la toquemos. Pronto, pronto.

Bueno, volviendo al fin de semana, ha sido entretenido. El sábado por la mañana Sara estuvo montando a caballo, y Bruno también se animó a dar una vuelta. La verdad es que Sara ha tenido mucha suerte con su pasión equina, pues nuestro vecino tiene caballos y además hemos descubierto una hípica al lado de casa, que podemos ir caminando, para que Sara pueda seguir con sus clases, así que está encantada.

Después de comer y sestear un poco fuimos a visitar a nuestros amigos Juanjo y Panchi, y pasamos el resto de la tarde disfrutando de su entrañable compañía. Suerte que estuvimos con ellos, porque nos avisaron que justo este fin de semana se cambiaba la hora, pasando ya al horario de verano, o sea, más luz por las tardes. Eso quiere decir que ahora tenemos un desfase de 5 horas con la Península (Skyperos tomad nota).

El domingo fuimos a visitar el Parque del Bicentenario en Santiago, y el GPS nos la jugó y nos hizo atravesar Santiago sin saber que había manifestaciones y casi morimos en el intento. Finalmente llegamos y valió la pena. Es como el Madrid Río de Santiago, un parque enorme que sigue el cauce del río Mapocho, con un montón de columpios para que jueguen los niños. Muy bonito, la verdad.

Y después nuevamente a comer a casa de nuestros queridos y hospitalarios amigos Juanjo y Panchi. Con tanta visita no sé si les durará mucho la hospitalidad, ja, ja, ja. Lo cierto es que sin saber ni cómo ni por qué, de repente me vi cargando tablones y llevándolos al carpintero para que nos hiciera una mesa de jardín. Quedará muy bien en el quincho. Y después vuelta a casa disfrutando de esa hora de luz extra con una espectacular vista de la Cordillera recibiendo los últimos rayos de sol. Un bonito colofón.

Escenas cotidianas cenando en casa:




Los caballos del vecino:




La hípica y Sara y Bruno montando a caballo:




En el parque del Bicentenario en Santiago:





Cargando tablas para hacer una mesa:


La famosa torta de cuchuflí para el cumpleaños de Bruno:


En realidad se trata de un haz de barquillos rellenos de manjar (dulce de leche), bañados con chocolate. Un invento brillante.

Queltehues en el jardín:

No se aprecia muy bien, pero andaban con un polluelo. Anidan en los jardines y ahora están en época de cría, por lo que a la mínima empiezan a chillar, incluso por la noche, si detectan la proximidad de una persona, un perro, un conejo o lo que sea. Es por ello que están considerados unos buenos guardianes.




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